Milei, el fusible: radiografía tecnológica de un sistema aceitado
por Saverio Lanza01 de septiembre de 2025
La Matrix política funciona como cualquier computadora: analizando el poder estructural y la democracia en Argentina. ¿Quién es quién en la placa madre?
En una época donde las alternancias políticas parecen cada vez más una rutina de desgaste, algunos se preguntan lo obvio: ¿realmente cambia algo cuando el poder pasa de un partido a otro? En países como Argentina, donde la promesa de la democracia y la justicia social resuena con fuerza, la sensación de estancamiento se ha vuelto palpable.
Un análisis más profundo podría sugerir que, al igual que una computadora, los sistemas políticos son sistemas compuestos de hardware y software, donde el verdadero poder reside en lo estructural y las ideologías o partidos políticos actúan como una interfaz superficial.
El hardware, en este contexto, es el poder económico local y global, mientras que el software son las alternancias políticas que, aunque modulan las políticas públicas, no alteran la esencia de un sistema profundamente desigual.
¿Estamos atrapados en un ciclo de cambios insignificantes? Ésta es la cuestión central que surge cuando analizamos los sistemas democráticos actuales, especialmente en Argentina.
Hardware: el poder real y la globalización económica
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La analogía entre los sistemas políticos y las computadoras no es nueva, pero en el contexto de un país como Argentina, cobra una nueva relevancia. En una computadora, el hardware es el conjunto de componentes fundamentales que permiten que el sistema funcione: el procesador, la memoria y la placa base.
De manera similar, en una nación, el hardware del poder está compuesto por las fuerzas que realmente controlan el sistema: el poder económico global, las corporaciones transnacionales, las instituciones financieras internacionales y las oligarquías locales que, independientemente de las elecciones, son quienes marcan la agenda económica y política.
En este sentido, Argentina, como muchos otros países del sur global, se encuentra atrapada en las redes de un sistema económico neoliberal ultraconservador en el que el verdadero poder no reside en las instituciones democráticas, sino en los actores económicos que dictan los términos de la economía global.
Las empresas multinacionales, los fondos de inversión y las organizaciones financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), operan como los procesadores invisibles que configuran la política interna del país. Las decisiones sobre políticas fiscales, monetarias y sociales no se toman en las urnas, sino en despachos corporativos y bancos internacionales que definen los márgenes dentro de los cuales los gobiernos deben operar.
Autores como Noam Chomsky han señalado en repetidas ocasiones que las democracias modernas, especialmente las de países periféricos como Argentina, son en realidad democracias de fachada. El poder verdadero se encuentra en manos de las grandes corporaciones y actores financieros que no se ven afectados por los cambios de gobierno.
En consecuencia, los Presidentes no son más que gestores del sistema que sirven como "fusibles" para manejar las tensiones sociales, sin alterar la estructura fundamental del poder económico que sigue en manos de las élites.
Software: democracia, alternancia política y la ilusión del maldito "cambio"
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Mientras el hardware del poder permanece intacto, el software del sistema político sí cambia. En este contexto, el software representa las alternancias políticas, el sistema electoral, las ideologías y las políticas públicas que se implementan en función del partido que esté en el poder. En otras palabras, la democracia, entendida como el sistema electoral y la capacidad de elegir entre diversas opciones políticas, es el programa que se ejecuta sobre el hardware de la estructura de poder.
Sin embargo, como sugieren pensadores como Michel Foucault, el poder no es solo una cuestión de partidos que se turnan en el poder, sino una estructura omnipresente que se infiltra en todas las capas de la sociedad. En sus escritos sobre biopoder y gobernabilidad, Foucault muestra cómo las estructuras de poder se reproducen a través de instituciones como la familia, el sistema educativo, la justicia y, por supuesto, el mercado.
La democracia se convierte entonces en un mecanismo de legitimación de estas estructuras, que mantienen intacto el orden económico global, mientras que las elecciones solo modifican la superficie de la política.

El Presidente como fusible: la responsabilidad de los líderes
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En este escenario, el presidente de turno se convierte en un "fusible" dentro del sistema. Al igual que en una computadora, donde el fusible protege el circuito principal de daños, el presidente actúa como un punto de descarga para las tensiones sociales generadas por políticas económicas que benefician a las élites, pero que perjudican a las clases populares.
Los Presidentes, independientemente de su ideología, no tienen el poder de cambiar el sistema, sino que gestionan las crisis dentro de los límites impuestos por el hardware económico global.
Esta concepción se ajusta a lo que algunos analistas llaman el fenómeno del "estado profundo" o las élites ocultas que operan fuera de la vista pública. El Presidente, entonces, es un gestor del sistema y no un agente de cambio.
Por tal razón, las promesas electorales de un cambio radical muchas veces se ven limitadas una vez que el nuevo presidente se enfrenta a la realidad de los acuerdos internacionales y las presiones económicas que no están bajo su control directo.
La ilusión de la democracia y el cambio superficial
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Este enfoque tiene una implicancia crítica para la concepción de la democracia en la actualidad. En una democracia moderna, las elecciones y el cambio de gobiernos pueden dar la ilusión de participación y alternancia. Sin embargo, la estructura subyacente del poder --comandada por actores económicos globales y locales-- no cambia, lo que genera una sensación de estancamiento e ineficiencia.
Los partidos políticos, aunque ideológicamente diferentes, operan dentro de un mismo marco económico neoliberal, lo que hace que, a pesar de los ciclos electorales, las condiciones de vida de las mayorías continúen empeorando.
El filósofo Immanuel Wallerstein, en su teoría del sistema-mundo, subraya que el poder global es tan fuerte y omnipresente que las naciones son actores secundarios dentro de un sistema económico global. Este sistema-mundo determina las reglas dentro de las cuales los gobiernos deben operar, y las alternativas políticas son, en gran medida, limitadas por los intereses de las grandes potencias económicas.
En este marco, la democracia solo puede ofrecer un cambio superficial, una nueva interfaz que no altera los mecanismos fundamentales de opresión y desigualdad.
¿Es posible un cambio real?
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La pregunta crucial que surge es si este sistema puede realmente cambiar o si estamos condenados a un ciclo de alternancia política sin transformación estructural. A pesar de la evidencia de que el poder económico global sigue intacto, algunos teóricos como Karl Polanyi sugieren que la política puede, de alguna manera, "hackear" el sistema y transformar las relaciones de poder.
Polanyi habla de la gran transformación de las sociedades hacia un modelo de economía planificada que priorice el bienestar humano por encima del beneficio corporativo. Sin embargo, en el contexto actual, parece más probable que las fuerzas estructurales globales sigan dominando el campo de la política, haciendo que el cambio real sea más una ilusión que una realidad palpable.
El futuro de las neo democracias
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La analogía entre la computadora y el sistema político ofrece una nueva forma de entender el estancamiento de los sistemas democráticos modernos, especialmente en países como Argentina. Si bien el software del sistema puede cambiar, el hardware del poder sigue inmutable.
Los gobiernos, más allá de sus colores y promesas, operan dentro de un sistema económico global que limita su capacidad de generar cambios reales. La democracia, en este contexto, se convierte en un mecanismo de gestión de la frustración, mientras que los grandes intereses económicos continúan siendo los verdaderos dueños del poder.
El desafío, entonces, es si es posible reprogramar este sistema para que funcione para las mayorías y no para las élites. Romper con el hardware de la estructura global requeriría una transformación profunda que vaya más allá de las alternancias políticas.
¿Existe espacio para este cambio estructural, o simplemente persistirá en un cambio cansino de software sin tocar el hardware que lo sostiene?

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