A Facundo Ferreira lo ejecutó la policía de Tucumán el 8 de marzo. Desde ese día, sus amigos y amigas van a visitar a su abuela para aliviar el dolor de su ausencia. El deseo de ser como Messi, las razzias en el barrio y la búsqueda de justicia.
“Yo pienso que Facundo está jugando a la pelota, y cuando vuelva nos va a enseñar a todos”, dice Guadalupe de 13 años. Ella forma parte del enorme grupo de amigos y amigas que estaban alrededor de Facundo Ferreira cada día de su vida y que hoy miran hacia todas partes, desconcertados, buscándolo a pesar de que saben que no va a volver.
Ahora, en este momento, chicos y chicas de entre 8 y 14 años están sentados en la vereda de la casa de los Ferreira. Cuentan chistes, se empujan, juegan, se ríen y a pesar de la risa, una sombra les opaca el brillo de los ojos cuando piensan en la ausencia de su amigo. “El último día que estuvo vivo, lo vi haciendo willi con la bici allá en la esquina, iba y venía”, dice Benjamín, uno de los chicos que viven en la cuadra.
En el barrio Juan XXII, conocido como La Bombilla, en esa manzana en particular, es enorme la cantidad de chicos que juegan en la calle. Andan en grupo, se sientan en la esquina y juegan. Todo el tiempo juegan a lo que sea. Facundo era uno de los que jugaba con ellos. “En el carnaval, nos tirábamos bombuchas, huevos, todo. Facundo nos tiraba a nosotras”, recuerdan las chicas. “Era muy molesto”, agregan y siguen riéndose.
La madrugada del 8 de marzo cambió la vida de los chicos de la cuadra.
Es cíclico. Las anécdotas, las risas y el silencio posterior. Todas las tardes son así desde que mataron a Facundo. Los chicos llegan alrededor de las seis a la casa de los Ferreira para tomar unos mates con Mercedes o La Pachona, como Facundo solía llamar a su abuela. Traen algunas facturas y en la casa los esperan con galletitas y pan. Desde el 8 de marzo, pasó a ser un ritual necesario para sanar el dolor de la ausencia y para recuperarlo. Los domingos se suma una visita al cementerio con la familia y algunos amigos.
La madrugada del 8 de marzo cambió la vida de los chicos de la cuadra. Como cada tarde, Facundo había estado jugando al fútbol con los amigos, paseando en bicicleta, bromeando con las chicas y cantando su canción favorita del momento: “Amorfoda”, de Bad Bunny. A la noche, salió con Juan, un amigo de otra cuadra. Se habían ido a ver las carreras de motos en el Parque 9 de Julio. Cuando regresaban de allí, la policía empezó a perseguirlos. Como los chicos no frenaban les tiraron balas de goma; cuando éstas se acabaron recurrieron al arma reglamentaria. Dispararon directo, desde atrás y a pocos metros hacia la moto donde iban los chicos. La primera bala entró por la nuca de Facundo, salió por la frente y rozó el hombro de Juan. No se encontró otro proyectil en la escena.
El chico, de 12 años y una contextura física bastante pequeña, cayó al piso. No se ha determinado aún cuánto tiempo estuvo tirado sobre el asfalto en medio de un charco de sangre. Se sabe que Juan, su amigo, rogaba por ayuda. También que lo llevaron a un hospital que no era acorde a su edad y que allí dieron aviso a la familia recién después de las 4 de la mañana. “No me dejaban entrar pero me metí igual. El médico nos decía que estaba con un aparato encima para reanimarlo pero cuando yo entré estaba muerto. Tenía una bolsa en la cabeza, cuando lo destapé vi que tenía parte de la cabeza destrozada, y en la cara, tenía marcada la huella de un borcego”, cuenta la Rita, tía de Facundo. Ella recuerda que él siempre le pedía que le cocinara empanadas.
Este barrio es peligroso por la policía. Si nos acercamos hace disparos, no les importa si hay chicos, disparan igual.
El mediodía de los Ferreira también cambió para siempre. En cada almuerzo alguien quiere pedirle a Facundo que deje de patear la pelota en la calle y entre a comer. A todos les pasó por lo menos una vez en el último mes.
Romina, la mamá de Facundo, vivía en Sunchales, Santa Fe, donde también estaba su hermana Malvina. Juntas llegaron a Tucumán dos días antes de lo previsto. Tenían pasaje para el viernes, querían festejar el cumpleaños de su mamá, que había sido el 5 de marzo. Tuvieron que viajar de urgencia en un remise para llegar lo más rápido posible. A la pesadilla del viaje se sumó otro terrible sueño: el de la injusticia. Romina tiene dos hijas, una está en Santa Fe con su papá y la extraña. Ella quiere que se haga justicia por su hijo para poder abandonar tranquila la provincia.
La policía que acecha
El miedo a la policía es común en el barrio de La Bombilla. “Vienen los ratis”, les dicen a los chicos desde muy chicos porque el temor es gigante. Cuentan que a fin de año, en un operativo detuvieron a tres chicos grandes, pero mientras los detenían apuntaban a un grupo de niños que estaba jugando a la pelota.
“Este barrio es peligroso por la policía. Si nos acercamos la policía hace disparos, no les importa si hay chicos disparan igual. Cuando fuimos a pedir por Facundo nos tiraron gas pimienta en la boca y nos hacían gestos con las manos”, dice Guadalupe. “El día de la razzia acá me habían mandado a comprar pan, salí de mi casa y cuando quise cruzar la policía me dijo que me detuviera, apuntaban a todos los que íbamos caminando, yo sólo quería comprar pan”, cuenta Maxi, de 9 años.
'Vienen los ratis', les dicen a los chicos desde muy chicos porque el temor es gigante.
La policía hizo dos razzias violentas en marzo. Una fue el día del sepelio de Facundo, cuando volvían de sepultarlo. En medio del dolor, la familia y los vecinos se encontraron con un operativo gigante. “Pensamos que había pasado algo”, dice Julio, vecino de la familia. “Pero era que nos buscaban a nosotros, que veníamos del cementerio”, explica.
La otra razzia fue el 21 de marzo. Ese día, la familia había organizado una manifestación en la puerta de los tribunales. Mientras esperaban a que salieran los abogados, pasó una moto de la policía y les tiró gas pimienta. Cuando regresaron al barrio la policía lo tenía rodeado.
Una sociedad dividida en dos
Luego del hecho, en las diferentes redes sociales comenzó un ataque cruento a la familia de Facundo. En todas se justificaba el asesinato del niño. Fernanda fue su compañera en la escuela primaria y estaba esperando que comenzara el año lectivo en la nueva escuela donde también le iba a tocar compartir sus horas de clases con Facundo. “Yo lo conozco mucho. Él nunca ha sido malo con nadie. Nunca. Nunca lo he visto con un arma”, dice, desesperada. “No me callo nada cuando me dicen algo malo de él. Porque la gente que no lo conoce habla mal”.
El amor por su abuela
“Nunca se enfermó. La doctora que nos atendía en los controles me decía que como abuela me había ganado el cielo porque Facundo jamás estuvo enfermo”, comenta Mercedes. Tiene los ojos hinchados de lágrimas que no salen, y un dolor que se arrastra en las palabras.
El año pasado Facundo se fue a Sunchales a vivir con su mamá pero extrañaba a su abuela. “Lloraba y me pedía que lo buscara. ‘Quiero estar con vos’, me decía”, cuenta. Tanto lloraba y rogaba por volver a Tucumán que Mercedes tuvo miedo que el niño se enfermara y en diciembre fue a buscarlo. “Era como una criaturita, le ponía el agua para que se bañara, él tenía dos parcitos de zapatillas y dejaba una y ya le lavaba la otra porque él era coquetito”.
Facundo era como una criaturita, le ponía el agua para que se bañara.
Mauro recuerda entre risas que Facundo era quien le enseñaba a patear la pelota. “Él atajaba, pero me indicaba que mire la pelota, que no deje de mirar la pelota y que patee. Yo aprendí”, dice. Apasionado por el fútbol, el Negrito enseñaba a los más chicos algunos trucos del deporte y a las chicas las orientaba para que pudieran jugar todos juntos. Dicen que los encuentros futbolísticos eran por las tardes, y que pasaron varias desde que Facundo no está hasta que pudieron volver a jugar.
–Cuando se acuerdan de Facundo, ¿en qué piensan?
–Yo pienso que él ha viajado, que está jugando la pelota en Sunchales y que cuando vuelva nos va a enseñar a nosotros.
–Lo primero que pienso es que está acá adentro de la casa y que en cualquier momento puede salir cantando.
–Cuando jugamos al fútbol estas tardes, yo siento que está a la par mía jugando también. Lo siento acá al costado.
–Él es un pedacito del corazón de cada uno, un pedacito que ya no está.
–Él está ausente pero dentro de nosotros está presente.
–Tengo una foto gigante en mi cuarto, cuando la miro antes de dormir, siento que sus ojitos me persiguen. Creo que él se ríe y me acompaña cuando me voy a dormir.
–A pesar de que no está va a estar siempre en la cabeza de nosotros.
Mataron a un niño como nosotros, uno que merecía vivir como todos nosotros.
Los chicos amontonan las sensaciones, hablan a los gritos. Sin embargo, Guadalupe espera el silencio y dice, firmemente. “Cuando pienso en Facundo, pienso que desearía que sus asesinos tengan mil años presos. Que estén donde tienen que estar porque mataron a un niño como nosotros, y que merecía vivir como todos nosotros. Le han quitado todos sus sueños, de ser como Messi, no tienen por qué matarnos así. Somos seres humanos, no somos perros”.
Los chicos y chicas que participaron de la nota fueron Mauro (9 años), Abigail (12) Benjamín (8), Guadalupe (13), Bruno (10), Maxi (11), Fernanda (13) y Mauro (9).
Cronología de la violencia estatal durante la cuarentena
Van cinco meses de aislamiento social, preventivo y obligatorio. Y en todo este tiempo, a lo largo y ancho de la Argentina, la represión de las fuerzas de seguridad se incrementó a la par de los contagios. Apenas un ejemplo: según informó la Comisión Provincial por la Memoria, solo en junio, la Bonaerense mató a una persona cada 40 horas. En total fueron 18 asesinatos, la mayoría de varones, jóvenes y pobres.
“La policía no nos cuida de nada”
En el año de la pandemia represiva, las fuerzas de seguridad nos enseñaron que están muy lejos de cumplir con el "rol de cuidado" de lxs ciudadanxs que le asignó el Gobierno Nacional. Emilia Vasallo, referente de la Marcha Nacional Contra el Gatillo Fácil, reflexiona sobre los abusos de poder y la violencia de la policía en los barrios durante el 2020.
¿Qué pasa si la Policía te mata a un familiar?
Detrás de cada asesinato por represión estatal, decenas de personas viven un infierno y solo piden justicia. Maga Morales, Lucas Verón, “Caniska” Bravo: repetir sus nombres es la mejor forma de acompañar las luchas de quienes les amaron.