El colectivo A Pesar de Todo se presenta con un documento lleno de preguntas urgentes. ¿Cómo articular la complejidad actual con el compromiso social? ¿Cómo construir poder y política desde abajo? ¿Cómo superar la fantasía del transhumanismo? ¿Funcionar o existir?
Por el colectivo A Pesar de Todo.
Complejidad. Nuestro punto de partida es la complejidad irreductible de la época e incluye un “no saber” fundamental. “Complejidad”, entre otras cosas, significa multiplicidad de vectores y factores interactuando de modo tal que exceden la centralidad de la consciencia y de cualquier otro punto de ordenamiento, de modo de no contar con “buenas acciones” capaces de desencadenar “buenos resultados”. Se trata de la imposibilidad material por parte de una voluntad (por ejemplo, aquella patriarcal, técnica, de clara consciencia) de darse un problema y contar con la solución. Nos preguntamos, entonces, ¿cómo articular complejidad y compromiso social?
A Pesar de Todo es un grupo que convoca a pensar la época desde una multiplicidad de recorridos y prácticas. Sus integrantes parten de situaciones bien heterogéneas como la crónica y la composición política desde el vínculo con pueblos en resistencia, el abordaje territorial del hábitat popular, el cuerpo a cuerpo con la salud mental en contextos de violencia urbana y consumos problemáticos, la militancia ecofeminista y las problemáticas medioambientales, una perspectiva ética y filosófica no binaria, el campo de la educación y el afecto en tiempos de reconfiguración, la investigación sobre los avatares antropológicos contemporáneos a partir del estudio de técnicas de sí, fenómenos digitales y nuevas instituciones, la investigación biológica y filosófica sobre la relación del cuerpo y la cultura con la interface digital (IA, algoritmos, etc.).
La época. Las áreas o ejes mencionadas cortan transversalmente la pregunta por la época. Creemos que se trata de un tiempo de transformaciones profundas, pero no acreditamos en catastrofismos ni escatologías, ni mucho menos en el exitismo tecnocientífico y empresarial de la hora. El protagonismo de una humanidad patriarcal, capaz de direccionar los procesos, técnicamente omnipotente, muestra sin pudor su modo de operar, y a pesar de su anacronismo y caducidad, insiste como un espectro que da las cartas de la vida social. Por eso urge proclamar su fin. La consecuencia directa es un escenario que se dirime entre la impotencia por falta de coordenadas y la prepotencia de quienes redoblan la apuesta hasta el delirio transhumanista de una existencia gobernada por tecnologías “inteligentes”.
Poder/potencia. Uno de los paradigmas que “se desvanece en el aire” es aquel según el cual el acceso al poder político estatal, resultaría un paso necesario para transformar virtuosamente la realidad. Nuestro acercamiento al problema del poder parte de la pregunta por la potencia de procesos concretos, de imaginarios y trayectorias, de experiencias y memorias. Sólo desde el sostenimiento de la tensión entre potencia y poder es posible un compromiso situado, a distancia de la universalidad de poder como representación y del poder difuso y masivo del capital bajo sus distintos formatos (financiero, tecnológico, mercantil, extractivista, etc.).
Política/gestión. Ubicamos a la “política” en las situaciones concretas en que la potencia está asociada a transformaciones por abajo, cuya vocación no consiste en alcanzar ningún espacio de dominación (el clásico momento de la traición, por ejemplo, de los procesos revolucionarios y reformistas). Mientras tanto, consideramos que la figura de la “gestión” tiene que ver con la administración de lo dado e incluso con la prepotencia de arrogarse, desde un lugar de poder, la definición de lo posible. Por nuestra parte, no sabemos de antemano qué es o no posible, partimos de la pregunta por lo que puede o lo que se puede en una situación, no universal, pero capaz de hablarle a todo el mundo.
Funcionar o existir. La llamada posmodernidad vació de sentido las instituciones públicas, de las escuelas a los hospitales, etc., y coincidió con la crisis terminal del Estado de derecho, la trama sindical, etc. La “razón” económica, considerada como una nueva naturaleza, avanza sobre cada rincón de la experiencia vital. Y, claro, un mundo donde el que no calcula es un gil, fenómenos como la Inteligencia Artificial imponen su lógica frente a todo aquello que no resulta calculable ni mucho menos modelizable. La alianza entre la esfera digital y el neoliberalismo que poco a poco vira a una suerte de neofeudalismo, fortalecen un mundo de puro funcionamiento. De ahí nuestra propuesta surgida de una larga investigación, compartida en amistad con distintos espacios y personas, pero también lanzada como grito de guerra: ¡funcionar o existir!
La irrupción digital, que se despliega como digitalización de la experiencia, escapa al análisis cada vez que se omite un rasgo decisivo: desde el punto de vista tecnocientífico en que se sustentan la racionalidad algorítmica, la intervención digital sobre lo vivo y la delegación de funciones vitales a las máquinas mal llamadas “inteligentes”, lo real es cuantificable y modelizable, es decir agregativo –en tanto se define por partes que pueden descomponerse y recombinarse cuantas veces lo requiera un principio de rendimiento. Así se pasaría de intentar domesticar los cuerpos a superarlos, dejarlos fuera de juego. Frente a esta avanzada que repone una antigua metafísica cuyo odio a los cuerpos y a la vida se traduce en un horizonte digital autónomo; afirmamos la necesidad de un pensamiento y una ética orgánicos. No se trata de “la naturaleza” o de “la biología”, aunque hay principios naturales y biológicos muy contundentes contra la hipótesis agregativa; sino de una constatación: estamos hibridados con los procesos técnicos más recientes, su potencia es enorme. Pero a la constatación sigue una advertencia: el riesgo es que la hibridación, de hecho, irreversible, se convierta en una forma de colonización por parte de la lógica utilitaria, agregativa y metafísica en que se sustentan las tecnologías digitales, en perjuicio de la singularidad de lo vivo y la posibilidad de lo común.
Resistir es crear. Resistir, no tiene que ver con desear el poder, sino que se trata de desplegar el poder múltiple de la vida. Encontramos en toda América Latina y en otras partes experiencias que plantean, o bien, formas de resistencia confrontativa, o bien formas de vida que crean otros escenarios con otras posibilidades sensibles y prácticas, o incluso articulaciones entre dimensiones autónomas e institucionales. No sabemos lo que podemos, pero nos entregamos a una búsqueda para averiguarlo… Resistir hoy a la destrucción de la vida, las culturas, los pueblos, y los ecosistemas no puede lograrse simplemente enfrentándose a las fuerzas económicas u otras fuerzas de destrucción. Tenemos que crear nuevas posibilidades, nuevas imágenes de lo deseable.
¿La unidad es un intento fascista de dominación? La gastada figura de la “unidad en la acción”, estratégica en el marco de un paradigma pasado, o la vocación por el rejunte, pomposamente llamado “convergencia” o “concertación”, según el momento, forman parte de la derrota antes de la derrota, es decir, una derrota en el interior mismo de espacios compañeros, del campo popular. La necesidad de avanzar en las múltiples experiencias teóricas y prácticas desde el nuevo paradigma, donde, justamente, “resistir es crear”, late hoy como nuestro sentido mismo de la urgencia. Desde nuestras prácticas y la elaboración que compartimos y ponemos a disposición, no se trata ya de los macroprocesos ni de contiendas a una escala que sólo resulta compatible con la paranoia o la conspiración fantasiosa, sino de experimentar otros modos de relación con el mundo aquí y ahora, cada vez, todas las veces que se pueda… dos, tres, muchas veces, parafraseando al Che.
“Relaciones de fuerza”. Hay un nivel de relaciones de fuerza geopolíticas que produce tristeza e ignorancia, generando impotencia. No creemos que todo pueda subordinarse a esas “relaciones de fuerza”, pero sí las consideramos un nivel más a tener en cuenta en la complejidad que nos toca asumir. Por fuera del voluntarismo conspirativista y los discursos que, como piezas de museo, reproducen eslóganes antiimperialistas de antaño; nos preguntamos cómo articular prácticas situadas y nuevas experimentaciones con quienes habitan niveles institucionales o incluso formatos tradicionales de la política en virtud de tener en cuenta esas relaciones de fuerza a escala.
¿Cuál es la unidad de medida, si pudiera decirse algo así, de la situación? En el fondo, no consideramos a lo global y lo local como escalas, sino como modos de abordar la situación, como formas de plantear problemas. Creemos que el todo, es decir, el mundo, no es la suma total de situaciones concretas. La globalidad, “el mundo”, es lo que existe de distintas maneras y formas en cada situación, de lo contrario se nos aparece como imposibilidad de hacer sentido de manera territorializada. Entre el individuo aislado impotente y el deseo de tomar el poder, la situación concreta es la medida que nos permite actuar. El todo, si hay “todo” que da sentido a un conjunto, en tanto resultante emergente, existe solamente en las partes, de ahí su materialidad. Eso que llamamos “situación” no es un recorte previo ni mucho menos aislado, sino que depende de una asimetría concreta que ordena los hechos y los actores, un eje intensivo presente de algún modo en todo lo que funda una situación, en su inteligibilidad y en las posibilidades de actuar.
Colonialismo. El proyecto de la modernidad es, en su vertiente hegemónica, el proyecto colonial. El proyecto del Ser que avanza por sobre los modos del “estar siendo”. El colonialismo, para conquistar, transforma todo a su alrededor en pura carencia, falta de ser, ausencia de humanidad. La supuesta liberación que se enmarca en ese paradigma juega con los mismos recursos, pero invirtiendo su signo, reponiendo un humanismo que reconoció a los pueblos su dignidad bregando por la igualdad y la justicia social, siempre en el marco del proyecto moderno. Pero nuestra época presenta un nuevo desafío. Ya existe un nuevo paradigma de hecho, descolonial y no antropocéntrico, que no tiene más al ser humano en el centro. Se constata en la medicina, la economía, el urbanismo; donde la gestión algorítmica sustituye a los proyectos orgánicos una y otra vez, donde el objetivo último es funcionar. ¿Cómo asumir, entonces, el fin del antropocentrismo sin reponer al humanismo desfasado del paradigma que le dio vida y sin caer en el puro funcionamiento? ¿Cómo comprometernos social y políticamente en todos los planos, sin caer en la trampa del paradigma colonial?
¿Qué sentido dar a nuestras conductas cuando las consecuencias de nuestros actos no garantizan horizontes prometedores? ¿En nombre de qué comprometerse cuando la fe en el Progreso (incluyendo a la Revolución) no es más una premisa? ¿Cómo defender la justicia social en su contradicción con la justicia ecológica? Es necesario pensar nuevas alianzas que incorporen los elementos y dimensiones de los ecosistemas, los paisajes, los mundos animales; escenarios de cohabitación y coproducción en los que la “voluntad”, la “consciencia” aparecen como un vector más, lejos de la centralidad que tuvieron en la cima de la modernidad. Si los límites de hoy son las catástrofes desencadenadas y el colapso inminente, ya no se trata de “superarlos” o de “vencer”, tampoco de la fuga vitalista o de la deserción nihilista, sino de asumir un respeto sobrio y abierto a nuevas composiciones, nuevas figuras del actuar.
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