Un homenaje a la magia del medio centenario en el Día Mundial de la Radio. Por qué en tiempos de Spotify e hiperconectividad las voces de Héctor Larrea o Víctor Hugo Morales nos interpelan en lo profundo del ser argentino.
Héctor Larrea entendió que la radio era algo más que un artefacto enorme en su casa cuando vio que su mamá, de riguroso luto después de la muerte de su papá, pudo (varios meses después) sonreír por algo que había escuchado saliendo de ese aparato. Cuando en la década de 1960 Héctor Larrea se largó a hacer un programa “Rapidísimo”, inventó sin saberlo el formato magazine que sigue vivo casi 70 años después.
En Spotify se puede escuchar la discografía completa de Mercedes Sosa y los homenajes posteriores que hicieron diversos artistas. Pero que una voz en la madrugada, entre “Zamba de mi esperanza” y “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, cuente que Mercedes Sosa nació en Tucumán un 9 de Julio; o sea, que nos invite a dimensionar que en su biografía estaba la marca de que esa voz iba a ser la voz de la patria… eso solo es posible por la cercanía humana que da la radio.
En el pequeño pueblo uruguayo de Cardona, lo que precedía a la siesta era una voz desde una propaladora, un enorme parlante montado sobre un auto que daba vueltas por las calles de tierra. Esa voz anunciando las fiestas vecinales y vendiendo productos diversos, más algunos libros que llegaban a sus manos, fue la semilla que germinó varias décadas después en la cabeza de un señor llamado Víctor Hugo Morales, que cuando tuvo que describir el gol más bonito de los Mundiales de fútbol dijo que había visto un “barrilete cósmico”.
Las máquinas más avanzadas podrán, mediante la inteligencia artificial, redactar informativos ágiles y ofrecer apuntes graciosos para la improvisación a cualquier humorista. Lo que las máquinas no van a alcanzar es el silencio en medio de la noticia pesada que hace un locutor o locutora de experiencia cuando debe comunicarle al pueblo que ha perdido a su Evita o a su Maradona. Ese silencio de radio todavía no lo ha podido guardar ningún banco de sonidos.
Será entonces que, como radio, como podcast o como transmisión transmedia, el valor más profundo de ese juguete humano llamado radio es el poder de la palabra, la música o el silencio que toca un rincón del alma después de entrar por el oído. La magia de un interlocutor a la hora de los desvelos, para acompañar un duelo o matizar las trasnoches de estudio o de trabajo. El poder de la emoción que llega cuando tu equipo hace un gol sobre la hora en una cancha a miles de kilómetros de tu casa.
Será entonces que, no importa el formato de distribución ni el dispositivo para escuchar ni las modas sonoras de cada época, la radio tiene esencia y vida porque termina de completarse en el escenario imaginativo del oído solitario, como un eco esperanzador en los pasillos de un hospital o como una píldora sanadora en los paisajes de soledad de ciertos hogares olvidados.
La radio seguirá encendida en los corazones de este país porque es el reflejo de un impulso primitivo de la humanidad: construir comunidad, lanzar historias al aire y no sentirnos tan solos ni solas en nuestra travesía por el mundo.

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