Dios no ha muerto, ni tampoco Francisco
por Nelson SantacruzFotos: Rodrigo Ruiz
22 de abril de 2025
La Villa 21-24 despidió a Bergoglio, el Papa villero en la Iglesia Caacupé. Una crónica para entender que Francisco seguirá vivo. Y también que, a veces, el único alimento es la fe.
El papa Francisco murió a las 2:35. Fue durante la madrugada argentina, una mañana italiana que marcaba las 7:35. Exactamente a un mes del inicio del otoño, a pocas horas de sus últimas palabras en público: “Queridos hermanos y hermanas, buenas pascuas”. Como si estuviera esperando para irse tras la resurrección de Cristo. Los albañiles y las empleadas domésticas fueron los primeros en enterarse en la villa, antes de agarrar la ropa de trabajo, antes del saludo del sol, en los pasillos, en la parada del colectivo, muchos fieles ya tenían el corazón triste porque para el obrero promedio no hay nada más valioso que su credo.
A veces el único alimento es la fe.
La comunidad de la Villa 21-24, la que rodea el centro espiritual de la Iglesia Caacupé, no terminó de celebrar la Semana Santa con ramos, la visita a las siete capillas, huevos de pascua e infinitas cantidades de chipa cuando la noticia llegó desde Roma, a campanazos. De la misma manera que los ojos sonrieron en 2013, cuando un cura nacido en Flores fue elegido como Sumo Pontífice, el 21 de abril de 2025 las miradas se miraron con llantos.

Es lunes, está fresco, los medios estallaron entre quienes lo clasificaban como kuka, comunista, peroncho, zurdo, cómplice de los milicos, humanista, líder de una institución opresora, figura disruptiva por sus pasos a favor de las mujeres, la comunidad LGBTIQ+ y la investigación de las redes de trata infantil; representante de los que aún quieren los rosarios sobre los ovarios. Era un santo y un hereje al mismo tiempo. Pedían el cielo y la pira en cuestión de horas, en paralelo. Pero en el barrio el único sonido era el murmullo que salía de la capilla, los pasos apurados del Padre Toto, los cantos que ensayaban, las flores, las velas, la limpieza, el vino, la hostia, el micrófono para la misa de despedida. Porque ante todas las categorías posibles de la política, los medios y la teología, la definición que por acá mandaba era la de “Bergoglio, el Papa villero”. Y ahora estaba muerto.
La verdad, a mis 15 años, no tenía ganas de bautizarme pero los mandatos son los mandatos. En el barrio muchos desde niños iban a exploradores, ese movimiento de jóvenes de Caacupé que armaba campamentos, aprendían muchas cosas, comían, alejaba al piberío de las calles pero en el medio también rezaban. Yo no quería rezar. Es más, hoy solo me sé el Padre Nuestro, hasta ahí… “Si seguís así, vas a tener el demonio adentro”, me decían las paraguayas del barrio. Por eso, para evitar que el demonio me consumiera por completo acepté que un tipo de blanco me tirara agua de la canilla y me rezara la frente. No había celulares para fotos, ni siquiera tenía ropa nueva aquella tarde: no estaban dadas las condiciones para el evento. Es más, mi madrina ni se presentó y en su lugar se eligió a una extraña. Estaba lleno de bebés y me generaba lo que se dice “cringe”, al ser el único adolescente.
Bergoglio procedió y me dijo algo. “¿Qué dijiste?”, respondí. “¡Que Dios te bendiga, hijo!”. Y lo único que me salió contestar fue: “Ah, bueno, ok”. Fue frente a la Capilla San Blas, el santo de la garganta, en la Villa 21-24, a metros del Riachuelo. Esa tarde mi familia me miró distinto, hasta comimos algo especial, como si bajo la carpa y maderas que oficiaban de casa yo fuera el más limpio, el más puro por un rato. Rodeado de basura, hambres y violencia pero bautizado. Unos años después supe que ese tipo fue elegido Papa.

Fue desde la llegada al Vaticano, en 2013, cuando le presté atención desde la óptica humanitaria. Descubrí al Padre Pepe, Paco, Chueco, Tano, Toto, Tonga… después al Padre Daniel de la Sierra y al Padre Mugica. Un hilo de conceptos, historias y villas que desconocía. Lejos de las coronas de oro, los pisos lustrados de alguna catedral y los brillos de cualquier santo, en Caacupé, nutrido fervientemente por la gestión de Bergoglio y Francisco, comimos los hambrientos, nos vestimos de la ropa usada, nos daban el certificado de domicilio, nos conseguían el cajón para nuestros muertos y un poco de sosiego para la salud mental de nuestros vivos. Quien a eso llame alienación, adoctrinamiento, nos subestima bastante.
Toto tenía los ojos brillantes, caídos y tristes pero él estaba motivado para dirigir la misa a las 19:30hs puntual. Los medios cayeron de a montones, Caacupé colapsó por los costados, cientos de fieles con los mismos ojos caídos, rosarios en cuello, sedientos de las palabras cristianas que iban a despedir a su Papa villero. Y en el medio, más murmullos:
“Mi corazón está vacío”. “Francisco nos hizo crecer en lo espiritual”. “Él nos enseñó a obrar por el otro”. “¿Qué va a pasar con nosotros?”. “Al Papa le gustaba la chipa”. “¡Ñandejara!”. “Quedé en blanco”. “Fue como Maradona con el fútbol”. “Lo tenemos que seguir disfrutando”. “El mundo recordará lo bueno”. “Ave María Purísima… sin pecado concebida”. “Nos deja a los villeros en lo más alto”. “¡Que viva el Papa Francisco!”. “Chipa, chipa, calentito la chipa”. “¡Viva!”. “A mi me bautizó”. “Toda mi familia tiene una foto con Bergoglio”. “Gloria a Dios, ¡en las alturas!”. “Venía cada tanto a tomar mates”. “Era de San Lorenzo, ¿vas a poner eso en la nota?”.

Las cámaras, el exceso de celulares, algún que otro candidato político, “unos chetos” de repente cayeron a la Iglesia Caacupé donde Toto y sus compañeros dan misa todas las semanas. Francisco los había traído hasta los pies de la Villa 21-24 para que no se olvidaran de nosotros, los vecinos. “Prefiero a la Iglesia accidentada por salir a la calle antes que enferma por quedarse encerrada. El legado de Francisco son los descartados, lo que el mundo expulsa de la sociedad. Los preferidos del Papa siempre fueron los más pobres entre los pobres”, gritó el padre, con un Jesús crucificado e inmenso a sus espaldas. Mirando.
Misa en la Villa 21-24, donde tantos años caminó el Papa Francisco. El legado del Papa argentino entre los más excluidos. "Quiero a una iglesia accidentada por salir a la calle, mucho más que una iglesia enferma por quedarse encerrada", dice el padre Toto de ese barrio. pic.twitter.com/qYhZJa3bN9
-- Revista Cítrica (@revistacitrica) April 22, 2025
Hubo cantos en castellano, en guaraní. Hubo rezos, llantos, abrazos. “La Iglesia empezó sin el Papa y seguirá sin él. Eso no lo hace menos, lo hace más grande”, destacó Toto. Me acordé de la frase de Francisco, con esencia de Bergoglio: “Hagan un lío que nos de un corazón libre, solidario y de esperanza. ¡Hagan lío, pero organícenlo bien!”. Después vino el Padre Nuestro. “¡Esa me la sé!”, pensé. Me persigné, por si acaso…Y envuelto en toda la liturgia villera acepté que Dios no ha muerto, ni tampoco Francisco.
Si llegaste hasta el final de esta nota, probablemente te haya gustado e interesado. Si es así, queremos decirte que esta crónica requirió de un cronista que asistió a la misa y luego escribió, de un fotógrafo que capturó las imágenes que acompañan al texto, de una editora que prestó atención a cada detalle y de un CM que buscó las formas para que te enterés en las redes sociales de la existencia de esta crónica. Todo eso es trabajo. Trabajo para publicar una nota que no vas a ver en los medios de comunicación empresariales. Por eso te pedimos que nos banques. Hacé click acá y suscribite a Cítrica.

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