La escritora y periodista española Esther Vivas, autora de Mamá desobediente: una mirada feminista sobre la maternidad, aporta reflexiones sobre violencia obstétrica, las imposiciones del patriarcado y la necesidad de recuperar la soberanía sobre los cuerpos y el deseo (si existe) de maternar.
Después de ser madre, la socióloga, periodista y escritora española Esther Vivas, escribió Mamá desobediente: una mirada feminista sobre la maternidad, un libro que ya recorrió España y está circulando por toda Latinoamérica como lectura necesaria para entender y aceptar las diferentes maternidades, pero también para releer nuestra historia de luchas y resistencia ante el machismo.
Esther se pasó su vida de asamblea en asamblea, enredada en debates dentro de movimientos sociales, ambientalistas y feministas, y recién al quedar embarazada comprendió que en ninguno de los ámbitos donde militó se había tomado a la maternidad como bandera. Tampoco se consideraba que el capitalismo también sometía desde ese frente y que los cuerpos de las mujeres y personas gestantes, nuestros cuerpos, eran y son materia de disputa para el poder patriarcal. ¿Por qué se lee como una contradicción el hecho de ser feminista y el deseo de ser madre? ¿Por qué se habla poco de la maternidad con una mirada feminista?
–En tu libro decís que se ha abandonado la conexión con lo fisiológico de un parto, le dimos todo el poder a la medicina hegemónica para que hagan de nuestros cuerpos lo que les plazca...
–Históricamente, el parto era una cuestión de mujeres, de la mujer que daba a luz y las mujeres sabias que acompañaban. Eso en las sociedades modernas actuales ya no sucede, porque prácticamente nos han secuestrado el parto y la capacidad de decisión como mujeres en relación a esa experiencia. Y no vamos a decir que todo lo pasado fue mejor, porque el avance en cuestiones sanitarias ha sido importante, porque una cesárea y una episiotomía también salvan vidas; el drama con el que nos encontramos hoy es que no se usan de manera excepcional, como están pensadas, sino de manera rutinaria y éste es el problema. Históricamente la atención al parto, cuando era acompañado por matronas (parteras), iba consolidando un saber colectivo, un saber de mujeres que habían atendido al parto y sabían cómo funcionaba el parto. Cuando a partir del siglo XVII, XVIII, el parto comienza a ser atendido por cirujanos, por médicos; poco a poco se va trasladando a los hospitales, deja de ser atendido en el ámbito doméstico para ser atendido en el ámbito hospitalario. Se comienza a dar un acompañamiento al parto donde imperan más ciertos prejuicios y una mirada externa, que el saber científico. La atención al parto de las sociedades modernas se ha basado mucho en prejuicios y se nos ha quitado la capacidad de decisión, porque pareciera que la mujer que da a luz no sabe, es un objeto pasivo, y esta mirada es la que hay que cambiar. Necesitamos una mirada mucho más feminista en la atención sanitaria al parto.
–Y cambiar la relación con el dolor…
–El dolor se utiliza como instrumento para decirnos a las mujeres que no podremos soportar dar a luz, cuando el dolor en un parto es muy distinto al de una patología y no todas las mujeres sienten el mismo dolor. Por ejemplo, yo en mi parto –que relato en el libro también– tuve mucho dolor, no podía creer el dolor, y mi matrona me dijo ‘pues por eso se ha inventado la epidural’. Yo parí de manera natural, pero también tengo amigas que en su primer parto no han tenido nada de dolor y se han avergonzado de decirlo, porque tener un parto sin dolor no entra en lo que se espera de un parto. Por eso es importante romper el mito del dolor, porque el dolor en el parto es natural y es distinto en cada mujer, y hay que romper el mito a la hora de parir. Porque nosotras tenemos la capacidad de parir con total normalidad y la medicalización, en muchos casos, lo que hace es aumentar los riesgos. El parto, desde un punto de vista social y médico, es considerado una patología, un proceso peligroso que es necesario delegar. Las mujeres en ese momento debemos entregarnos al personal de la salud, “que son los que saben”. Esto es falso, el parto es un proceso natural, no es una patología, lo que necesita esa mujer es tiempo, respeto, acompañamiento. Todo esto no se da en la atención al parto de los hospitales, donde lo que prima es la lógica productivista-mercantil, donde un parto cuanto más rápido es mejor, donde la cesárea es la que encaja con esta lógica de parto. Y es así que en algunos países como la Argentina, actualmente un 50% de los partos terminan en cesáreas. Una cifra escandalosa.
“Lo que planteo con 'mamá desobediente' es la importancia de desobedecer a los ideales de maternidad que nos han impuesto.”
–¿Creés que perdimos ya esa batalla o las cosas están cambiando?
–Si bien la ley de parto respetado es un avance, lo que sucede es que luego no se cumple y esto tiene que ver con la mirada social que hay frente al parto. Si tú como mujer sufres violencia obstétrica, te hacen una cesárea innecesaria, una episiotomía por rutina, te separan de tu criatura nada más al nacer, malas prácticas constitutivas de violencia que se están dando –más aún en el contexto de crisis y pandemia–, si a tí te pasa y te quejas, tu familia, tus amigos, tu pareja te preguntan: “¿Por qué te quejas? Si así es un parto, es normal”; “Gracias que tenés un bebe sano entre tus brazos”. Esto no debería ser así, es violencia física y psíquica. Y para erradicar esta violencia, justamente, es necesario visibilizar y reconocer. Porque esta violencia deja huellas a nivel físico y psíquico. A nivel psicológico, muchas mujeres que han tenido un parto traumático sufren estrés postraumático, que es el mismo que sufren las mujeres que han sido víctimas de abusos sexuales. Por eso es importante reconocer la violencia obstétrica para sanar y no tener estas consecuencias en la vida de las mujeres.
–¿Por qué considerás que la maternidad es un tema incómodo para el movimiento feminista en general e históricamente lo ha sido?
–Y... porque la maternidad se nos ha impuesto a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Se nos ha impuesto una maternidad patriarcal en la cual no podíamos decidir sobre nuestro cuerpo, sobre nuestras aspiraciones laborales, porque siempre tenían que estar sujetas y supeditadas al cuidado. Frente a este mandato se rebelaron las feministas de la segunda ola de los años '60 y '70, y en este rebelarse se cayó en cierto modo en un discurso antimaternal, antirreproductivo; que en parte se entiende, fruto del rechazo a esta maternidad patriarcal impuesta, a esta maternidad como destino único. Desde el feminismo evidentemente nos tenemos que oponer a esta maternidad patriarcal, pero también es necesario reconciliarnos con la experiencia materna. Yo creo que desde el feminismo debemos reconciliarnos con la experiencia materna, entendiendo que la maternidad es una experiencia que debe ser una responsabilidad colectiva, no solo de las mujeres, sino de los hombres y la sociedad en general, porque es una experiencia que viene atravesada por desigualdades de clase, de raza, no solo de género. Hay que entender la maternidad en esta clave política también.
Las mujeres no tenemos un instinto cuidador, las mujeres y los hombres tenemos que tener la capacidad de cuidar porque es inherente a nuestra especie.
–Pese a que la maternidad no es un tema muy abordado en la historia del feminismo, sin dudas es un escenario en disputa. El sistema espera todo de nosotras. ¿Cómo evitar caer en ese perverso mandato de confluir la súper mamá con mujer bella y competente en el mercado laboral?
–Lo que planteo con “mamá desobediente” es la importancia de desobedecer a los ideales de maternidad que nos han impuesto. Por un lado, hoy tenemos que ser la madre ángel del hogar que cuida de las criaturas, que no puede tener más intereses que el de la familia, un ideal de maternidad patriarcal que históricamente se nos ha impuesto a las mujeres, pero a este ideal hoy se le suma el tener que ser esta superwoman que tiene que estar disponible para el mercado de trabajo, que tiene un cuerpo siempre perfecto como dictan las revistas de corazón, y contra este mandato también hay que rebelarnos y desobedecer. Son ideales de maternidad inasumibles y tóxicos porque no representan la maternidad. Son ideales y referentes que nos hacen sentir malas madres, malas profesionales, porque básicamente nunca podemos llegar a ser esa madre perfecta que nos dice la publicidad, el mandato patriarcal, una lógica productivista que supedita la crianza y el cuidado al mercado de trabajo. Por eso creo que es muy importante desobedecer y rebelarnos a estos mandatos para tener una experiencia materna más satisfactoria, en vez de sentirnos culpables porque no llegamos a ese ideal. Es importante desenmascararlo porque no nos representa, porque es una ideal que es útil a un sistema patriarcal que quiere a la maternidad y a la mujer encerrada en casa y a cargo del cuidado, y es útil a un sistema capitalista y productivista que quiere la vida adaptada a esta productividad.
–¿Cuál es el rol de los varones en el vínculo con la maternidad?
–Debemos maternizar la paternidad, en el sentido de que el cuidado es una tarea de mujeres y hombres. Las mujeres no tenemos un instinto cuidador, las mujeres y los hombres tenemos que tener la capacidad de cuidar porque es inherente a nuestra especie. Todos en nuestra vida, en algún momento u otro, necesitamos de alguien que nos cuidara, y esto es una responsabilidad de la madre y del padre en parejas heterosexuales, pero es una responsabilidad colectiva de la sociedad. Por eso es importante dejar de pensar que la maternidad es cosa nuestra, porque no, tiene mucho que ver con lo colectivo, viene atravesada por el contexto socio-económico, nuestra clase social, y hay que mirar la maternidad desde esta perspectiva política. Los padres se tienen que implicar, es un derecho y es un deber de los padres. Para entender la maternidad no como destino, sino como elección; la maternidad como un deseo, no como imposición; es necesario volver a tener redes con otras mujeres, aceptar nuestras propias contradicciones, hacernos lugar en un mundo capitalista que nos exige ser madres perfectas, bellas y productivas. ¿Cómo? No estamos solas, somos muchas y necesitamos que el feminismo nos abrace también en este deseo y empezar a vivenciar a la maternidad como un hecho social y colectivo donde no somos las únicas responsables de los cuidados.
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