Seis meses de injusticia

por Pablo Bruetman
25 de octubre de 2017

El referente wichí Agustín Santillán recuperó la libertad. La trama de cómo y por qué le inventaron más de 25 causas para silenciar los reclamos de la comunidad. Y los delitos cometidos por la policía que aún siguen impunes.

Podría suponerse que el calvario de Agustín Santillán comienza el viernes santo, cuando sale a buscar una olla pero termina preso, golpeado y torturado por la policía; y escucha desde el patrullero los vitoreos y aplausos de quienes reclamaban su cabeza. El sufrimiento de Agustín podría empezar ese viernes 14 de abril. O algunas semanas antes, cuando el policía Luis Miguel Chamorro balea a un chico del barrio Las 50 viviendas y le saca un ojo. O al día siguiente, cuando en venganza alguien quema la casa de ese policía. O el jueves santo, cuando empresarios, políticos y medios de comunicación instan a los pobladores criollos de Ingeniero Juárez a cortar la ruta para exigir el encarcelamiento de 14 personas de la comunidad wichí, entre ellas Agustín Santillán, supuesto instigador de los robos y el narcotráfico que azota a la ciudad.

Pero las suposiciones engañan. Y las fechas y el tiempo más. A Agustín lo persiguieron y estuvo preso durante más de seis meses por contar, registrar, sacar fotos y hacer videos de las injusticias que padecen las personas originarias en la provincia de Formosa. Por reclamar. Por denunciar al poder político. Por haber cortado rutas para visibilizar los reclamos. 

El sufrimiento de Agustín Santillán es ancestral. Está en su familia, en sus vecinos y vecinas. En los inundados, que en el verano de 2017 vieron pasar los colchones y toda la ayuda estatal hacia los barrios de criollos y nunca a los de las comunidades originarias. En los ancianos a los que él acompañaba a la ANSES para traducirles del castellano al wichí. Porque el Estado no habla wichí. O en los chicos y padres de la Escuela Especial 17, que también necesitaban un traductor para poder aprender. El sufrimiento a Agustín le viene de muy chico, cuando el corazón le dejaba de latir sino ayudaba. 

El tiempo y el espacio no dejan mentir. Viajamos al lugar de los hechos y no podemos entender que el referente wichí de Ingeniero Juárez haya pasado tanto tiempo privado de su libertad tras dictársele la falta de mérito en más de 25 causas. Agustín Santillán y Víctor Hugo Delgado permanecieron detenidos hasta el 24 de octubre por robo calificado por el uso de arma de fuego.

La mañana del supuesto robo, Agustín estaba en su trabajo, haciendo el traslado de una incipiente palmera a una maceta más grande; y Delgado estaba trabajando en la casa de un gendarme. Ni el empleador de Santillán ni el empleador de Delgado fueron llamados a declarar. Por el contrario, sí han sufrido amenazas de la policía para que no hablen. Santillán y Delgado se conocieron en la cárcel. Antes, apenas de vista. Y sin embargo, dice en la causa que Santillán le facilitó el arma a Delgado para robar la casa. O Delgado a Santillán, eso cambia en el expediente como si nada. Si fueron capaces de inventar un arma que jamás existió, cambiar al delincuente material a delincuente intelectual y al delincuente intelectual a delincuente material es un detalle demasiado menor. 

La cronología de los hechos es la siguiente: el 21 de marzo por la tarde, dos chicos de entre 10 y 14 años patean el portón de la casa del policía Luis Miguel Chamorro. Es a la vuelta de la casa de los Delgado. Es enfrente de la casa de los Torres. Los Torres están signados por la desgracia. Y para ellos la desgracia y la policía son sinónimos.

Dicen que la Justicia es tuerta. A los Torres la policía los dejó tuertos. Literalmente. Y la Justicia con ellos directamente es ciega. En 2015 (se hace difícil evitar los flashbacks) Reyes Torres salió a buscar leña y pasó por la Ruta 81 donde la policía reprimía a Agustín Santillán y otros integrantes de la comunidad wichí del barrio obrero. Allí recibió un disparo de bala de goma en un ojo y quedó tuerto. Reyes Torres tiene cinco hijos. Uno de ellos se llama Santiago y aquella tarde en que comienza el otoño, ve a los chicos golpear el portón de la casa de Chamorro; entonces se acerca para decirles que no lo hagan, que es la casa del policía, que no hagan boludeces. Pero Chamorro tira una bala de goma. Otro Torres que queda tuerto. "Casi no veo. Veo muy poco", dice Santiago para finalizar una historia que nos pide no grabar. Por eso tampoco le pedimos fotos. Nunca hizo la denuncia. Si la hace nadie lo protegerá. Los Torres han vivido enfrente de un policía. Tienen policías de civil vigilándolos día y noche. No hay mucho qué hacer. El balazo fue a las siete de la tarde. A esa hora, Agustín Santillán estaba haciendo un flete, trasladando unas camas y colchones a su trabajo. Por eso sale más tarde. Gabriela Torres, su compañera, trabaja en el mismo establecimiento y se queda esperándolo. Por teléfono les avisan del balazo y a eso de las nueve de la noche se acercan a la casa de los Torres para saber cómo está Santiago. Hablan con la madre, quién les cuenta lo que sucedió. Y Agustín y Gabriela se vuelven a su casa en el barrio viejo. Y al día siguiente, 22 de marzo, van de vuelta al centro a trabajar. Gabriela hace limpieza con un horario fijo. Agustín ayuda con lo que la dueña necesite: mandados, fletes, lo que se necesite. La dueña, mientras trata de recordar aquel día con exactitud, remarca siempre que Agustín y Gabriela la ayudaron cuando más lo necesitaba. Y recuerda: "Sí, fue el día que plantamos la palmera, en realidad el día que la llevábamos al frente. Le pedí a Agustín que hiciera el trasplante de la maceta. ¿Y ahí lo llamaron, no Gaby?". El llamado que ningún juez ni fiscal se encargó de peritar era para avisarle a Agustín que habían incendiado la casa de Chamorro. Otra prueba de que el referente wichí nunca pudo robar esa casa. Cuando llegó ya estaba incendiada. "Había mujeres sentadas en la vereda y mucho humo. Preguntamos quién lo hizo y nadie sabía", cuenta Gabriela. Los amigos de Santiago tiraron cascotes en venganza. Pero fue una mujer quien prendió fuego la casa del policía. Recién ahora, en octubre, hay testigos que la vieron y piensan en ir a declarar. Pero aún no están seguros. Hay miedo porque la policía está en cada esquina. Porque mientras hablamos con quien fuera la jefa de Agustín y Gabriela, un auto de policía pasa diez veces por la puerta del local- que por seguridad preferimos no decir cuál es-. Cuando Agustín cayó preso, la policía la visitó y le dijo que no le diera más trabajo a Gabriela. A ella no le importó y no la quiso echar. Pero Gariela para protegerla decidió no volver.

El 1º de abril a Víctor Hugo Delgado, vecino del barrio de las 50 viviendas, Bienvenido "Puntero" Helguera,- puntero político conocido en la provincia de Formosa por confesar en 2009 que para las elecciones se compraban DNIs de las comunidades originarias-  le ofrece una changa en un barrio criollo. Delgado, sin trabajo fijo y con su pareja embarazada de tres meses, no duda en aceptar. No imagina que lo pueden meter preso. Lo agarran y lo golpean. No sabe de qué lo acusan. En el barrio dicen que eso no importa, “primero te agarran y después te inventan la causa”, dicen. El delito es vivir en el barrio. Y ser originario. 

Pasan los días y en el barrio de las 50 viviendas hay una guerra que se extiende a otros puntos de la ciudad. Una guerra despareja. Como la de la "Conquista de América". Como la de "La Conquista del Desierto". Como la de la represión del 1º de agosto en la Lof de Cushamen. Pero varios meses antes. Con un Santiago atacado por fuerzas policiales. Con policías tirando balas. Con originarios respondiendo con piedras. Y Agustín Santillán es el culpable perfecto. El que quiere la policía, la Justicia, los terratenientes y el poder político-económico. Y también los medios de comunicación de la provincia. Si llego después del incendio y lo único que hizo fue sacar fotos y hablar con la gente del barrio hasta ahora no importa para la Justicia. En los días subsiguientes hubo algunos robos en la ciudad. Las acusaciones siempre fueron para los originarios que denunciaron que el reparto de la ayuda estatal después de las inundaciones fue exclusivo para los criollos. No a las personas que los hicieron. Chicos también originarios a los que criollos les venden drogas, alcohol y bidones de nafta para tomar. Y algunos criollos también. La búsqueda de un culpable se acelera. Es la oportunidad para encarcelar a Agustín Santillán, el originario que denuncia. Un grupo de criollos corta la ruta para reclamar seguridad y la inmediata detención de Agustín Santillán y otros13 wichís. Y funciona. 

Es viernes santo. 14 de abril. Juani, el hijo de Gabriela cumple años. Su casa en el barrio viejo es chica y la olla también chica. Entonces Agustín sale al centro por una olla prestada pero nunca vuelve: la policía lo golpea en el barrio obrero delante de la comunidad para que quedé claro el mensaje: "los indios no hablan".

El móvil policial que lleva a Agustín también pasa por la ruta. Los manifestantes festejan jocosos: "Ahí va Jesús Santillán". "¿Quieren conocer al Jesús originario?" "Que se pudra en la cárcel".

Seis meses estuvo adentro. La pasó muy mal. Hizo una huelga de hambre y tuvo problemas de salud. Pero siempre mantuvo la dignidad. Hoy, miércoles 25 de octubre a las 18, se sube al micro que lo devolverá nuevamente a Ingeniero Juárez, a su tierra. Donde se reencontrá con su familia y con las comunidades wichí y ojalá pueda seguir luchando. Ahora que ni siquiera con 25 causas inventadas pudieron detenerlo, volverá más fuerte que nunca.

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