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Un periodismo quemado en una sociedad quemada

por Agustín Lecchi
Fotos: Ilustración: Matías Vignau
27 de junio de 2024

Además del dato estadístico de que tres de cada cuatro periodistas son pobres, la última encuesta del Sindicato de Prensa de Buenos Aires alerta sobre un aumento de síntomas vinculados a la salud mental entre quienes trabajan en los medios de comunicación. Si en algún tiempo el trabajo era el ordenador de la vida social, en la era del pluriempleo, se convirtió en todo lo contrario. Causas, testimonios y posibles soluciones a un problema que se agrava.

“Quemás tu vida en este día,
en esta tibia, tibia fila.
¿Cómo te va en estos días,
humano roto y mal parado?”

(Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota)

 

El 7 de junio fue el día del periodista en Argentina. Para esa fecha, todos los años desde el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA) publicamos un relevamiento sobre la situación económica y social del sector, esta vez sobre una base de más de mil periodistas, aproximadamente un 20% de la actividad. 

El dato saliente fueron los salarios de pobreza y la precarización laboral. Pero cada vez con más fuerza –particularmente desde la pandemia, cuando nuestra actividad fue declarada esencial y nuestros compañeros y compañeras cubrían noticias en la calle o compartían un estudio de radio, de TV o un control, mientras la mayoría de la población sostenía al aislamiento preventivo– comienzan a aparecer problemas vinculados al padecimiento psíquico y mental

En la encuesta 2024, el 22% de las personas afirmó haber sufrido problemas de salud vinculados al trabajo. Entre los síntomas que mencionan se encuentran la ansiedad, el estrés, la imposibilidad de olvidarse de los problemas laborales, alteraciones del estado de ánimo, tensión, depresión, irritación, alteraciones del sueño y falta de concentración. 

En esa misma línea, hay problemas vinculados a nuestro oficio, tales como las presiones por contenidos periodísticos (un 19%), violencia psicológica (9,5%), o directamente agresiones por ser periodista, sufridas por el 22,5% de los encuestados. De ese grupo, un 51% sufrió agresiones o amenazas de parte de personas desconocidas, un 67% por trolls en redes sociales, un 22% por las fuerzas represivas (un dato que se agrava en 10 puntos respecto al año anterior), un 14% recibió agresiones de políticos y un 18% por funcionarios del actual gobierno, un dato que también duplica al 2023. 

Es la economía

Sin dudas, el dato estructural que más destroza a las y los periodistas y que afecta su salud mental es el de los salarios y la precarización laboral, un tema que se arrastra desde hace varios años pero que se agravó brutalmente en el último: en 2023 el 45% tenía ingresos por debajo la línea de pobreza, mientras que en 2024 el 76% está en esa situación y más de la mitad del gremio tiene dos, tres o más trabajos para poder llegar a fin de mes.

Nicolás Fiorentino es uno de los cientos de ejemplos de esa estadística. Con 43 años y 19 como periodista, en la actualidad tiene cinco trabajos: dos programas de radio diarios de lunes a viernes, de tres y de dos horas por día, de 7 a 10 de la mañana y de 4 a 6 de la tarde. Además, realiza un programa de radio semanal de una hora, un programa de stream dos veces por semana de dos horas y una columna semanal en un portal de entre 7 y 10 mil caracteres. “Para la organización de mi vida es determinante el pluriempleo, los espacios de tiempo libre se reducen considerablemente, que tampoco son libres porque estoy trabajando, buscando información, generando reuniones o llamados con fuentes –cuenta Fiorentino–. Prácticamente no hay tiempo para el ocio y casi tampoco para dormir. Esto influye en la alimentación, la comida es rápida y al paso, en horarios raros y principalmente influye en problemas de estrés, porque la demanda laboral hace que en cuanto dejas un trabajo en lugar de desconectar ya estás pensando en el trabajo que viene, entonces eso me implica por ejemplo pérdida de sueño. Aunque esté muy cansado, aunque haya dormido muy poco, me acuesto pensando en qué temas voy a hacer mañana, en qué voy a escribir el miércoles para la nota que va a salir el jueves, aunque sea lunes, porque tengo que pensar qué información me falta, con quién me tengo que reunir. La principal caracterización que tengo de cómo impacta en mi salud mi trabajo es en cuestiones de estrés, tuve episodios de vértigo y mareo, me hice estudios y la conclusión médica es que es una cuestión de estrés”.

Además de la problemática personal, en su vida cotidiana, esta situación se extiende a su familia y a la posibilidad de organizar otras cuestiones como las vacaciones. “Mi hija ahora es adolescente y por mis horarios me terminé transformando en un papá de fin de semana, cosa que en estos trece años nunca había pasado. Y en vacaciones, combinar tantos trabajos es una tarea titánica, porque además tengo que combinarlo con las vacaciones de mi hija y la de su familia materna”. 

 

Y es también la desigualdad

La situación se agrava entre las mujeres y diversidades, así como en las juventudes. En el caso de la población sub 30, casi un 40% tiene condiciones de precariedad laboral y más de un 90% salarios por debajo de la canasta básica. Las mujeres y diversidades representan el 40% de personas que trabajan en la actividad y sólo un 30% accede a los sectores en donde hay mejores salarios y condiciones. 

Cecilia Claps es productora periodística y trabaja en los medios desde 2006. Es madre de dos hijos, uno de once y otro de seis. Hasta hace un mes tenía tres trabajos: la primera mañana en un canal de noticias, el cierre del día en una radio/tv y un servicio de clipping. Tuvo que dejar uno de esos trabajos porque le demandaban diez horas de manera presencial y era insostenible. “La vida familiar sino te la destruye te la complica. No podés ir a los actos con tus hijos, a una reunión, nunca llegas a sus actividades extracurriculares. Tu pareja no sabe a qué hora te despertás o a qué hora estás en tu casa, estás todo el tiempo ocupada. Encima trabajamos con la computadora y el celular, que te genera una dependencia total, por más que estés en tu casa, porque siempre alguien de algún laburo te está escribiendo. Lo que uno siempre termina resignando es tiempo de ocio, de sueño, con tus hijos, tu pareja y tu familia. Nunca estás disponible para ir a tomar algo con un amigo. Y tampoco esa cantidad de laburo te genera un ingreso extra como para estar tranquilo, lo haces para llegar al día a día”. 

Se supone que el trabajo es el ordenador de la vida social y en comunidad, pero en el caso de prensa, en la era del pluriempleo para sobrevivir, se convirtió en el gran desordenador: “Para trabajar en un canal y en un radio de lunes a viernes, en alguno de los dos toca hacer la primera mañana, que implica levantarte a las cuatro de la mañana, y tu último trabajo termina a las ocho de la noche. Y esto repercute en el sueño, en la alimentación, ansiedad, como que te volvés intolerante, te empieza a caer mal la comida y se te genera un desorden hormonal”.

 

Un futuro incierto

La incertidumbre es otra de las grandes características de esta etapa. “En mi caso lo arrastro del macrismo –dice Cecilia– en donde atravesé muchos conflictos gremiales, inclusive fui despedida cuando estaba embarazada. Después de eso, hasta te vas de vacaciones pensando que la empresa en la que trabajas puede cerrar cuando volvés”. 

En etapas políticas como ésta, las y los trabajadores de medios públicos tienen un plus de presión: conviven con la incertidumbre permanente producto de la amenaza constante atada a la mirada anti Estado de la expresión más brutal del neoliberalismo. Sus días combinan declaraciones agraviantes de funcionarios, intentos de cierres y privatizaciones, notas periodísticas que en realidad son operaciones mediáticas y que también operan psicológicamente sobre ellos y sus familias.

Un jefe de estado como Javier Milei, que tiene a la prensa como blanco, que agrede periodistas por las redes sociales por su tarea profesional, no hace más que aumentar la vulnerabilidad de un sector estructuralmente castigado. 

Aunque por otros motivos, la incertidumbre se convirtió en algo habitual entre quienes trabajan de manera “autónoma”, un eufemismo de la precarización laboral y que le impone al trabajador o la trabajadora estar permanentemente en negociación por su continuidad. 

Según el convenio colectivo de trabajo, un redactor en la Ciudad de Buenos Aires en abril cobraba 300 mil pesos en mano, mientras que la canasta básica estaba en torno a los 800 mil. Claro que gran parte de trabajadores y trabajadoras de la actividad no está amparada en esa norma y directamente discute su situación salarial y laboral de manera individual con el empleador, un hecho que desde el sindicato no podemos obviar y debemos discutir cómo revertir. 

Es parte de una estrategia del empresariado, en consonancia con las reformas laborales regresivas y la reivindicación de una ideología “emprendedurista”, que tiene como objetivo estratégico barrer con los derechos laborales. Todo eso que genera una dificultad mayor y que todo el tiempo prime un supuesto valor meritocrático, según el cual no podés enfermarte, no podés tener situaciones particulares que te eximan de estar permanentemente “arriba” en la rueda, algo imposible no sólo en el periodismo sino en cualquier disciplina social. Esa presión por generar notas, producir, tener visualizaciones en redes sociales, también genera estrés y frustración, porque es imposible ser siempre el mejor o uno de los mejores. Además, expone a las y los periodistas a tener que tener una relación con sus empleadores en la cual difícilmente puedan cuestionarles algo. 

Cuando hace 80 años se sancionó el Estatuto del Periodista, con Juan Domingo Perón como secretario de Trabajo, una de las características distintivas de esa norma fue la indemnización especial, con la declarada intención no de que cobren una indemnización más suntuosa, sino que a partir de ese “costo” no fueran despedidos. El objetivo era resguardar la libertad de expresión. Hoy eso está totalmente desdibujado, porque la depreciación salarial generó que incluso las indemnizaciones especiales, que muchos empresarios desconocen y que los trabajadores y trabajadoras de prensa muchas veces deben exigir a través de un litigio judicial –lo que también te expone a ser marcado por otros dueños de medios, en un ambiente relativamente chico en el que todo se conoce–, terminan siendo pequeños consuelos para el trabajador.

La precariedad laboral afecta gravemente la calidad periodística, porque los trabajadores y trabajadoras no tienen tiempo ni condiciones para garantizar una cobertura como corresponde. Y también afecta la posibilidad de organizarse colectivamente, porque reduce la posibilidad de participación activa, algo que se agravó en pandemia con la reducción de espacios comunes entre periodistas en las redacciones, al profundizarse como nunca antes el teletrabajo, que en algunos casos nunca se revirtió. Para quienes tienen salarios de pobreza, la virtualidad se convirtió en la posibilidad de juntar varios empleos y/o ahorrar en viáticos, que las empresas nunca o casi nunca absorben. Y el teletrabajo también genera problemas de organización familiar. Un círculo vicioso negativo.

 

Una solución colectiva

Lejos de ser algo particular del gremio de prensa, en actividades como la docencia y la salud, o en fábricas con turnos rotativos, sufren situaciones similares o peores, por eso decimos que es una problemática social y de clase. En el caso del periodismo, tampoco es un fenómeno exclusivo de nuestro país: en distintos puntos de nuestro continente y del mundo afecta de diversas maneras a una actividad con un rol social relevante para la democracia, y esa combinación de situaciones adversas repercute en la calidad periodística, con un ataque a un derecho de toda la sociedad como es el de la información. En una sociedad con peor periodismo hay un terreno fértil para las fake news, operaciones mediáticas y el crecimiento de discursos antidemocráticos y autoritarios, racistas, sexistas o de odio.

Como lo demuestra Raquel C. Pico a partir de estudios en España y Canadá, “Las «jornadas largas y horarios difusos» son uno de los lastres de la profesión. En esto pesan las mitologías sobre el periodismo, como la que asume que no se puede tener un horario cuando lo que importa es la información --cuando en realidad las redacciones deberían tener personal suficiente para que se pudiese trabajar a turnos-- o como la de que la profesión debe ser vocacional y por ello merecedora de todo sacrificio (…) Esto no solo lleva a que desaparezcan voces sino también a que quienes se quedan en la profesión lo hagan en ocasiones saturados y sobrepasados. Es muy difícil hacer periodismo de calidad cuando se tiene un muy bajo salario y se vive en un pozo de estrés y ansiedad”.

Florencia Págola pone el foco en situaciones similares que atraviesan periodistas en Perú, Venezuela y Ecuador, donde además indaga qué respuestas encontraron para combatir esa situación de estrés permanente. Todas las respuestas remiten a salidas individuales, como por ejemplo hacer deporte, terapia, encontrar momentos personales de esparcimiento, todas opciones válidas y necesarias pero que por sí solas no logran atacar un problema social y clasista.   

En nuestro país se puso en discusión la reducción de la jornada laboral, a partir de proyectos legislativos de diputados de extracción sindical. Sin dudas es un debate absolutamente progresivo, más aún como contraparte a la reforma laboral impulsada por el gobierno de Milei y a proyectos de las grandes corporaciones de barrer con todos los derechos que nos resguardan. En el caso de la prensa, donde existen convenios colectivos con jornadas de seis horas diarias de trabajo, esa discusión se vuelve abstracta porque los salarios de pobreza condicionan las jornadas laborales legalmente establecidas, como observamos en los casos mencionados. Por lo tanto, la necesidad central es la recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores y trabajadoras, algo que sin dudas excede nuestra actividad particular. La devaluación de diciembre volvió pobres a millones de personas en la Argentina. Luego sí, la reducción de la jornada laboral, o el cumplimiento efectivo de las jornadas establecidas, podría ser una herramienta que genere una mejor situación para la vida de nuestros compañeros y compañeras.

Desde nuestro sindicato, el SiPreBA, comenzamos un humilde e incipiente trabajo con la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, una asociación que trabaja con diferentes gremios y que se puso a disposición, por ejemplo, en el marco del conflicto de Télam, cuando el presidente Milei anunció el cierre de la agencia pública en su discurso ante el Congreso y, como respuesta, desde la Asamblea de trabajadores junto al sindicato organizamos un acampe en la puerta de los edificios que lleva más de cien días. 

Es necesario que la organización sindical interprete la situación de las y los trabajadores y la salud mental como una problemática central en este contexto, desde una perspectiva social y de clase. Empezar a poner estos temas sobre la mesa es al menos un paso. Los espacios de coordinación y articulación con espacios profesionales son necesarios y es imprescindible profundizarlos, junto con la necesidad de sostener la pelea por recomponer los salarios y las condiciones laborales. Porque de lo que se trata no es de vivir para trabajar sino de trabajar para vivir, en una sociedad mejor.

 


* El autor es el secretario general del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). Este texto también fue publicado en la edición Nº 16 de la Revista Salud Mental y Comunidad de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa).