Un recuerdo del Papa que eligió tener el nombre de un santo pobre y estar junto al pueblo. Francisco deja un legado de fraternidad y de cuidado de la casa común desde una perspectiva ecológica.
Por José Carlos Caamaño- Profesor Ordinario Titular de la Facultad de Teología de la UCA
No es posible ser humilde sin recorrer el camino de la misericordia. Ella nos permite relacionarnos con los demás sin exigir pagas ni anteponer los supuestos derechos personales a las exigencias de la fraternidad. Francisco tuvo a la misericordia como eje de su pontificado y buscó siempre para su vida el camino de la sencillez. Francisco, tomó por nombre. Nos recordó siempre, desde el primer día, al pobre de Asís, para quien la libertad consistía en poseer todo pues no se tenía nada.
Quiero compartir un ramillete de anécdotas y reflexiones que pueden ayudarnos a meditar sobre su vida.
La primera es personal: a fines del año 2012, poco antes de ser elegido Papa, compartimos un panel en la Facultad de Teología. Era la tarde, ya casi de noche, cuando terminó. Nos quedamos charlando y le pregunté si no quería que lo acercara al Arzobispado, ya que la Facultad, en Villa Devoto, queda retirada del centro. Él me preguntó “¿tenés que ir al centro por otra cosa? No vas a hacer ese viaje por mí”. Cuando un rato más tarde yo salía de la Facultad él aún estaba parado en la esquina esperando el colectivo. No hizo nunca de su posición un lugar de privilegio personal o reclamo. Entendió el liderazgo como servicio y entrega. No rindió su libertad a pleitesías.
Cuando fue elegido Papa, al salir al balcón de San Pedro tuvo en gesto que definió su pontificado, inclinó la cabeza y pidió la bendición del pueblo allí reunido. Al pueblo servía, no a intereses particulares, se ofrendó a todos como garantía de fraternidad. Sintió y vivió al pueblo, a los más sencillos, a los que día a día luchan por sobrevivir, como el lugar en el que Dios se entregaba.
Su primer viaje fuera de Roma sorprendió. Iba a la pequeña isla de Lampedusa. Debo confesar que no entendía muy bien para qué. Esa pequeña isla es la primera escala, desesperada, de los migrantes africanos en su travesía, muchas veces mortal, hacia el viejo continente. Iba como profeta de la vida, a denunciar y abrazar. Allí se hizo vivo, palpable que el Mediterráneo se había convertido, como él mismo expresó, en un gran cementerio.
Ese mismo año viajó a Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud. Hizo camino entre inmensas multitudes. Animó a los jóvenes, les pidió que no pierdan la esperanza y definió el envío con un “hagan lío”, dando a conocer que hay cierto tipo de correcciones que lo que buscan es neutralizar nuestra creatividad y dominar al Espíritu. En ese mismo viaje se dirigió al Comité del CELAM (la Conferencia Episcopal Latinoamericana). Su discurso fue programático, y recordó las tentaciones de la Iglesia: el funcionalismo, que no soporta el misterio y hace que la acción de Dios se someta a nuestros caprichos, las ideologizaciones, que reducen el evangelio a nuestras perspectivas mezquinas, el clericalismo, que hace del servicio al que nos envía Jesús un sistema de prebendas y un estilo cultural cortesano. Nunca dejó de advertirnos esto. Fue un hombre inmensamente confiado en la fuerza de Dios, profundamente esperanzado. Por eso mismo fue consciente del poder avasallador del mal, que ingresa como un ladrón por la noche, en la oscuridad, escondiéndose, engañando, llevándose lo mejor de nosotros mismos.

El papa Francisco en Brasil. Foto de José Romero- Télam
Ese mismo año nos regala la Exhortación Apostólica Evangeliigaudium. Recordándonos ya desde su título que el compromiso con el evangelio no puede surgir y llevarnos sino hacia la verdadera alegría. En ella, entre tantas cosas nos recuerda que lo mejor de nosotros mismos se vive en comunidad. En ella vivimos las diferencias, no como absolutos, sino como ofrendas a la belleza del conjunto. Si bien hay conflictos, ideas distintas, sectores y posiciones encontradas, el sentido de la realidad debe llevarnos a privilegiar el bien común por sobre nuestras limitadas aspiraciones. En esta Exhortación nos invitó a dejar de lado perspectivas monoculturales que nos conducen a una visión empobrecedora de la Iglesia, abrirnos a la diversidad, y no dejar ensuciar el servicio a los demás con expectativas deshonestas de poder.
Su primera encíclica fue a cuatro manos, pues concluyó la comenzada por Benedicto XVI. Lumen fidei, la luz de la fe. Pero será Laudato Si‘, sobre el cuidado de la casa común, la que recorrerá como una estela todo su pontificado. Su perspectiva ecológica no cedió a la tentación de una “ideología verde” que desnaturalizaría el sentido de la creación y desplazaría la vocación del hombre y la mujer. Sin embargo, recordó que esta vocación no da a la humanidad la posibilidad de relacionarse con rapacidad con la naturaleza. La naturaleza es creación, pertenece a Dios, es un don, disponer a nuestro antojo está en la raíz de los males. Cuidarla es cuidarnos y sobre todo cuidar a los más pobres. Es un documento ecológico, pero sobre todo es un documento sobre el bien común, que nos ha sido regalado por Dios y al que debemos cuidar con responsabilidad. Por eso el “Cántico de la Creaturas”, de San Francisco de Asís será el eje que articulará la visión de fondo de todo el texto. Vivimos en relaciones de hermandad o destruimos todo.
Quiero cerrar esta memoria agradecida con dos evocaciones. En el año 2020 escribió Fratelli tutti. En este documento nos recuerda la importancia de la amistad social. Ella no puede construirse desde la aspiración a que todos seamos idénticos, sino desde la confianza en que Dios nos ama a todos. Invita a la Iglesia a ser promotora de esta amistad que exige que demos lugar a todos. ¿Quiénes son todos? Todos… todos… todos. Es difícil, exige renuncia, salir de zonas de complacencia, renunciar a posiciones de confort, dar la mano al que nos lastimó.
A diez años de su pontificado, el año 2023, visitó el Congo y Sudán del sur. Sudán, inmerso en una guerra fratricida. El Papa viajó para promover la paz. Al encontrarse con el presidente de Sudán, se postró, le besó los pies y le imploró que firmara el pacto de paz. El presidente conmovido lo ayudó a incorporarse, lo abrazó, le agradeció y firmó el tratado.
Este domingo de Pascua cerró su Pontificado como lo inició, abrazado por el pueblo, buscando su bendición, pidiendo ser llenado de fuerza y esperanza para su viaje final.

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