Basurales a cielo abierto: "Esto es un genocidio ambiental"
por Lautaro RomeroFotos: Rodrigo Ruiz
28 de septiembre de 2022
En González Catán les vecines reclaman desde hace más de dos décadas el cierre definitivo del relleno sanitario de la Ceamse, donde reciben toneladas de basura a diario que contamina el aire, la tierra y el agua. ¿Cómo resisten quienes viven en los márgenes?
¿Sabías que en Argentina enterramos el 80% de la basura? Todo lo que mezclamos y descartamos -sólo el 6% se recicla-; termina en basurales a cielo abierto -hay más de 5 mil en el país- o en rellenos sanitarios, donde se depositan los residuos después de haber recibido determinados controles y tratamientos que -supuestamente- hacen que disminuya el impacto sobre el ambiente y las personas.
Existen rellenos sanitarios en Córdoba, Neuquén, Bahía Blanca, Misiones, Rosario y en la provincia de Buenos Aires, donde vivimos casi 18 millones de personas, ajetreadas, donde nos tapa la basura y el colapso es inminente. Hablamos de toneladas y toneladas de basura, montañas enormes, de varios metros de altura. Ahí, bajo tierra, o a la vista de todas y todas, entre las bolsas con residuos domiciliarios puede haber lo que se les ocurra: materia orgánica, papel y cartón, plásticos, vidrios, metales. Madera, medicamentos, ropa y calzado. También residuos industriales y patogénicos, peligrosos para la salud y la vida.
Un sistema en jaque
¿Acaso no es una amenaza el enterramiento y la acumulación indefinida de basura sin una solución de fondo? ¿Acaso el descarte compulsivo y la liberación de dioxinas y furanos -dos de los componentes orgánicos persistentes (COP) más nocivos- no enferman hasta la muerte a las poblaciones que habitan en los márgenes de los barrios del conurbano?
¿No contaminan las fuentes de aguas superficiales y subterráneas, los líquidos lixiviados que liberan los residuos sólidos cuando entran en descomposición? ¿Qué ocurre con la flora y la fauna cuando entran en contacto con estos desechos? ¿No contaminan el aire, la atmósfera y profundizan la crisis climática los gases producidos? ¿No son un peligro las tosqueras, lagunas artificiales y piletas de la muerte que no están señalizadas ni reciben ningún tipo de tratamiento y resultan de la extracción de tosca para grandes construcciones y caminos?
Hace más de cuatro décadas que la empresa Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (Ceamse) está a cargo de la gestión de los residuos sólidos urbanos del AMBA, desde las zonas de acopio, el transporte, hasta su disposición final.
Actualmente la Ceamse cuenta con 4 “complejos ambientales” (rellenos sanitarios) en Buenos Aires: Norte III, el de mayor envergadura, abarca parte de los partidos de San Miguel, San Martín y Tigre, recibe un promedio diario de 16 mil toneladas de basura, 424.570 toneladas por mes (el 85% del total de los residuos del sistema), que llegan directo de la CABA, 25 municipios y algunas toneladas que llegan de las “estaciones de transferencia”. En las estaciones se realiza el traspaso de la carga de los camiones recolectores hacia otros camiones que cargan hasta 25 toneladas y trasladan los residuos hacia el resto de los complejos ambientales: Ensenada (10.180 t/mes), Ezeiza (10.920 t/mes) y González Catán (dos mil toneladas de basura por día, 60 mil toneladas por mes, provenientes del Municipio de La Matanza, donde se estima que viven 2 millones de personas).
Hasta 2007 González Catán recibía basura de todo el conurbano. ¿Se imaginan el daño que ocasionó en todo ese tiempo semejante cantidad de basura dispuesta en un solo lugar? Esta realidad cambió -o al menos dejó de doler tanto- gracias a la lucha y la organización de vecinos y vecinas de los barrios Nicole, San Enrique y Las Marías, los más afectados por la contaminación. En noviembre de 2006 miles de personas bloquearon la entrada principal del Ceamse de Catán en una movilización popular histórica que fue bautizada como el “Catanazo”. Impidieron la entrada y salida de los camiones. Además de los vecinos y vecinas de Catán, participaron estudiantes, sindicatos, centros culturales, organizaciones sociales, personas desocupadas, asambleístas, ambientalistas y organismos de Derechos Humanos. El sistema quedó en jaque y las calles de la provincia y la capital se llenaron de basura.
Cuando vino a González Catán, hace ya varios años, Graciela vio que había lugares para descansar y distenderse. Quizás para ese entonces había suficientes espacios verdes para que sus hijxs corran y jueguen al aire libre. No obstante, al poco tiempo, Graciela notó que el agua del Arroyo Morales, que pasaba cerca de su casa, cambiaba de color. “La gente ya no se podía meter, y quien se atrevía, salía lleno de granos”, recuerda.
El relato, de terror, duele hasta los huesos.
Graciela: “Un día salí a la tarde y mi esposo me llamó diciéndome que la nena lloraba y se sentía mal. Mi hija estaba destemplada. Le di la teta y se calmó. Después se levantó con fiebre, la llevé a la clínica y la internaron porque no respiraba bien. Le pusieron oxígeno. Estuvo ocho días internada. Hicieron análisis de la sangre que le habían sacado y me dijeron que era un virus que estaba en el aire. Me dijeron que si se salvaba, iba a tener secuelas. No aguantó y falleció el 2 de octubre de 1992. Estaba a punto de cumplir 11 meses. Nació sana, vital, era muy alegre. Se reía siempre”.
Después enfermó su hijo. Le hicieron estudios. El infectólogo les preguntó si vivían cerca de un basural o de un transformador. Hasta ese momento Graciela y su familia no tenían noción del monstruo al que se enfrentaban. Su hijo se curó, pero estuvo hasta los 20 años con tratamiento en el Hospital Garrahan.
“Fui a la casa de una conocida que era docente. La escuché hablar de la Ceamse”, dice Graciela. “La escuché decir que había muchos chicos con problemas de forúnculos, adultos que padecían lupus, leucemia, cáncer de pulmón y otras enfermedades respiratorias. Los vecinos empezaron a reunirse porque notaron que había más enfermedades de lo común. Ahí hice el click, ahí entendí cuál era la razón de todo lo que le había pasado a mi familia”.
“Luchamos para generar conciencia y por la vida plena de las personas”
Hugo es miembro de la Asamblea de vecinos autoconvocados de Catán, y una de las personas que agitó el avispero y generó conciencia en este territorio de sacrificio: más allá de la Ceamse, quienes habitan estos lares conviven con cementerios y depósitos de autos abandonados, industrias contaminantes (como Klaukol), basurales clandestinos, tosqueras. Un cóctel peligrosísimo, todo a metros de sus casas.
“Hay montañas de residuos que contaminan el suelo, el agua y el aire”, afirma Hugo, con la mirada cansada. Argumenta: “Al no haber clasificación de residuos, no se separa lo seco de lo húmedo y vienen todos los residuos mezclados, que generan el jugo de la basura que contamina el suelo y las napas de agua (más precisamente los acuíferos Pampeano y el Puelche)”.
¿Qué proponen desde la agrupación?: “La separación en origen y la recolección diferenciada. O sea, el reciclado. Que se pueda cuidar el ambiente y la salud de los vecinos generando trabajo, teniendo una manera de tratar los residuos que sea sustentable. Nuestra concepción es de cuidado hacia la naturaleza, con armonía para que la vida del ser humano sea digna. Nos tendrían que preguntar qué podemos aportar desde nuestro conocimiento, desde la práctica. El Estado está a favor de los sectores más concentrados de la economía, no les interesa el reciclado. Nosotros antes no sabíamos nada de todo esto, fuimos aprendiendo. Escuchamos, miramos, estudiamos y aprendemos mucho de otras experiencias”.
Otra de las propuestas que pregonan los vecinos y vecinas de Catán es la creación de un sector en el Hospital "Simplemente Evita" dedicado al control y al seguimiento de enfermedades generadas por la contaminación de la Ceamse y la empresa Klaukol en las poblaciones. "El sector debe tener recursos y financiamiento permanente para que no falten especialistas", remarca Hugo.
La lucha les llevó a la necesidad de tener un espacio con sentido de pertenencia. Con ese ímpetu recuperaron el galpón que era del ferrocarril, cerca de la estación González Catán. Resistieron y le dieron vida a un centro cultural.
En ese galpón realizan asambleas, escuchan a quienes atraviesan problemas de vivienda, salud, educación y trabajo. Sostienen una biblioteca comunitaria y dan cursos de capacitación laboral y expresiones artísticas. Además hacen huerta y articulan con las escuelas para que los pibes y pibas planten árboles.
“Compartimos lo que sabemos y generamos conciencia para que se pueda crear una sociedad diferente. Que la filosofía de vida no sea el lucro y el negocio, sino la vida plena de las personas”, nos explica Hugo. Y se entusiasma: “Queremos dar talleres sobre minería a cielo abierto, la sojización, el glifosato, el avance sobre las costas, los humedales. Queremos hacerlo para denunciar este modelo capitalista agroexportador que privilegia el negocio para unos pocos y afecta los recursos naturales”.
"Chicos con problemas de forúnculos, adultos con lupus, leucemia, cáncer de pulmón y otras enfermedades respiratorias. Los vecinos empezaron a reunirse porque notaron que había más enfermedades de lo común".
En diciembre de 2005, vecinos y vecinas hicieron una denuncia en el Juzgado Federal Nº3 de Morón por la presencia de residuos peligrosos. El juez Juan Pablo Salas ordenó tomar muestras para analizar el agua de la zona: encontraron mercurio, cadmio, cromo, arsénico y plomo. “Nos dijeron que el agua no era apta para el consumo humano, ni siquiera para cepillarse los dientes'', señala Hugo. “Con esta resolución el gobierno provincial se vio en la obligación de proveer de agua potable a varios barrios de González Catán. Crearon el programa “Agua Más Trabajo”, que consistió en la instalación de una bomba sumergible a 80 metros de profundidad, que alimentaba a 20 manzanas. El problema era que seguía siendo agua de pozo, es decir agua contaminada con metales pesados”.
Con el correr del tiempo los mismos vecinos hicieron relevamientos de salud, juntaron evidencias y datos. Entre 2014 y 2015 censaron a más de 500 personas en los barrios Nicole y San Enrique, y en los resultados observaron distintas patologías: manchas en la piel, alergias, trastornos respiratorios, gastrointestinales, renales, cardíacos, forúnculos y cáncer, entre otros.
En 2007 el por entonces gobernador bonaerense Felipe Solá, le prometió a los vecinos que el Ceamse de González Catán cerraría sus puertas. Pasaron 15 años y todavía reclaman el cierre definitivo.
Darío, vecino afectado por la contaminación, suma su experiencia después de haber vivido 32 años frente a la Ceamse de González Catán: “A veces es imposible estar afuera de tu casa, no se banca el olor, ni siquiera estando adentro. Mi mamá tuvo que mudarse porque vivía con asma. Vivíamos con granos por el agua que consumimos. Es horrible. Me fui a vivir un tiempo a zona sur y no tenía estos problemas, estaba sano. A mis hermanos les pasó lo mismo. El agua del pozo no se puede tomar, la dejas quieta y enseguida se ve como si fuese aceite, está turbia. A veces hay que tomarla porque no hay plata para comprar agua".
Al mismo tiempo, desde la Asamblea se oponen firmemente a la puesta en marcha del proyecto del Centro Ambiental de Reconversión Energética (CARE) que impulsó la intendencia de La Matanza, para básicamente convertir la basura en energía, apostar a un cierre progresivo del relleno sanitario y alcanzar una posible solución definitiva al problema de la basura. Lo cierto es que el CARE, que contemplaba la construcción de una planta de separación de residuos, nunca se cristalizó.
Los vecinos denuncian que, en lugar de una planta industrial, lo único que hay es “un galpón vacío”. “¿Qué pasó con el dinero que se destinó? ¿Qué pasó con la maquinaria?”, se preguntan. Hugo: “El CARE apuesta por la incineración de los residuos. Su intención es quemar para hacer biocombustible y energía eléctrica, pero en realidad se trata de camuflar y embellecer. Lo que sucede es que la incineración es tan nociva como el entierro porque genera dioxinas”.
“Nos dijeron que el agua no era apta para el consumo humano, ni siquiera para cepillarse los dientes''.
Anahí es docente y día tras días concentra sus energías en generar interés desde las aulas con la esperanza de frenar este “genocidio ambiental”. “Cuando nosotros les presentamos la problemática general a los abogados de la empresa Ceamse, el argumento fue: 'no tenemos nada que ver'”. “El enterramiento de la basura, supuestamente, vino a reemplazar a los basurales a cielo abierto. Pero si caminas por las calles de Matanza la basura sigue estando a cielo abierto. En las calles, en las esquinas, en los potreros. Hasta ese sistema es deficiente, porque es tanta la basura, es tanto el consumo. Las montañas de basura se están cayendo detrás de tu casa. Yo no sé si esto tiene solución, ya son muchos años de acumular basura”.
Anahí habla desde el territorio, con el corazón en la mano, y nos invita a la reflexión: “En el kilómetro 47 (de la Ruta Nacional Nº3) hay un polo industrial enorme: tenés los mataderos, las fábricas Mercedes Benz y Royal Canin. ¿Con qué cara le digo a un pibe que él tiene que separar la basura en su casa? Es cierto que tenemos una responsabilidad individual, pero también hay un discurso de que la culpa la tiene el consumidor, y eso es terrible". Sentencia: “Le echan la culpa a las víctimas. Esto provoca un disciplinamiento del pueblo”.
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