“En los medios, generar odio es más barato que generar amor”

por Estefanía Santoro
Fotos: Rodrigo Ruiz
10 de enero de 2024

David Gudiño es actor, director, productor y dramaturgo. Reivindica su identidad marrona y desde sus múltiples formas de arte y comunicación denuncia que “Argentina no es blanca”, aunque muchxs aún no lo sepan. 

“Soy un indígena que creció y habita la urbanidad. Soy un indígena urbano. ¿Qué pasa con nuestros cuerpos en la ciudad? ¿Son bienvenidos? ¿Con qué están asociados mis rasgos? ¿A qué relacionan mi color de piel?”, se pregunta David Gudiño en “Marrón”, el monólogo que escribió en la cocina de su casa durante la cuarentena de 2020, para ofrecer algunas respuestas que concienticen a la sociedad sobre el racismo.

Para David, el humor y la actuación son sus motores. Desde sus redes, en sus videos y arriba del escenario denuncia la falta de representación de personas marronas e indígenas en la televisión y desnaturaliza el racismo y la xenofobia, tan arraigada en la sociedad argentina. Así lo demuestra en su sátira #EnELControl, donde visibiliza el detrás de escena de los noticieros televisivos para mostrar cómo algunxs periodistas se sirven de los discursos de odio, que instaló la ultraderecha, sin costo ético alguno.

David nació en Tartagal (Salta), donde vivió hasta los siete años. En los ‘90 su papá trabajaba en Gas del Estado hasta que el por entonces presidente Carlos Saúl Menem, privatizó la empresa y fue despedido. Ningún gobierno recuperó esa compañía que hoy continúa en manos de privados. 

 

 

La economía de la familia de David se desplomó. Su papá se las rebuscó de todas las formas que pudo. Recorría ferias en una camioneta vendiendo remeras y flores de papel. A los cinco años, David colaboraba en esos trabajos al igual que toda la familia, para contribuir a la economía del hogar.

“Recuerdo a mi mamá llorando porque mi viejo se tuvo que ir a Buenos Aires, después de intentar salir adelante con la venta de remeras durante un año. Ahí trabajó de seguridad, de taxista, agarraba lo que había y nos mandaba la plata. Me acuerdo que comíamos pollo una vez al mes. Yo estaba deprimido, no quería ir a la escuela y extrañaba a mi papá. Él nos mandaba cartas y yo las rompía, sentía que me había abandonado. A mis seis años no entendía lo que pasaba, era muy chico. Mi papá me contó que cuando estaba en Buenos Aires e iba a algún bar a tomar un café, no lo atendían. Él es marrón. Tenía que agarrar el diario para mostrar que sabía leer y recién ahí lo atendían. Al tiempo, un amigo de la familia le ofreció trabajo en Río Grande, vendimos todo lo que teníamos y nos fuimos. Me acuerdo de llevar solo una mochila. Pasamos de vivir en una casa propia a alquilar una pensión todos juntos.” 

En Río Grande David estudió el profesorado en Biología, trabajó en una empresa de limpieza y luego en un estudio de arquitectura, pero su verdadero amor siempre fue la actuación, disciplina que estudia desde los 15 años. A los seis, juntaba a sus vecinxs y les enseñaba coreografías que él mismo armaba. A los 18 ya dictaba clases de teatro en escuelas secundarias y era modelo vivo en una escuela de arte. Hoy es licenciado en actuación por la Universidad Nacional de las Artes, es la primera generación de su familia que pudo terminar una carrera universitaria. 

Ya en Buenos Aires, David incursionó además en otra disciplina: arteterapia: "Es ayudar a las personas a través de las artes, es decir, la utilización de los medios audiovisuales y visuales para el tratamiento y acompañamiento de la salud mental, es un apoyo terapéutico”, explica. Su primera casa en Buenos Aires fue una pensión en Carlos Calvo y Jujuy, que pagaba con algunos ahorros. Le costó mucho conseguir trabajo en la ciudad, hasta que un día encontró en el diario un aviso que solicitaba docente para dar clases de biología en inglés en un colegio en Del Viso, ciudad del conurbano bonaerense. “Yo venía de vivir en Israel,  donde estuve desde el 2009 al 2012, mi inglés era bueno y me dieron el trabajo."

- ¿Con qué te encontraste en Buenos Aires?

Cuando llegué a Buenos Aires, solía ir a Belgrano porque tenía amigos ahí. Un domingo caminando por ese barrio, una chica que iba delante mío se dio vuelta para mirarme y me dí cuenta que le dí miedo, crucé la calle para no incomodarla, pero justo ella también cruzó, me miró y salió corriendo. En ese momento lo naturalizaba, para mí era normal. Recuerdo que una vez de chico vine a Buenos Aires con mi papá, entramos a una oficina y la gente se asustó mucho, pero en ningún momento se mencionaba que eso nos pasaba porque éramos marrones, racializados. Teníamos una total ignorancia de lo que éramos. 

- ¿Cuándo dejaste de naturalizar esas situaciones?

- Cuando comencé a actuar en audiovisuales me di cuenta que siempre era el operario, el policía, el extra, el enfermo, nunca tenía un papel protagónico, pero no lo asociaba a mi color de piel directamente. Simplemente pensaba que era porque soy negro, sin entender mi color de piel. En 2020 conocí a Identidad Marrón hacía poco habían asesinado a George Floyd y todos los medios hablaban de racismo. En ese momento, Identidad Marrón salió con un collage de rostros de chicos asesinados por la policía para decir: “No hay que irse muy lejos para buscar racismo”. En Tucumán mataron a Luis Espinosa, un peón racializado, también a Facundo Castro y más recientemente a Lucas González. Son casos donde es complejo entenderlos como racismo, incluso hoy cuando existe el fallo del TOC 25 que dice que a Lucas González lo asesinaron por odio racial, pongo el fallo en redes sociales y algunas personas comentan: “No es racismo, es clasismo”. Aun cuando se pudo probar que a un amigo de Lucas le dijeron “negro de mierda, tendrías que estar muerto como tu amigo”, aun cuando sufrieron el hostigamiento y el odio racial y fue probado, aún así es posible en Argentina ponerlo en duda. Cuando Identidad Marrón salió a decir eso se me estalló la cabeza y pensé soy marrón y me vi igual a esos pibes.

-  ¿Alguna vez sufriste violencia policial?

- Me pararon dos veces en la calle para pedirme los documentos, de día. En una de esas veces, cuando el policía me preguntó “¿qué estudias?” porque le dije que venía de la facultad, no me animé a decirle que estudiaba Licenciatura en Actuación y le dije Seguridad e Higiene. En ese momento pensé ¿Qué puedo decir que le va a parecer real? No entendía que me estaban parando porque soy marrón. El racismo en Argentina circula en todo el territorio y pasan cosas muy graves en otros lugares porque el acceso es desigual y mucho más para las personas marrones. Nos es muy difícil acceder a la justicia, tener un abogado, recursos y tiempo. Después me pararon cerca de la Facultad de Derecho y me asusté, ahora lo entiendo, el racismo te paraliza.

- ¿Cómo pasaste de dar clases a crear contenido en redes?

- Cuando comencé a avanzar como arteterapeuta estaba estudiando también la Licenciatura en Actuación. Trabajé 10 años en un centro de rehabilitación en adicciones, fui creciendo en eso y seguí dando clases porque me sostenía económicamente.  Comencé a hacer vídeos durante la pandemia. Siempre me maravilló la televisión, la política, pero me hartaron los periodistas que manejan la opinión pública como lo hicieron en pandemia, en contra de las vacunas, en relación a la cuarentena. Van detrás de la primicia, quién dio la nota, quién tuiteó más rápido y manejan tan bien el poder que hoy en día no sabemos a quién votaron. Son personas que, claramente defienden un modelo, imaginamos a quién votaron, pero no hay costo. Cuando escuché a Jonathan Viale decir: “Argentina es tóxica” me hizo muy mal porque yo viví afuera y conocí gente de otros lados, pero elijo vivir en Argentina, tengo mis sueños y mi familia acá. Cuando escucho eso pienso: “no puede ser que una persona que tiene más o menos mi edad, que siguió más o menos la carrera de su papá y de pedo está ahí, me diga a mí lo que es mi país”. Ahí me harté, no puede ser que yo como ciudadano no pueda generar una respuesta política a eso que me come la cabeza. Creo que lo que hacen estos periodistas no tiene costo por el poder que tienen y la forma en la que está construido el medio. Los canales de noticias cada cinco minutos dan un alerta, quieren que estemos en ese estado, por eso bailo en los alertas y los urgentes. Tenemos que encontrar, como ciudadanos, maneras de comunicar en donde entendamos que hay personas del otro lado.

-  Lograste burlarte para generar el efecto contrario, vemos los alertas, nos angustiamos y después te vemos a vos y al menos podemos reírnos de eso y sacarle dramatismo.

- Sí, de hecho mucha gente me escribe contándome que se pone a bailar con los alertas y generar eso para mí está buenisimo.

 

 

 

- Es interesante lo que planteas sobre que no tiene ningún costo la influencia que tienen en la opinión pública determinados periodistas ¿Qué creés que generan en la sociedad con esa forma de informar?

 Lo que generan es malestar social, ganas de provocar, porque desde los medios generar odio es mucho más barato. 

-  Y más fácil ¿no?

Sí, generar odio es más fácil que generar amor. Siempre pensé que no iba a poder estar en pareja feliz porque es algo que no depende sólo de uno, tiene que haber un otro que te ame, te elija, es mucho más fácil que te odien. Salís acá afuera, te colas comprando en la panadería y ya te odian, es más sencillo ese lugar y me parece que eso es lo que intentan generar y será también más fácil vivir del odio. Hay dos youtubers que salieron a criticar mi video Argentina no es blanca, es un corto que participó de la competencia de cortos de TikTok en el Festival de Cannes y que ya tiene más de 20 millones de visualizaciones en YouTube. Los comentarios que tiene ese video es contenido producido desde el odio porque es barato, es mucho más barato criticar que producir humor. El contenido en el que se reacciona críticamente es solo una queja y no se revisa. 

-  ¿Sentiste que desde las PASO hasta el triunfo de Javier Milei se incrementó el odio y el racismo hacia vos en las redes o en la calle?

-En la calle nunca me pasó, pero si veo que se incrementó. Yo estudié en la universidad pública, gratuita y de calidad, que ojalá siga así, siempre me van a encontrar de ese lado de la lucha. La universidad es una de las pocas herramientas que permite el ascenso social. Para mi viejo laburante y maestro y para mi vieja que toda su vida limpió casas y ahora cuida abuelos, la universidad fue la herramienta con la que nos insistieron siempre. Me recibí en la Universidad Nacional de las Artes, hice un vídeo frente a una de las sedes diciendo, voy a defender esto que nos toca elegir democráticamente y cuando ganó Milei recibí muchísimos comentarios que decían “andá a laburar”, “vas a tener que buscar un laburo real”. Hice un tutorial para cada vez que alguien me dice peruano, boliviano, negro, boli, bolita, peruca y todos esos insultos racistas. El tutorial lo hago con la tasa de Homero, porque ¿por qué si soy marrón indígena, tengo que clavarme la pluma y el aguayo? No me clavo nada y agarro lo más capitalista y ganso que existe. Ahora ese discurso de odio se legitimó, cuando un candidato a presidente dice “zurdo de mierda” y esa persona es elegida para ocupar semejante cargo, quiero creer que el 57% no diría zurdo de mierda, es un grupo un poquito más chico, pero hay una legitimación de eso, sobre todo en las redes.

-  ¿Cómo te sentís con ese avance del odio?

-Por suerte soy más grande y no me come la cabeza pero hay un lugar del dolor que para mí no tiene que ser un fin sino un medio, hay algo de atravesar ese dolor. Decir yo amo a mi país, lo elijo y quiero construir acá y me gustaría que nadie comente "peruca". Hay un deseo de que toda la generación marrona que viene, que existe y las infancias puedan crecer en un territorio en donde sus rasgos no sean extranjerizados ni estigmatizados.

- Esa estigmatización genera problemas en lo cotidiano, en el acceso al trabajo y en la salud mental, sobre todo, esto último en las niñeces y adolescencias.

-Sí, a muchas personas en barrios populares les cuesta acceder a un trabajo pero nuestros domicilios no son delitos, nuestro color de piel no es un delito, el asesinato a Lucas González pasó y ese dolor existe. Yo lo vivo como un medio para comunicar que nuestro color de piel, nuestros rasgos, nuestras familias, nuestra nariz andina, nuestros cuerpos lampiños, nuestros pelo lacio duro firme, no es motivo de vergüenza, pero el racismo y la xenofobia sí, entonces voy a seguir haciendo ese tutorial porque veo que sirve. Cada vez que lo hago la gente lo vuelve a ver y lo vuelve a pensar y se dignifica. Ha circulado mucho el vídeo en Perú, por ejemplo. Los peruanos dicen “cómo puede ser que en Argentina se utilice peruano como insulto”, yo quiero que lo sepan. Las personas de allá me decían “somos color cartón, color puerta”, como orgullo y yo les digo: “queridos, compañeros y compañeras peruanos, tenemos el color marrón, que es lo que somos”.

- ¿Qué pensas sobre las críticas al término marrón como identidad?

- Creo que decir marrón es una forma de identidad y una forma de poder debatir sobre derechos civiles. En palabras de Alejandro Mamani, abogado de Identidad Marrón, “hay un daltonismo social”. Entonces vos ves que todos los jueces son blancos pero por qué si al menos el 50% de la población en este país tiene mi cara. Encontramos marrones en actividades donde hay una habilidad, pero cuando la cosa se vuelve más subjetiva aparece la exigencia de la blancura. ¿Cuántos actores, actrices, mujeres racializadas, indígenas, hay?. Dos, a lo sumo. Hay una sobrerrepresentación de la blanquitud. Gracias a Identidad Marrón yo hoy estoy sentado acá y te digo que en la televisión, en las series, en las películas, en las producciones, en los noticieros y en los medios hay una sobrerrepresentación de la blanquitud. Esa es la Argentina que se exporta y no es que yo me quejo porque quiero actuar, lo que digo es que hay derechos vulnerados y si el racismo está ahí presente es porque las personas marrones, racializadas, indígenas, morochas, negro cabeza - como quieran decirle - no estamos. Me vas a decir que los pibes y las pibas de 15 años con mi cara no quieren estar en la tele. Solo aparecen como excepcionalidad, entra una o dos y dicen ya estamos, pero esto no es cupo. Nosotros no somos menos, no somos poquitos en número. Cómo puede ser que los pibes que aparecen en las publicidades de yogur en Salta, en Chaco, no se parezcan a los pibes que viven ahí. Nosotros venimos a debatir derechos civiles, que en los barrios populares se les diga como quieran a las personas. Vuelvo a citar a Alejandro Mamani: “La corrección política no da derechos”. Para mí decirme marrón es una forma de entender mi ancestralidad indígena, entender que tengo esta cara que ha sido estigmatizada a lo largo de toda la historia. Los inmigrantes que queremos son los europeos, no los que tienen esta cara. Entonces, fue una ayuda, un salvataje y un estalle artístico poder decir: también puedo ser bello, deseado, puedo putear, portarme mal, garchar y aunque no esté en la publicidad de la cerveza, puedo modelar. Ellos son los racistas, los que no nos quieren en esas mesas. Hay una pregunta que nosotros entendimos del feminismo y es un gran regalo que nos dio el movimiento, cuando nos preguntamos ¿cuántas mujeres hay acá? Lo mismo vale para las personas marrones.

–¿De qué trata tu obra El David Marrón?

–Es una obra que escribí y produje desde cero, le llevé a Barcelona, me invitaron de Casa América, se cagaron de risa porque les habla a ellos y es sobre Colón. Mis viejos de pedo me pusieron de nombre David. La escultura más bella, el chabón más lindo y perfecto, se llama como yo,  y yo que tengo pelo pirincho pienso ¿cómo puedo ser él? Entonces en El David Marrón me ven intentando, luchando contra ese David blanco y diciendo el David también puede ser marrón como una posibilidad. Creo que ser marrón, decir soy marrón, es abrirse a nuevas posibilidades de existencia y no ese final premeditado, impuesto. 

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