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Razones de fuerza mayor

por Pablo Bruetman
Fotos: Vicky Cuomo
01 de mayo de 2020

¿Cómo enfrentan la pandemia y el aislamiento las personas que vivían de la venta ambulante o de la venta diaria en los puestos de Once? ¿Cómo se hace para comer cuando no te dejan trabajar y no recibís ninguna ayuda?

-Nora, por favor necesito algo. Necesito víveres. No tengo nada, por favor. Avíseme de cualquier cosa le ruego.

Es domingo. Él que habla es Elmer, peruano 41 años, dos años de residencia en Argentina. Trabajo: puestero del predio de la calle Perón del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Manda el audio de Whats App desde la casa donde lo alojan en Avellaneda. La que escucha desde la pieza de hotel que alquila por 8000 pesos al mes en una esquina a tres cuadras de Plaza Miserere es Nora. También puestera del predio de la calle Perón y Boulogne Sur Mer, la cortadita esa que con o sin pandemia, siempre vive en el aislamiento; la única cuadra de todo Once vacía de humanos. También es vendedora ambulante porque con el puesto no alcanza: a veces por ese puesto oculto en pleno Once solo pasan las ratas y el agua de la lluvia que se cuela entre los techos de chapa y arruina las mercaderías. Nora contesta:

-El miércoles vamos a estar firmando un petitorio y lo vamos a llevar a Huergo, a la calle Huergo donde está el área de Ferias y Mercados. Necesitamos que lo firmen todos los puesteros que están sin trabajar. Estamos pidiendo un subsidio porque no podemos trabajar. Y víveres, porque no tenemos.

Nora envía el audio y le escribe a Elmer la dirección de una casa.

Ahora es miércoles. Estamos en esa dirección. En una mesa, dos planillas una birome y un plato con galletitas. No hay mate: estamos en una pandemia. Por eso también los barbijos y los saludos a la distancia. Y por eso las personas irán entrando de a una para firmar el petitorio. En algún momento entrará Elmer. No saludará, contará que vino en tren desde Avellaneda y que por supuesto en Constitución debió mostrar a la policía su permiso de circulación. Un permiso que dice: “Por razones de fuerza mayor”. Después desaparecerá sin saludar e irá hacia otro lado “por razones de fuerza mayor”. Como alguna vez tuvo que desaparecer de su país y venir a la Argentina, también “por razones de fuerza mayor”. Entre su entrada y su salida, firmará un petitorio y le ofrecerán galletitas. Elmer no las comerá, agarrará cuatro galletas de diferentes colores y las guardará en el bolsillo exterior de su mochila. ¿Tal vez para su hijo? ¿Para su hija?¿Para su pareja o para su hermano?¿Va a guardar esas galletas y arriesgarse a que se conviertan en migas en un bolsillo para compartirlas con las personas a las que quiere? No, ésta no es una historia emocionante ni de lazos familiares. Elmer no tiene familia. Solo se guarda las galletas para administrarlas: tal vez engañe al estómago con esas galletas a la hora de la cena.
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En la casa donde se firma el petitorio viven César, Melissa y Nelly. Tienen sus puestos en los predios que el Gobierno de la Ciudad les dio a los vendedores ambulantes para despejar las calles. Les prometieron una inauguración, propaganda en radios y televisión. “Ahora las mejores ofertas las encontrás en el predio de Perón y Boulogne Sur Mer, a metros de la estación”, diría el locutor y la cámara mostraría la entrada y los puestos prolijos, limpios, pulcros. Y la gente circulando, probándose una calza o mirando vestidos. Tendría que haber pasado hace dos, tres años. No pasó. No importa ahora. La pandemia cambió al mundo y Once no quedó exento: ya no hay ferias ni predios donde vender ropa, tampoco se puede vender en la calle. Ahora lo que importa es que no tienen nada y no hay respuestas. Por eso César, Melisa y Nelly ofrecieron la casa para las firmas del petitorio. 

El 80% de les vendedores son migrantes que no cobran el Ingreso Familiar por Emergencia.

En el puesto de Perón trabajaban 400 personas. Solo 40 reciben el Salario Social Complementario, una ayuda de 8500 pesos que el Ministerio de Desarrollo asigna a trabajadores o cooperativistas para poder completar un sueldo digno. Muchos tampoco pudieron cobrar el Ingreso Familiar por Emergencia. El 80% de los puesteros/puesteras son migrantes. Acceder a las ayudas estatales siendo migrante es una quimera. 

Hace diez días el coordinador de Ferias y Mercados convocó a los puesteros para que retiraran sus pertenencias del predio. Pudieron sacar la mercadería antes que la humedad y las ratas la transformaran en basura. Nora le planteó las necesidades: “No podemos trabajar, pedimos un bono de 30 mil pesos y que nos den víveres”. El coordinador preguntó: “¿No cobraron el bono de los 10 mil pesos del Ingreso Familiar de Emergencia?”. Nora sonrió. Y preguntó: “¿Usted cree que eso es para todos?”


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Rosalinda Huatuco es un de las 40 personas que cobra el Salario Social Complementario. 8500 pesos con los que no llega a pagar los 10 mil que le cobran por la piecita donde duerme. “Buen día”, dicen sus labios detrás del barbijo. “Cuéntele a los periodistas”, la anima Melissa. Y Rosalinda cuenta: “Estoy sin trabajar y no puedo así. Necesito comer y movilizarme porque tengo enfermedades y tengo que ir al hospital y buscar medicinas. Tengo presión arterial, tiroides, soy diabética, me tienen que operar de la vista, tengo mal la rodilla, no alcanza con 8500 pesos. Vendo indumentaria femenina en el predio de Perón, pero ahorita está cerrado y no se puede vender en la calle, solo puedo vender por teléfono….y mi teléfono funciona por megas…esos megas tengo que pagarlos y no tengo cómo”. Rosalinda cobra el Salario Complementario. Entonces no puede pedir el Ingreso Familiar de Emergencia. “Igual tampoco me alcanzaría”, dice Rosalinda y podría seguir. Explicar que no tienen ningún ingreso, que no gana ni un peso. Pero debe salir. María Romero está esperando que salga. Para entrar ella y firmar el petitorio.

Entonces entra María y habla: “Esto es esclavitud. Tengo mi puesto en Perón. Tres veces por día tenía que dar el presente en el puesto. Nos tomaban lista. Podrían usar esas listas para ayudarnos hoy que no nos dejan trabajar. Hoy no tengo ningún ingreso. Salario complementario nunca tuve. El Ingreso Familiar por Emergencia tampoco me lo dieron. Uno tiene sus papeles en regla pero no sale nada y ahora no podemos salir a la calle. Y eso que yo no soy la que peor está. Una compañera tiene un bebé recién nacido, vivía del puesto y de la comida que cocinaba para las compañeras”.

"La policía de Larreta ya mató vendedoras. Para el pobre no hay justicia"

Ahora no entra nadie. Entonces habla César: “Acá vivimos 14 familias, todas de vendedores, algunos del predio de Perón, otros ambulantes. Tenemos que pagar 1179 pesos de agua cada familia”. “Dijeron que iban a congelar los precios pero en mi edificio el gas subió de 6000 a 8000 pesos”, acota Nora. “Ahora no estamos pagando alquiler porque con la pandemia no vienen a cobrar”, se suma Nelly. Cuando termine el aislamiento, si las familias tienen suerte, el supuesto dueño vendrá a cobrarles todos los meses juntos y no tendrán plata para pagar y deberán negociar. Si no tienen suerte, la que vendrá es la policía y las desalojará. 

Antes, cuenta César, trabajaban en la calle y soportaban el calor y el frío pero podían vivir en departamentos. Ahora tienen que ir a casas tomadas, a pensiones de dueños dudosos o a hoteles. No es que no vendan más en la calle pero es un peligro: “Larreta y su policía asesina ya mataron a varios de nosotros, varias compañeras murieron atropelladas. Pero nadie sabe. Para el pobre no hay justicia. No salió en la televisión ni en ningún lado que justo antes del aislamiento una compañera murió atropellada cuando escapaba de agentes de Espacio Público que querían quitarle la mercadería. ¿Y cómo no va a correr?¿Cómo no va a escapar? Si sabe que si le quitan la mercadería, se la incautan y nunca se la devuelven…”
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Ahora sí es el turno de Elmer. Ya dijimos que entra sin saludar. Y que es peruano. Y vive hace dos años en Argentina. Y que se vino por razones de fuerza mayor. No dijimos que en Perú quedaron sus hermanos y su padre, también vendiendo en la calle. “Allá es más bravo, te pegan, te quitan”, cuenta Elmer. Igual que acá pero peor. Por eso se vino, esas fueron las razones de fuerza mayor: sobrevivir. Le dijeron que tendría un trabajo como lavaplatos o lavacopas en un restaurante. Llegó y el restaurante no existía. Era una casa. Lo de lavar los platos era cierto: lavaba los platos de una casa grande, pero el pago era muy malo. Entonces empezó a salir a la calle. “No queda otra que la calle a esta edad”, explica Elmer. Ya lo dijimos: tiene 41. “Hay que tener conocidos para conseguir trabajo, yo no los tengo”, agrega. Él solo consiguió un puesto en el predio de la calle Perón pero lo tomó como una oportunidad. Iba a la Salada, compraba ropa para niños y niñas y la vendía en el puesto. Pero eso se terminó el 20 de marzo con el decreto que declaró el aislamiento social, preventivo y obligatorio. Ahora es una persona que otra vez tiene que viajar por razones de fuerza mayor: para sobrevivir. “Ahora busco comida en comedores, ahí estamos en la lucha, necesitamos trabajar, está difícil. Nosotros trabajábamos día a día. No tenemos sueldo, salario, nada, no nos pagan nada. Pedí el IFE pero para ese plan te evalúan, el 15 de mayo dicen que van a responder a mi solicitud, pero uno necesita ahora. ¿Cómo voy a llegar al 15 de mayo?”

César mira a Elmer. Y nos mira: “Las leyes son para los ricos”, sentencia.

Elmer se viene desde Avellaneda todos los miércoles y los viernes a buscar la comida que entrega el comedor del MTE en el local de Patria Grande de la calle Alsina. En un rato, ya lo dijimos, se irá sin saludar. Lo que no dijimos es que se irá a hacer una fila de dos cuadras para comer una polenta con salsa boloñesa. Pero eso será después, sin que siquiera nos demos cuenta.

¿Cómo podemos vender por internet si no tenemos ni para pagar los megas del teléfono?

Ahora habla Melissa: “Nací en Lima, Perú. Me vine a los 20 años y trabajé cuatro años como doméstica pero tuve problemas de columna y dejé. Así que tuve que salir a la calle. Ahora tengo 34 años y tres hijos, uno chiquito que usa pañales. La Asignación Universal por hijo no me alcanza. En el predio tengo un local de accesorios para el celular. La gente los necesita pero no es algo considerado esencial. Cuando nos dejaron entrar, yo saqué los documentos de mis hijos y la mercadería. Tengo acá los accesorios. Pero a quién se los voy a vender”.

Entra a la casa Matilde. Elmer ya no está. Matilde, igual que Elmer, compra en La Salada: medias, remeras y boxers. Igual que Rosalinda, tiene mercadería pero no la puede vender por teléfono. No tiene wi-fi. Igual que Nora, vive a unas cuadras de Plaza Miserere. Igual que casi todes, no tiene ingresos y no cobra ninguna asistencia social. Por eso comenta que ella también va a la olla popular de la calle Alsina. Nos vamos con ella.  
                                   

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La cola es casi de dos cuadras. Mayores de 65 años que se exponen a salir, personas en situación de calle, vendedores ambulantes y otras que por primera vez en su vida hacen una fila para recibir un plato de comida de un comedor o de una olla popular, como por ejemplo Matías: “Yo siempre dije que tengo dos brazos y dos piernas. Nunca le pedí nada al Estado. Siempre trabaje. Ahora no me quedó otra porque no puedo trabajar. Soy vendedor: antes de que declararan el aislamiento compré mercadería y ahora no la puedo vender. Hoy me dijeron que estaba la olla popular; es la primera vez que vengo a un comedor, es la primera vez que pido comida. Con esto puedo comer ahora y también a la noche”.

Ahí está Elmer. Tiene un tupper hermético mediano. En la fila hay tuppers individuales y familiares, también ollas, o bidones y botellas cortadas. Diferentes formas de albergar una polenta a la boloñesa que será el almuerzo de hoy, la cena de esta noche y probablemente también la única comida de mañana.

Dos señoras con bastón comentan: 
-A ella le van a dar el IFE porque tiene hijas, tiene la asignación.
-Una a la que le va a salir por lo menos
-Falta poquito. Cinco personas.
-Cinco personas y el señor que está sentado.

El señor que está sentado espera. No tiene apuro. No tiene qué hacer. No puede trabajar, ni trabajará por mucho tiempo. “Mi actividad va a ser la última que va a abrir, el año que viene tal vez”. El señor tiene un puesto en el predio de Perón en el que repara calzado. El calzado, dice el señor, es uno de los principales transmisores del virus. ¿Y ahora cómo vive? ¿Pudo cobrar el IFE? El señor que repara calzados no responde. Sonríe.

                                                   

Si querés comunicarte con les vendedores para comprales algo, acercarles víveres o ayudarles con su reclamo podés mandarle un whats app a Nora. Su teléfono es: 112831020.