“Milito por reconstruir y fortalecer nuestra identidad indígena” 

por Lorena Tapia Garzón, Mariana Aquino y Estefanía Santoro
Fotos: Vicky Cuomo
11 de octubre de 2019

María Urquizu es integrante del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir y de la Campaña Nos Queremos Plurinacional. Desde hace años, lucha junto a sus hermanas por dignificar los derechos indígenas.

Cuando le preguntamos a María ¿quién sos vos? Ella no duda: “Soy indígena. Una indígena urbana, si querés, pero indígena. Presentame así: María, la indígena”, nos dice. Ella no duda, tiene bien en claro sus raíces, de dónde viene y eso es lo que quiere rescatar. María es hija de una costurera y un albañil que vinieron de muy jóvenes desde Bolivia, en busca de una vida mejor, se instalaron en el barrio de Pompeya; Ahora María es madre de un niño de cuatro años y una militante incansable de los derechos indígenas; ella es María, la indígena. 

María reconstruye la historia de su familia y cuenta que su padre trabajó desde los siete años en el Ingenio La Esperanza de Jujuy con toda su familia. Cuando tenía 23, luego de un conflicto por falta de pagos donde denunciaron también abusos laborales, su padre la familia y todas las personas que tenían el mismo apellido fueron expulsadas del ingenio, negándoles las posibilidad de continuar trabajando allí. “Bolivia en esa época era un país muy empobrecido, sumamente racista, donde las clases sociales estaban muy marcadas, se es de clase alta o campesino pobre, no había clase media en ese momento y ellos deciden salir de la pobreza en busca de mejores condiciones, y viajan a Buenos Aires.” 

María nació en Buenos Aires, y aunque su madre y su padre dejaron de hablar el idioma quechua, porque sufrían burlas, se encargaron de transmitirle todas las costumbres indígenas para preservar su cultura desde los territorios urbanos. Asegura que siente sus raíces porque fue criada con esos modos: “Los fines de semana viajábamos a la casa de mis tíos que vivían en Rafael Castillo, cocinábamos comida de nuestra región, tocábamos canciones, armábamos una pequeña comunidad urbana y también íbamos a las Fiestas de Charrúa. Mis tíos eran vendedores de cosas típicas: especias, condimentos, caña, chuño, papa mote. Eran lugares donde la cultura se resguardaba, te encontrabas con tus iguales. Había grupos de sicuri, bailaban caporales, se hacía un desfile de comparsas. También viajábamos casi todos los años a Sucre, donde nacieron mi mama y mi papá, íbamos a las comunidades, conocíamos a los tíos y eso era territorio, las casas de barro, el fuego a leña, el contacto con la naturaleza”

A medida que crecía, María tuvo que aprender a enfrentar la discriminación de la sociedad: “Mis hermanos en la escuela vivieron esa violencia más que yo. Recuerdo que la vicedirectora de la escuela a la que íbamos le dijo a mi hermano que lo iba a mandar envuelto en un paquetito a Bolivia. Me acuerdo de ese relato terrible. Yo no lo viví porque estuve siempre con cierta disciplina para evitar conflictos y cuidar a mi mamá y a mi papá”, cuenta. 

La vicedirectora le dijo a mi hermano que lo iba a mandar envuelto en un paquetito a Bolivia


La madre de María trabajaba durante muchas horas de manera informal, sin derechos, sin vacaciones, sin posibilidades de desear, de luchar por lo que le correspondía, al igual que muchas mujeres que migran en busca de un trabajo. “Mi mamá no podía salir de su trabajo para ir a una reunión de la escuela, por ejemplo. Y yo como buena hija del medio, en un sistema patriarcal obedecía. Pero más que obediencia era conciencia del duro trabajo que hacía una madre de 4 hijos, obrera, que padece las injusticias, dedicada a la crianza de sus hijos y al cuidado de su marido.”

María cuenta que en un momento de su vida comenzó a tomar contacto con hermanas y hermanos indígenas en Buenos Aires y decidieron formaron un grupo con el objetivo de fortalecer y reconstruir su identidad. Hoy continúa en ese proceso: “Indago, busco. Me siento bien y aprendo de mis hermanas. Las dificultades, las fortalezas, los encuentros. La importancia de generar la comunidad.”

Ella asegura que en el feminismo encontró compañeras que la enseñaron a luchar, pero que aún falta que el movimiento incluya la lucha indígena: "Creo que el feminismo es un modo de mirar las relaciones de poder y considero a los Encuentro plurinacionales como un lugar donde vamos a problematizar el racismo estructural existente en este Estado Nación. Aunque no me considero feminista, pero si una mujer antipatriarcal". Sin embargo María se perderá el Encuentro. Desde el miércoles permanece en la toma del Ministerio del Interior, donde junto a hermanas indígenas reclaman respuestas urgentes a los abusos policiales, la falta de agua potable, de educación, de salud y de alimento que sufren las comunidades de las distintas naciones.

No me considero feminista, pero si una mujer antipatriarcal

María recuerda el sentimiento de comunidad que le transmitieron su madre y su padre que la ayudó a entender sus orígenes: “Nosotros siempre criticábamos a mi mamá y a mi papá porque recibían a familiares, siempre iban con las bolsas de comida para colaborar. Papá nos decía: ´a mi cuando me faltaba la comida siempre alguien me dio algo de comer´. La forma de devolver era a los hijos y nietos. Vos le tenés que dar. Eso lo tenían tan adentro. Nosotros necesitábamos una explicación, en cambio, para ellos era natural la solidaridad, la reciprocidad. Eso es la comunidad. Ahora empiezo a entender. En la comunidad no se expulsa a nadie, al contrario: se lo trae más para que mejore. Son modos de mirar diferentes. Eso me pareció fantástico, recuperar y mirar cómo en la educación formal fui perdiendo las raíces pero a la vez mis raíces volvieron”. 

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