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Tino: una historia de cooperativismo, lucha y compromiso

por Revista Cítrica
19 de septiembre de 2016

La persecución de los militares en su adolescencia, la llegada a la ciudad con 16 años, los primeros trabajos, la colimba después de Malvinas, el 2001, el trueque, las changas y la autogestión. La historia de Argentino López, Tino para todo el mundo.

“Venían los milicos y decían: 'Esa gallina me gusta, y esa gallina me llevo'. Y eso a mí me dolía, no me aguantaba que nos vinieran a robar lo poco que teníamos”. El recuerdo es de Argentino López, chaqueño, 52 años, padre de cuatro hijos y abuelo de seis nietos. Tino, como lo conoce todo el mundo, es una de esas miles de personas que encontró en el cooperativismo mucho más que una salida laboral. Pero antes y después de ese momento, que en su caso llegó en plena crisis de 2001, hay una historia personal que merece ser contada.

Tino es el tercero de seis hermanos. Su padre, ladrillero, les enseñó el sacrificado oficio a sus hijos. Vivían no muy lejos de lo que hoy es el centro de Resistencia, en una zona rural que en la actualidad está repleta de casas. Pero en ésa época no; era todo campo. Lo poco que tenía la familia López, lo cuidaban entre todos, lo defendían.

Y justamente ese fue el motivo por el que Tino tuvo que abandonar Chaco a los 16 años.  “Desde el 76 pasamos vivencias malas por la dictadura. La rebeldía mía venía desde adentro. Iba a la iglesia y estudiaba catecismo pero eso era una especie de refugio, porque nos perseguían por todos lados. No por militar, sino por pobres. Con 13, 14 años yo lo único que quería era defender lo poco que teníamos. El obraje, los animales -chivo, vaca, chancho o lo que fuera-.

Desde el 76 pasamos vivencias malas por la dictadura. La rebeldía mía venía desde adentro. Iba a la iglesia y estudiaba catecismo pero eso era una especie de refugio, porque nos perseguían por todos lados. No por militar, sino por pobres.

Uno le pregunta cuál era su reacción en ese momento y Tino se queda callado. Se le pierde la mirada y se le dibuja una tímida sonrisa. Recuerda lo que eran travesuras de un pibe, aunque el riesgo era mucho. Mucho más que el peor castigo que le pudieran poner sus padres. El riesgo era la vida. Pero hoy, a la distancia, no puede evitar la melancolía al rememorar las aventuras de esos pequeños valientes.

“Y a los milicos les hacíamos un montón de cosas. No teníamos armas pero fabricábamos trampas en las chacras. Nos perseguían a caballo, entonces en el camino tensábamos alambres finos, que no se veían. Esa era una de las formas de resistencia. No dejarlos entrar a nuestro territorio. Y después hacíamos unas cuantas cosas más. Además, cómo conocíamos bien el terreno, teníamos lugares dónde escondernos. Por eso en el 79 ya me tuve que ir, porque las amenazas y las torturas eran para los más viejos, pero si nos agarraban a nosotros directamente nos hacían percha. Nos mataban directamente. Yo amo a mi familia pero me tuve que ir porque la rebeldía iba aumentando y corría peligro, además yo ya estaba en la secundaria y ahí ya era otra cosa: se empezaba a ver la política”.

La gran ciudad y la colimba

Para cualquiera que viene de la Argentina adentro, el primer día en Buenos Aires no se olvida. Y Tino lo tiene bien fresco en la memoria. Con su hermano dos años mayor que él, se bajaron en un ómnibus en Plaza Once. Miraban para todos lados y tenían “un jabón de aquellos”. Preguntaron cómo llegar a Constitución, donde un tío alquilaba una habitación en un hotel. De esos primeros días, todavía se acuerdan cuando a pocas cuadras de allí, en Brasil y Sáenz Peña, escucharon bombos y  mucho ruido. Les ganó la curiosidad a los hermanos y al rato se habían sumado a una marcha de “la CGT de Saúl Ubaldini”.

Al poco tiempo, Tino se quedó sólo. A su hermano le tocó hacer la colimba en San Luis. Él tampoco zafaría: lo mandaron a Colonia Sarmiento, en Chubut. Y si bien ya se había terminado la dictadura, en los cuarteles aún no se respiraba democracia: “Los militares tenían una calentura terrible porque habían perdido su gobierno y se la agarraban con nosotros. Yo era el negro, provinciano, hincha de Boca y  peronista. Entonces era palo y palo para nosotros. Si te tocaba un jefe de Buenos Aires vos eras el cabecita, y ellos lo tomaban como una venganza”.

Los militares tenían una calentura terrible porque habían perdido su gobierno y se la agarraban con nosotros. Yo era el negro, provinciano, hincha de Boca y  peronista. Entonces era palo y palo para nosotros.

Los milicos no sólo habían perdido el gobierno, también la Guerra de Malvinas. Y eso Tino lo sintió: "Donde estábamos nosotros estaba el Regimiento de Infantería 25, el primero que pisó el suelo de las Islas. Yo estaba en el 9 de Artillería pero con los pibes del 25 eran terribles. Lo primero que le decían era que por su culpa habíamos perdido la Guerra. Con 18 años no te dejaban entrar a un cine pero sí podías agarrar un arma y matar gente. Hoy por hoy uno piensa en las cosas que pasó ahí adentro.

Fajina, palo, calabozo o salto rana y cuerpo tierra. Y uno callaba, te obligaban a que no dijeras nada y además tenías miedo porque tu familia estaba afuera y le podían hacer cualquier cosa. Era el apriete permanente. Dentro del grupo de Artillería éramos bastante provincianos, muchos que nos habíamos ido a trabajar a Buenos Aires. Pero para los milicos éramos todos nenitos de mamá. Y no, nosotros veníamos curtidos. Ya veníamos domando caballos, sabiendo lo que era laburar la tierra y estos te querían enseñar a armar una carpa o hacer fuego. Por suerte siempre digo, Nunca Más, porque después de haberlo vivido eso, no sé qué hubiera pasado si a mis hijos les hubiera tocado el servicio militar.  

Primeros laburos y cooperativismo

Apenas llegado a Buenos Aires, su tío le daba una mano para que estudie. cursaba el secundario en un colegio de Avenida San Juan y Sáenz  Peña. Un día caminando por ahí, en la puerta de un negocio de venta de repuestos de automotor vio un cartel: se necesita cadete. Allí, encontró mucho más que un trabajo. “Los dueños eran gente muy buena, que puedo decir que son parte de mi familia y mi enseñanza. Laburé 20 años ahí, hasta que vino el señor patilla (Carlos Saúl, por si hace falta la aclaración) y la limpieza”.

El boom de los autos cero kilómetro afectó rápidamente a la casa de repuestos de usados. La ventas caían y los puestos de trabajo también. Tino, sabiendo que la empresa debía achicar el personal, prefirió irse y dejar a su hermano en su puesto. “Yo podía trabajar en otro lado, me daba maña para cualquier cosa”, dice quien en ese 1998 entró a laburar a una fábrica de soplado de botellas de plástico, en Parque Patricios, muy cerca de la cancha de Huracán. Allí, en una máquina, trabajó hasta que la fábrica cerró, en 2001.

Ya en esa época, conseguir otra cosa no era fácil. “Era buscar, buscar y no encontrar. Yo tenía tres hijos en ese momento. Y hacía changas de todo: pintura, electricidad. Pero no alcanzaba. No llegué a salir a cartonear pero sí me iba al Mercado Central. Bajaba bolsas a cambio de papa y cebolla. Después empezaron a ir también mis hijos, porque querían saber cómo era que papá no tenía trabajo y traía fruta y verdura todos los días. El laburo mío era 'señora, ¿le llevo la bolsa?’, o descargando camiones o llevando carritos. Eso a cambio de fruta y verdura, que después en el barrio mi señora cambiaba por fideos y arroz con otros vecinos”.

Era buscar, buscar y no encontrar. Yo tenía tres hijos en ese momento. Y hacía changas de todo: pintura, electricidad. Pero no alcanzaba. No llegué a salir a cartonear pero sí me iba al Mercado Central. Bajaba bolsas a cambio de papa y cebolla.

En esa época se había vuelto al trueque. Era algo común, como también que los vecinos encontraran en la organización una receta para paliar la crisis. Como ocurrió en tantos lugares a lo largo del país, en el barrio Villa Argentina, en Florencio Varela, un grupo de vecinos y conocidos armaron un emprendimiento: la cooperativa Villa Argentina.

Allí Tino trabajó muchos años. Ahora, hace seis forma parte de la cooperativa Prosperidad, que está dentro de Fecootraun, y en la que hace poco fue elegido secretario. Entre sus orgullos como cooperativista, está haber participado de la construcción del predio y las piletas de Ezeiza. Actualmente, junto a sus compañeros trabajan en las viviendas Las Margaritas, en Ruta 2.

¿Qué eran las cooperativas para vos antes de ser cooperativista?

Y mirá, me acuerdo que iba a comprar comida al Hogar Obrero porque era barato. No sabía qué era una cooperativa, y tampoco cuando escuchaba en Chaco y Corrientes que existía “la cooperativa de ladrilleros tal o la cooperativa de frutas tal”. Esa palabra no estaba en mi diccionario. Pero en nuestra cooperativa empezamos a descubrir lo que ya veníamos haciendo de antes: solidaridad, compartir y dividir las cosas entre nosotros. Cuando entré en esa cooperativa yo me iba a armar escenarios para que le quede algo más de plata a los muchachos que sabían más de construcción. Yo venía de casa de repuestos, de soplar botellas, y si bien mi casa la fui construyendo yo solo, preguntando y mandándome, no me animaba a hacerle la casa a otros. “¿Y si me sale mal?”, decía. Pero de a poco nos fuimos formando, con compañeros que nos enseñaron de todo. Eso sí, cada vez que les decía cómo había hecho mi casa, los que sabían me decían: no, eso está mal. Puede ser, pero la casa ya tiene como treinta años y sigue en pie. 

La actualidad

Tino siente que ésta época ya la vivió. El descontento social, la represión, la pérdida del trabajo, la autogestión como una respuesta. Todo se parece al 2000. “Lo veo en la represión. Empiezo a ver las marchas, los piquetes, la represión, los cortes de luz, el tren que no funciona, los colectivos que no funcionan, la inseguridad. La amargura que me agarra en estos tiempos. Por suerte estar acá, en la cooperativa, es una contención. Hoy pienso en mis hijos, en mis nietos. También estoy viendo la situación que viven ellos, y eso me preocupa. Está todo muy difícil, por eso, es fundamental que los trabajadores estemos organizados".