Una exploración de la literatura colombiana a partir de las novelas La historia de Horacio, Primero estaba el mar y La luz difícil.
Pasé un mes de vacaciones en Colombia hace algunos años. Me llevé algunos libros de Buenos Aires. Usualmente un libro para un mes me alcanza en la ciudad, pero cuando estoy de viaje me convierto un lector respetable y la demanda suele superar la oferta. Así que visité algunas librerías y como correspondía me apropié de libros de escritores colombianos, de los que suponía solo podría encontrar allí. Me los devoré todos y elaboré una teoría que hasta ahora no he conseguido refutar: escritor colombiano nunca falla. Una escritura precisa, sin la más mínima falla. Y una trama que se vale de violencias, revoluciones, desigualdades y paisajes para embellecer las historias. Uno de los autores que descubrí en aquel viaje fue Tomás González a través de su libro “La Historia de Horacio”. Unos años más tarde, cuando no pensaba volver a relacionarme con él, me encontré perdida- en una mesa de saldo de la calle Corrientes y al absurdo precio de veinte pesos- su primera novela “Primero estaba el mar”. Finalmente unos pocos días después apareció en las librerías comerciales La luz difícil, una de sus últimas obras.
“La Historia de Horacio” es simple: Horacio se va a morir y disfruta sus últimos meses de vida con la familia, los amigos y los animales. Los argumentos de Tomás Gonzáles parecen sacados de los dramas berretas y lacrimógenos de Film Zone pero no se parecen en nada: él nunca ha escrito una línea con un golpe bajo.
“Primero estaba el mar” es hasta ahora mi favorito. El protagonista, cansado de la vida en la ciudad, se va a vivir, junto a su mujer, a una casa aislada del mundo y frente al mar. En busca de una felicidad que no es tan simple como soñaba. Vivirá allí un año y morirá. Eso sabemos en las primeras diez páginas. Luego la belleza de la narración nos transmitirá la felicidad que el protagonista no termina de hallar. Leer es más fácil. Soñar ni hablar.
En “La luz difícil” el que muere no es el protagonista: es el hijo del protagonista y narrador. El hijo, cuadripléjico tras un accidente de tránsito, sufre dolores inaguantables y con la ayuda de los amigos y los hermanos, decide morir. Aunque la ley no lo permita. El recuerdo de los últimos días del hijo son transmitidos por el narrador con cariño y alegría. Encima el final del libro, con un chiste, obliga a cerrarlo con una sonrisa. En los libros de Tomás González sonríe la vida. Tanto sonríe que la muerte no pesa.
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