Las ferroviarias, las viejas, las amas de casa, las cartoneras, las putas, las campesinas, las originarias, las negras, las que cuidamos niñes y ancianos, las docentes. El Cuarto Paro Internacional Feminista volvió a llenar las calles de la Ciudad de Buenos Aires contra la deuda externa y doméstica. Historias de precarización en cuerpos feminizados.
“Trabajadoras somos todas y todes”. Las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries. Las ferroviarias, las viejas, las amas de casa, las cartoneras, las putas, las campesinas, las originarias, las negras, las que cuidamos niñes y ancianos, las oficinistas, las docentes, las médicas, las vendedoras, las manteras, las operarias, las colectiveras.
Somos todas y decimos que “La deuda es con nosotras y nosotres”, porque nos asfixia, porque nos precariza, porque nos deja servidas en bandeja a las violencias, porque nos invisibiliza, porque nos extorsiona, porque no tenemos cómo pagar la luz, ni el gas, ni cómo llenar la olla. Paramos para denunciar que la deuda atraviesa nuestros cuerpos, que se mete con nuestra autonomía, que atraviesa nuestras subjetividades. Pero a veces no paramos, no podemos, ningún día podemos porque si paramos no tenemos con qué darle de comer a nuestres hijes.
El 4° Paro Internacional Feminista volvió en marea a copar las calles. Marchó hasta el Congreso. Y allí estaban las trabajadoras, cada vez más precarizadas, para sacar del closet a la deuda. La deuda pública que nos ajusta, la doméstica que nos oprime y la histórica: el sistema patriarcal que nos violenta y nos mata.
“Queremos las mismas condiciones laborales que los varones en nuestro lugar de trabajo”, dice Yanina, una ferroviaria de 29 años que hace 5 trabaja como guarda. “Venimos de un sector muy hostil, el sector ferroviario es históricamente cosa de machos. Y se tuvieron que acostumbrar a nosotras, no fue fácil pero ganamos nuestro lugar: estamos para cualquier puesto laboral, como ellos”.
Paramos para sacar del closet a la deuda. La deuda pública que nos ajusta, la doméstica que nos oprime y la histórica: el sistema patriarcal que nos violenta y nos mata.
Y relata que, organizadas, están pelando para cambiarlo todo, incluso en su ámbito laboral donde son, además, las que menos ganan. “Somos 26 mujeres guardas, 200 varones y nosotras no tenemos ni un vestuario para cambiarnos”.
Las desigualdades y las injusticias que atraviesan nuestras vidas y nuestras casas se ven reflejadas en nuestros trabajos, formales o informales, con salarios o con changas, en las zonas rurales o en las ciudades.
Si de algo sabe Elena Orellana es de remarla en soledad. Tiene 54 años, llega al Congreso desde Moreno junto a sus compañeras. Es cartonera desde 2001 cuando se separó y no le quedó otra que salir con el carro y recurrir al trueque para mantener a sus 8 hijes. “Con los años logramos organizarnos con varios cartoneros independientes y armar una cooperativa de la que ahora soy la tesorera”, cuenta.
Y dice que los últimos años de ajuste, represión y endeudamiento han marcado mucho más a fuego a sus compañeras mujeres. “Somos quienes pagamos la olla, las que nos ocupamos del cuidado, del plato de comida, de los útiles escolares que no podemos comprar, pero también nos ocupamos del carro y del reciclado”. Esto, dice, también es machismo. “Y nos mata igual que nos matan los varones”.
Las desigualdades y las injusticias que atraviesan nuestras vidas y nuestras casas se ven reflejadas en nuestros trabajos.
Soledad Casals es ladrillera en un emprendimiento familiar que creó su bisabuelo en 1905. Desde entonces toda su familia fabrica de forma artesanal ladrillos, en la ruralidad, a 150 kilómetros de Paraná, Entre Ríos. “Es una actividad como la campesina, habitualmente vivimos en la misma casa donde se fabrican. Y nosotras, las mujeres, siempre pensamos que ayudamos, nos costó mucho asumirnos como trabajadoras ladrilleras. A mí incluso me daba vergüenza decirlo”.
Y relata que las mujeres no sólo trabajan en el ladrillo, sino que además se escapan un poco más temprano para cocinar, mandar a les hijes a la escuela, y luego regresa a apilar los adobes. “Somos las que más trabajamos, en definitiva, porque tenemos doble o triple jornada. Y somos, también, las que menos cobramos”, agrega Soledad, de 37 años y mamá de 4 hijes. Dice también que haber creado una cooperativa les ayudó en organización y derechos gracias al apoyo del sindicato. Gracias a esa organización, las ladrilleras empezaron a reconocerse como tal.
La marea avanza por Avenida de Mayo hasta el Congreso. Hay miles de mujeres y disidencias con glitter, pañuelos verdes y carteles. Hay bombos, redoblantes, cantos y arengas. Y también hay otras tantas trabajadoras que fueron, precisamente, a trabajar.
Como Marisel, que viajó desde Florencio Varela con su nene de 6 años. Tiene cuatro hijes y no tiene trabajo formal, por eso aprovecha cada marcha feminista para vender pañuelos verdes por el Aborto Legal y naranjas por la separación de la Iglesia del Estado. “No puedo parar ni marchar, necesito trabajar para mantener a mis hijxs. En la semana, durante todos los días vendo torta fritas en mi barrio para llegar a fin de mes”.
De fondo se escucha el clamor desde el escenario, donde están las Madres de Plaza de Mayo, las migrantes, las personas con discapacidad, las compañeras de la Campaña por el Aborto Legal, las travas, las negras, las migrantes, las indígenas, las sindicalistas.
“Decimos la deuda es con nosotras y nosotres porque nuestros cuerpos son les más perjudicades por la desocupación, la feminización de la pobreza, la brecha salarial, el trabajo precario y la falta de accesibilidad. Somos nosotres las y les que más sufrimos el saqueo capitalista a costa de nuestros cuerpos y territorios”.
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