Migrantes que el Estado no ve

por Mariana Aquino
26 de junio de 2020

Son la mano de obra mal paga, la fuerza de trabajo precarizada, Son los vendedores y las vendedoras ambulantes de Once, Flores, Constitución, son quienes cosen los barbijos que usamos para cuidarnos del coronavirus son quienes sostienen muchas de las tareas esenciales durante la pandemia pero todavía las medidas de asistencia social que impulsa el Gobierno no les benefició. Por eso les migrantes de la Ciudad de Buenos Aires se organizan para tender redes y ayudar a quienes más lo necesitan.

“Ser argentino nativo o naturalizado y residente, con una residencia legal en el país no inferior a 2 años”, ese es uno de los requisitos que detalla la Anses en su página web para recibir el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Sin embargo son muchas las personas migrantes con más de dos años en el país que no pueden salir a trabajar y tampoco acceder al beneficio.

Ese el caso de Henry, quien vive en Argentina hace más de 10 años, es trabajador informal y ahora con su actividad paralizada no cuenta con ningún ingreso. No pudo cobrar el IFE. "¿Cómo puede ser?", se pregunta.  No se dio por vencido e hizo la reinscripción pero no tuvo respuestas. Sigue rechazado su pedido. A él y a toda su familia le pasó algo similar. Nadie, aun con residencia por más de dos años, cobra el IFE.  Les recomiendan esperar, que tal vez cobren el mes siguiente.

Pero Henry no puede salir a trabajar, si no trabaja no tiene plata para comprar comida y no come. Henrry no puede esperar. ¿Cómo le explica a sus hijes que hoy no hay nada para comer? “Cuesta esto, cuesta el doble porque estamos en casa, con las necesidades ahí, a la vista. Es muy triste”.

Les migrantes en Argentina la están pasando mal.“Muchos chicos ya no tienen para comer. Al principio recibimos más ayuda pero ya se puso más difícil. Seguimos sin trabajar, y si nosotros no trabajamos no comemos ni pagamos nuestras casas. Es muy triste así”. Baye, vendedor senegalés del barrio de Once, lleva, junto con sus colegas, más de dos meses sin salir a la calle.

"Muchos chicos ya no tienen para comer. Al principio recibimos más ayuda pero ya se puso más difícil".

“El hambre no se toma cuarentena”, dicen -casi como un mandamiento motivacional- les integrantes del  Bloque de Trabajadorxs Migrantes,  el movimiento encargado de gestionar y distribuir las donaciones (a veces insuficientes) para las  más de 100 familias migrantes que necesitan de ayuda, y en cuarentena más que nunca. Y así es, el hambre no se toma cuarentena, sigue golpeando a los colectivos más desprotegidos

Contra el hambre y el aislamiento es que Carla lucha cada día cuando sale, permiso en mano, a juntar la mercadería que les donan organizaciones como la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT). Contra el hambre y el aislamiento es que Hugo recibe en su casa del barrio de Flores las donaciones.  Elles pertenecen al Bloque de Trabajadorxs Migrantes y se pusieron al frente de esta campaña para llenar las ollas vacías de la migrantada: vendedores ambulantes, talleristas, empleadas domésticas y jefas de hogar. Aquí las redes que tejieron con el FOL, el MTE y el Movimiento Evita, entre otras organizaciones, fueron importantes.

“Empezamos la campaña sin saber cómo y de dónde íbamos a conseguir la mercadería. Nos mandamos a esta aventura y resultó. Ahora nos vemos envueltxs en una gran responsabilidad porque tenemos una planilla que supera las 100 familias, más de 400 personas de  los barrios de Flores, Mataderos, Once, Avellaneda, Lomas de Zamora, Villa Celina y Constitución que dependen de ese plato de comida que podemos gestionar con mucho esfuerzo desde el Bloque Migrante. Cada vez son más las familias que se acercan, y la verdad no creemos poder con tanta demanda. Te parte el alma tener que decidir qué casos priorizar porque muchas son mujeres con hijes, jefas de hogar, en un contexto en el que no pueden salir a trabajar.  Y cuando pueden, el abuso es mucho”, dice Carla.

Te parte el alma tener que decidir qué casos priorizar porque muchas son mujeres con hijes, jefas de hogar.

Al hablar de abuso Carla se refiere a la precarización y  la explotación laboral que se está dando -más que nunca- en los talleres donde se confeccionan barbijos por un promedio de 4 pesos cada uno y ambos para los hospitales por solo 18 pesos.

 “Nos pagan entre 4 y 5 pesos por barbijos, y por la zona de Olimpo pagan hasta 3 pesos. Una miseria pero algo es algo, ahora con la pandemia no podemos hacer mucho. Y se abusan sí, pero qué vamos a hacer”, afirma resignada una costurera de Lomas de Zamora. 

“Les vendedores ambulantes no pueden salir a trabajar, las costureras están en sus casas o siendo explotadas por unos pocos pesos al día, los vendedores senegaleses también la están pasando mal. Es difícil decidir a quién donar y a quién no. Estamos entre la espada y la pared porque este laburo que con voluntad hacemos lo debería hacer el Estado”.

Son los vendedores y las vendedoras ambulantes de Once, Flores, Constitución, y también del conurbano; son quienes cosen los barbijos que usamos para cuidarnos del coronavirus y son quienes siembran nuestros alimentos en las quintas de la provincia de Buenos Aires. Son les migrantes que también sostienen a fuerza de trabajo duro el país en medio de una pandemia. Aquí está la primera línea precarizada que el Estado todavía no reconoce. 

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