Cuenta la leyenda que cada madrugada Bustriazo Ortiz salía a caminar por las calles de Santa Rosa, La Pampa, con un portafolio. En él llevaba una linterna para encandilar a los perros que se cruzaran por su camino, una bombilla de hueso, un vaso y sus poemas. Una noche, en una peña, le convidaron vino y le ofrecieron lavar el vaso, sellado con un círculo color obispo en el borde; casi una costra bordó. Y Bustriazo se enojó, a lo Bustriazo, que además contaba que llevaba una tapa para alejar a los espíritus de la bebida. Cuenta la leyenda que tenía carácter complicado. “Nací en Santa Rosa del Toay el 3 de diciembre de 1929. Un lunes a las once de la mañana en momentos en que el molino Werner tocaba la sirena yo nacía. Era costumbre tocar la sirena a esa hora: exactamente a las once de la mañana. Y aparecí yo. Sietemesino”.
Tuvo una vida errante, complicada, como su carácter. Fue autodidacta, baqueano, arqueólogo aficionado, nómade, radiotelegrafista, corrector de un periódico, linotipista, topógrafo, minero, bebedor profesional, trovador folclórico de bares y extramuros. Y fue una de las mayores voces poéticas de su provincia. “Siempre me gustó mucho la literatura; la novela no. Digo literatura cuando hablo de poesía”, decía Bustriazo, que había comenzado a leer ese género en la escuela, donde también comenzó a escribir sus primeros versos, a los 12 años de edad. A lo largo de su vida, escribió 76 libros: Los poemas puelches, Elegías de la piedra que canta, Aura del estilo, Unca bermeja, El libro del Ghenpín, Quetrales. Cantos del añorante, Canciones del enterrado, Solo de agua, Punteo Violeta, Temple del diablo, son sólo algunos de ellos. La musicalidad, el ritmo de los versos, los juegos sobre el idioma, los neologismos son sus señas particulares. Una cruz araucana, el signo de infinito, un báculo egipcio, un triángulo sexual, las piedras, preciosas o no, atraviesan su obra, vasta, inclasificable y singularísima.
Bustriazo tuvo algunas internaciones psiquiátricas en la década del 90, y su gramática también enloqueció; su cadencia ya no era un canto ni un fraseo, era una zapada. Tomó el idioma, lo desarmó, lo sacudió e inventó un sistema propio y absoluto, melodía y rezo. Murió a los 80 años, en 2010, en su casa de La Pampa.
UNCA BERMEJA (Fragmento)
Y en las hornallas hízose el fuego
y la gente bailó sonámbula
las pirámides truncas moras
de panes pálidos cuajadas
y bailaron las bayas secas
de los mollares enrojecidos
tan en la música enlazábanse
tan bien mirábanse a los ojos
el quejón bailó levemente
y llamábate entre las zarzas
y bailaron bichos azules
mariposones bermellosos
bailaban el polvo de la tierra
la brisa toda acollarada
y muy la noche hízose el beso
y heridas fueron las caderas
las cinturas despelechadas
en la barrienta hechicería
centella verde no bajaste
ni empurpurada toda fuísteme!
Y ahora estás para vos sola
con tu sonrisa contra el mundo
cáeme la noche desvencijada
déjame más un ay yaciéndote
quiero tu olor de niebla abierta
sácame vetas de temblor verde
despellejados juanjirones
quiero otra muerte de conana
quiérome esta hasta lo claroso
déjame hacer en esta sombra
hasta la herida del colorinche
cuando respires muy frutona
mora entreblanca o entreoliva
en esta cosa hecha de enjambre
quiérome estar hasta el dios mío
hasta que pálida medanees
o hasta que el buche de la paloma
déjame herir hasta lo amarillo
hasta que tu sed mate otra uva
y entre lo destrozado vivas!