En San Esteban, una de las localidades cordobesas afectadas por los incendios, una decena de casas fueron destruidas por el fuego que está devorando los bosques nativos. El negocio inmobiliario y del agro, los proyectos extractivistas y la negligencia estatal se hilan con los relatos de quienes tienen que reconstruirse desde las cenizas.
“El fuego fue rápido”, dice Cintia Cruz. Hace silencio, como pensando en todo lo que se perdió: nueve casas, bosques nativos, flora, fauna, toda una construcción simbólica que ahora son cenizas. “No nos dio tiempo a sacar nada, nos quedamos sin casa”. Al oeste del Valle de Punilla, Córdoba, San Esteban es uno de los puntos más críticos. La escena anual empeora año tras año, esta vez con un gobierno provincial que no da abasto, uno nacional que solo hace visitas y la gente que entre civiles y brigadistas vienen advirtiendo que estas llamas no pueden hacerse costumbre. No da para más.
Desde 1987 hasta la fecha Córdoba ya perdió casi 2 millones de hectáreas por el fuego provocado intencionalmente. La cartografía la hizo el Instituto Gulich que para 2018 estimó más de un millón y medio de hectáreas perdidas, el equivalente a 58% del área de la sierra cordobesa. Pero estos números hay que volverlos personas, historias de carne y hueso.
Ese mismo 2018 Cintia y su pareja compraron un terreno en San Esteban, construyeron una casa durante la pandemia y hace un año, en octubre, se mudaron para respirar, para optar por la huerta y sus colmenas naturales. “El monte nos estaba enseñando mucho y ahora nos enseñará otras cosas”, piensa. Ella es psicóloga social recibida en la Universidad de Madres de Plaza de Mayo y labura en lo que hoy es la subsecretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación. Ariel, su pareja, fue despedido del mismo lugar en marzo.
“Nuestras vidas quedaron en suspenso”, cuenta mientras tratan de remontar sus vidas desde una casa prestada. Todo lo suyo se fue con el fuego: “La gente es muy generosa porque nos prestan, nos donan, conmueve. De todos modos me siento triste”, sigue.
La angustia de este año ya arrastra desastres durante el año pero esta vez fue demoledora. Diversos organismos expresan que durante todo 2024 ya hay 70 mil hectáreas arrasadas. La Comisión Nacional de Actividades Espaciales mostró, gracias a la Unidad de Emergencias y Alertas Tempranas, que los primeros focos arrancaron hacia el 2 de septiembre. ¡Un mes! Y estos días publicaron: “Se estima que el total de área quemada solo en la zona de Capilla del Monte y alrededores es de 43.100 hectáreas”.
El 95% de los incendios son provocados por actividad humana, para Cintia no hay duda de que todos estos hechos “fueron intencionales y que poco se hizo para evitarlos”. Su relato se une a la de las comunidades, los brigadistas e incluso muchos bomberos: “El gobierno provincial está interesado en el negocio de la autovía, no en la gente. ¿Cómo explican que el gobernador -Martín Llaryora- no haya mandado bomberos, que no llegaran los refuerzos de Santiago del Estero porque le pareció que ‘no eran necesarios’?”.
Desde el punto de vista ecosistémico, la quema en algunas localidades generaron crisis hídricas y daños severos en humedales... lo que afecta el ciclo del agua. Pero el problema no es solo argentino, es al menos latinoamericano. Leer este mecanismo desde la política de nuestro país no alcanza para comprender cómo avanza el agronegocio, el 'desarrollo' urbanístico y la especulación turística en la región. Las quemas en Brasil y Bolivia estuvieron omnipresentes con el humo que llegó hasta Buenos Aires el mes pasado. Nada está bien, todo está fallando, ¡y todavía no es verano!
“El fuego se llevó todo, y como se dice habitualmente todo fuego es político”, reflexionó Cintia. “Estos incendios nos causaron mucho dolor, arruinando bosques nativos y las vidas de miles de familias. Lamentablemente nada de esto es nuevo porque hace años que sufrimos el impacto extractivista sin ningún tipo de plan de contingencia. No importa, no les importamos”.
Hasta ahora las medidas judiciales no son útiles para prevenir las llamas intencionales.
Tampoco se respeta la Ley de Bosques u otras normas legales que, por ejemplo, evitan que en zonas quemadas se construya. Cintia resume la mirada poco integral que tiene el Estado para abordar esta realidad: “Hasta que no llegue a las casas, no vamos a ir al fuego”, dijeron. Pero para ella “el monte es nuestra casa”. Y aunque se pretende una recuperación, una sanación de todo su ecosistema la comunidad cree que difícilmente esta generación volverá a ver los algarrobos de diez metros, varios animales y el mismo verde.
Para donaciones, en nombre de Cintia Paola Cruz, el alias “cincincruz” recibe cualquier aporte solidario en su cuenta del Banco Nación.
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