“Este Gobierno cree que el progreso es más cemento”
por Agustín ColomboFotos: Juan Pablo Barrientos
23 de febrero de 2018
El arquitecto Rodolfo Livingston cuenta por qué es cada vez más hostil la vida urbana, cuestiona el consumo superficial que se refleja en el interior de casas y departamentos y hace un paralelismo con el momento actual del país.
Todas las tardes de verano, Rodolfo Livingston mantiene un ritual: se sienta en el balcón de su estudio de arquitectura, se sirve un vaso de Criadores –a veces son dos, a veces son tres– y observa cómo el último sol del día tiñe de naranja esa parte de Buenos Aires que nace en los techos de chapa de los galpones ferroviarios de La Paternal, pasa por la franja de árboles frondosa y verde de la Chacarita y llega hasta el aeroparque. El arquitecto dice que compró ese lugar por la vista, y también dice que controla todos los aviones del cielo porteño: sabe los horarios, los orígenes, los destinos. “Mentira, eso en realidad es lo que creo”, dirá al final.
Atrás suyo, atrás del whisky y del balcón, en ese departamento convertido en estudio, las carpetas de colores y los planos de casas campean las paredes y los estantes junto a diplomas, reconocimientos y fotos. Livingston tiene ahora 86 años, y desde hace cincuenta empezó a cambiar una profesión que durante mucho tiempo, asegura él, estuvo gobernada por personas que nunca habían hablado con obreros ni tocado un ladrillo. Una contradicción en sí misma, pero una contradicción pocas veces cuestionada.
La base de la publicidad de las agencias de turismo es “Escápese”. Y si uno se tiene que escapar, debe ser porque no está muy bien ahí.
“Cuando estudiaba me aburría mucho. Cuando terminé la Facultad seguí aburriéndome –recuerda–. Hasta que aparece Cuba y me enamoro de esa idea. Había vencido la revolución y vinieron a invitar arquitectos porque se habían exiliado casi todos. Fui y por primera vez trabajé con obreros, que eran los dueños de sus casas. Yo era el jefe de una obra, que era la erradicación de una villa miseria, pero no sabía nada de obra”.
En ese momento, a principios de los 60, Livingston empezó una relación con Cuba que le cambiaría la vida y que le daría sustento para cambiar, también, su profesión. Creó un método de trabajo que lo convirtió en una referencia ineludible de la arquitectura y el urbanismo. Y que hizo, por ejemplo, que la Legislatura porteña lo nombrara personalidad destacada hace unos meses.
Las enfermedades de los animales en los zoológicos se parecen a las de los humanos en las ciudades. La ciudad inmoviliza a la gente, y está azotada por un castigo que son los autos.
–Usted siempre cuestionó la idea de cementar las ciudades.
–Sí. Progreso quiere decir “más cemento”. Los arquitectos creen que su misión es construir y sólo cobran cuando construyen, y yo cobro por no construir. A veces, a algún cliente le aconsejo que no haga nada, o muy poco. Para lo cual tuve que cambiar el paradigma completamente, y no con respecto a la obra, sino al pensamiento. Di vuelta la profesión, primero sin darme cuenta. Y después, cuando me di cuenta, empecé a escribir libros.
Livingston escribió, en total, diez libros. Su obra más célebre, Cirugía de casas, es una especie de sagrado testamento, una biblia para las nuevas generaciones de arquitectos y arquitectas que toman su trabajo como faro. Fue por ese libro, y por todos los otros, que la FADU –a la que siempre criticó– lo incorporó a la carrera con un curso extracurricular que resume la obra de Livingston y su pensamiento: “Arquitectura de familia”.
La privatización, el avance sobre los espacios verdes, los bares en las plazas, la tala de árboles. No solo en la arquitectura: creo que en todo hay una gran coincidencia con el menemismo. Lo increíble es que la gente lo acepte.
–Dijo que los porteños precisan escapadas porque en algún punto son prisioneros.
–Esa es la base de la publicidad de las agencias de turismo: “Escápese”. Y si uno se tiene que escapar, debe ser porque no está muy bien ahí. Se dice que la ciudad es la selva de cemento, y en verdad no es una selva, sino un zoológico. Las enfermedades de los animales en los zoológicos se parecen a las de los humanos en las ciudades. Cardiopatías, inmovilidad. Esto es lo menos parecido a una selva. La ciudad inmoviliza a la gente, y está azotada por un castigo que son los autos, que han sido insertados en las personas como una cosa maravillosa. Se suele decir “llegó al 0 kilómetro”, y ahora no hay a dónde estacionar el auto. Se ha perdido mucho el sonido de los zapatos en la vereda. El encuentro. La vuelta al perro.
–¿Cómo se contrarresta esto desde su trabajo?
–Tratando de mostrar otras cosas mejores y criticar. Pero no creo que eso cambie las cosas. La historia va teniendo paradigmas que van marcando las épocas. Incluso las mentiras se ocultan dentro de las palabras y nadie se da cuenta. Por ejemplo la palabra “democracia”. Quiere decir “el gobierno del pueblo”, y sin embargo han logrado que la gente crea que la democracia son elecciones cada cuatro años. Pasa algo parecido con los carritos de la costanera, que no tienen ruedas y se siguen llamando carritos. Queda la palabra como formato, rellenado por otra cosa. La opinión de la gente se puede manejar perfectamente, eso se sabe. Uno ve que en los supermercados, las personas compran cosas innecesarias, y muchas veces no placenteras.
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–En la era del plástico, la cantidad de consumo superfluo crece año a año.
–Y les quita libertad a las personas, y eso mismo se hace con un candidato. La gente no vota lo mejor. Es más, no le interesa lo mejor. Le venden un producto, al igual que le venden un shampoo. Compra imágenes, como la de “Macri no va a robar porque tiene plata”. En la elección del voto, bajo lo cual se fundamenta actualmente la democracia, la gente no actúa racionalmente. Los inmobiliarios te dicen, por ejemplo, “doble circulación”, y eso quiere decir que la mucama puede pasar al dormitorio sin que la vea la visita que está en el living. Yo he visto muchos departamentos de un dormitorio a donde va a parar un joven que recién se independiza, con dos baños. Porque uno es el baño de él y el otro es para la visita. Significa que la visita es un ser tan asqueroso que no puede usar el baño del dueño de casa. ¿No es rarísimo eso? Bueno esa es una de las cosas que le venden a la gente. Yo recuerdo la casa de Neruda en Chile. Él tenía un placard pequeño con tres trajes y era diplomático, embajador. Una vez un cliente me dijo “mi marido tiene 11 metros de colgado” de trajes. Hay mucha imbecilidad en el mundo. Y esa imbecilidad es muy misteriosa.
La revolución cubana fue no tener miedo a la policía, no tener miedo que te desaparezcan. Saber que si te enfermás, el Estado te cubre. No es poco. Yo me identifiqué totalmente. Hubiera muerto defendiéndola.
–Usted dirigió un proyecto para erradicar una villa en Baracoa, Cuba. Acá en Argentina, en el último tiempo, se anuncia la erradicación de villas que luego termina sólo en eso: un anuncio. ¿Cuál sería el método que deberían adoptar los Estados para concretarlo?
–A través de la escucha colectiva. Hay grupos como el Martin Luther King, en Cuba. Formas de trabajar en grupo. Se hacen preguntas, iguales que las del método. Se pone un chico con un cartel en los barrios, y la gente que está de acuerdo con ellos se pone detrás. La esencia del método es la participación colectiva. Pero la participación no es sólo preguntarles “¿vos como querés el barrio?”, sino, también, hacerlos pensar. Nidia, mi mujer, está actuando en varios barrios: en el Chaco, en Escobar. Yo creo que esto se va a descubrir dentro de 20 o 30 años.
–¿Qué se va a descubrir?
–El método para urbanizar y para darle respuestas a cada una de las personas, a cada familia. Otro tema importante es el factor tiempo. Si una familia quiere una reforma llama al albañil o al arquitecto y le hace lo que quiere. Después de un tiempo, los dos hijos ya no pueden estar en la misma habitación o cambió toda la familia y eso no fue previsto. El tiempo hace que todo lo que estaba bien, luego esté mal. Eso es algo que se tiene que prever. Hacer una casa para ahora que le sirva para después. Pensarla en el tiempo. Poder resignificarla sin tirar paredes abajo.
–Hay un libro suyo, “Arquitectura y autoritarismo”, que es sobre cómo la atmosfera política influye en las ciudades.
–Lo escribí durante la dictadura militar. Había ido a Nueva York por tres o cuatro días en pleno imperialismo de los Estados Unidos. Comparada con la ciudad de los militares, en la que no se podía ser joven, ni andar con pelo largo, en Nueva York había una libertad maravillosa. Entonces se me ocurrió hacer una contraposición.
–¿Hay aspectos de la arquitectura que se pueden vincular con este momento del país?
–Absolutamente. Ahora, por ejemplo, un decreto se apoderó de todos los lugares que pertenecían al Estado para ser vendidos. Lugares que podían ser plazas, instituciones. La privatización, el avance sobre los espacios verdes, los bares en las plazas, la tala de árboles. Este Gobierno cree que el progreso es cemento. Creen que el cemento es mejor que el mundo real. No solo en la arquitectura: creo que en todo hay una gran coincidencia con el menemismo. Lo increíble es que la gente lo acepte.
CUBA EXISTE Y TIENE NOVIO
Livingston viajó 32 veces a Cuba. Primero para erradicar una villa en Baracoa, y después para liderar el proyecto “Arquitecto de comunidad”, que quedó a medio camino, sin embargo marcó uno de los momentos más hermosos de su vida. “Fue durante una de las peores crisis que tuvo Cuba. Fue un pedido especial y estaban descartados mis honorarios. Un día dije que yo no cobraba y me dijeron: ‘Estás equivocado. Tu cobras en reconocimiento y aprecio’”, cuenta.
–¿Quién le dijo eso?
–Un cubano cualquiera. Yo trabajaba por eso. Además me hacían reír, y yo hacía reír. Me divertía mucho. Creo que la esencia de la Revolución no va a morir nunca porque representa lo mejor de los humanos. Es una epopeya extraordinaria en la historia de la humanidad. Las cosas que hizo Cuba no se pueden olvidar porque esté cara tal cosa o porque no resolvieron tal otra.
–Hay una frase de Galeano que dice “Cuba fue lo que pudo y no lo que quiso”
–Cierto. Y fue mucho lo que pudo. No tener miedo a la policía, no tener miedo que te desaparezcan. Saber que si te enfermás, el Estado te cubre. No es poco. Yo me identifiqué totalmente con la Revolución cubana. Hubiera muerto defendiéndola. Seguramente por una parte romántica de mi personalidad, pero además la podía defender con datos. Y los cubanos me quieren mucho. Cuba es una novia eterna, un país novia que, además, es mujer. Me enamoré de su poesía, de la gente en la calle. De todo.
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