El alquimista de los sonidos

por Maxi Goldschmidt
24 de agosto de 2016

A cinco años de la muerte del Chango Farías Gómez, se estrena la película La del Chango. Entrevistamos a Milton Rodríguez, el fanático que una noche fue a verlo tocar y terminó haciendo su primer largometraje con él.

Ese martes a la noche en Jazz & Pop empezó la película. Ninguno de los dos lo sabía. O quizá el Chango sí, seguro que lo intuía. Porque esa es una de sus magias. Abrir puertas desconocidas, explorar caminos ancestrales pero vírgenes para nuestro folclore, para nuestra música toda. Hoy, a cinco años de su gira definitiva, el Chango sigue haciendo eso, más allá de la música, en la película dirigida por Milton Rodríguez.

¿Cómo lo conociste al Chango?

De fanático. Yo iba a verlo todos los martes que tenía un ciclo en Jazz y Pop, en un sótano, chiquito, en el centro. A veces eran más músicos que espectadores. Yo iba todas los martes y en un momento empezamos a saludarnos. Un día me dice, vení, tomate un vino después de tocar. Yo con eso ya estaba hecho. Yo estaba con Victoria, que es la fotógrafa de la película. Y de ahí sale, a qué se dedican, nos preguntó. Somos del palo del cine. El sábado de esa misma semana terminamos en su casa, su mujer había hecho empanadas, y él contándome que quería hacer una película. La película que quería hacer Chango era de ocho horas sobre los últimos quinientos años de la música argentina.

¿Y cómo se imaginaba esa película el Chango?

Me la empezó a contar y era una maravilla la película que quería hacer. Una especie de gran material de referencia para seguir construyendo desde ahí. Enorme, inabarcable. Me moría de ganas de ver esa película, de verla todas las semanas pero no puede ser mi primera película, tengo 22 años, le dije. Pero no me aceptaba un no como respuesta. El Chango no le tenía miedo a las cosas grandes. De hecho me dijo: yo llegué a los setenta años y a todo esto porque nunca arrugué, no me digas que vas a arrugar vos, que sos un pendejo y tenés todo por ganar. No, yo qué sé, pero buscá un director groso, una película de ocho horas sale una fortuna, ni sé cuánto. Empezó toda una discusión y él me seguía contando ideas para la película. Terminamos en una especie de arreglo, que era hacer una película más normal, de una hora y media, sobre los últimos cincuenta años de la música. Y a partir de ahí viendo qué podíamos seguir haciendo. Si nos iba bien con esa, hacíamos otras. Empezamos armar el guión de la primera y a tratar de conseguir fondos, y ahí se complica todo. Ahí se nos va el Chango y se va todo a la mierda.

Y ahí se terminó la película.

Yo al Chango siempre lo había querido como músico, pero en el camino ya lo amaba como persona. Teníamos discusiones y todo, pero el viejo se hacía amar. Fue un golpe muy duro en lo personal, yo justo también había tenido una pérdida personal y estaba en un momento muy feo. La película que habíamos pensado ya no se podía hacer. Y aparte, hablabas con el Mono (Rubén Izarrualde), le decías Chango y era para llorar y abrazarse, no para pensar cómo fue el arreglo de Maturana. Entonces vino todo un período de volver a ponerse de pie y ahí lo que pasaba es que, desde el velorio, como todo el mundo sabía que estábamos con este proyecto, venían y te decían, che, pero la película la tienen que hacer igual, cuándo va a estar la película del Chango. Toda un montón de gente que yo admiraba y tenía como referentes fogoneándonos para filmar. El Mono, Jaime Torres, Rita Cortese. Y bueno, se le fue encontrando la forma a hacer esta película.

La del Chango, que se estrena este jueves 25 en el Cine Gaumont, es una película viaje a ese mundo de mil puertas que fue (y sigue) construyendo el Chango Farías Gómez. Antes que nada un artista, pero también un explorador, un alquimista, un inventor a partir de la intuición, del riesgo. El Chango es de esos tipos inquietos que buscando los límites del mundo crean otros. O al menos llegan a mundos que, de otra manera, hubieran sido siempre ajenos para nosotros. A lo largo de la película, y con diferentes y hermosos ejemplos, algo de eso explican Jaime Torres, Oscar Alem, Peteco Carabajal, Antonio Tarragó Ros, Verónica Condomí y otros artistas y conocidos del Chango, que también repasan las formas que incorporó a la música nativa: la polifonía, los arreglos solo para voces, los sintetizadores, las guitarras de nylon y eléctricas, las baterías y múltiples bombos, las reminiscencias africanas y españolas, la complejidad rítmica, armonizaciones libres, la improvisación y la orquestación.

“Una película que hable de lo que queda vivo del Chango. Para él la música había que entenderla viva y en movimiento constantemente y no como algo arqueológico. Y esa es la idea de la película, porque él está vivo”, remarca Milton Rodríguez, ese joven, también inquieto, también artista, que no sólo rinde tributo a uno de los grandes artistas de nuestra música sino que le es fiel en eso de “que prueben, que mezclen, que experimenten”.

¿Qué te diría el Chango de La del Chango?

Por un lado me diría que le gustó. Y por otro lado me criticaría veintisiete millones de cosas porque no se guardaba una. Después de un tiempo ya lo conocía. Cuando el Chango no te decía nada, estabas meando afuera del tarro. Cuando él te decía bueno, sí, pero esto no es así, es que ahí la habías pegado. Al Chango vos le tiraban una idea que era un diez, y te la transformaba en un 29. Partiendo de tu diéz. Eso también se ve en la película, partiendo de la base humana que tenía enfrente, de la idea del otro, siempre le daba una vuelta más. Está la anécdota con Jaime (Torres), que le muestra una cosa que hace con el charango, y el viejo sin saber tocar el charango, se pone a investigar y le dice, tenés que tocar esto. El Chango era un músico del carajo pero de oreja pura. Venía con una teoría enorme, pero no por los libros sino por lo que él iba descubriendo, haciendo su propia historia. Así llega a eso que es fundamental: la influencia afrohispana en la música argentina. El Chango llegó ahí escuchando. Al Chango cuando le toca exiliarse, va a Francia y se pone a escuchar a los negros. Y va a España, y se pone a escuchar el flamenco. Ahí se da cuenta, escuchando, en la práctica. Esa magia de darse cuenta, de redescrubir la historia desde hacer La manija; no desde un libro.

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