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Minicuento: Huelga de pasajeros

por Horacio Dall'Oglio
11 de marzo de 2015

Cítrica presenta un cuento breve sobre una fantasía no muy lejana con una ilustración original

TEXTO: HORACIO DALL'OGLIO
ILUSTRACIÓN: GONZALO ÁLVAREZ

Nadie sabe muy bien cómo empezó la huelga, pero lo cierto es que en algún momento la mayoría comprendió que viajar se había vuelto un trabajo más. Cuando se terminó el petróleo, y se prohibieron los vehículos particulares para ahorrar el poco combustible fósil que quedaba, las ciudades se convirtieron en cementerios de automóviles donde fueron a parar los millones que no tenían vivienda. Los trenes, impulsados como antaño a vapor, pasaron a ser uno de los pocos medios de transporte de la población entre Buenos Aires y el conurbano. Aunque debido su mal estado, sumado a la cantidad de gente que viajaba, los descarrilamientos comenzaron a ser parte del servicio; como aquel que cayó al Riachuelo con todos sus vagones y donde murieron miles de personas. Los pocos colectivos destartalados que circulaban eran un alivio comparado con los trenes, pero para subirse había que hacer filas interminables donde a diario se contaban los muertos en discusiones; además de las bajas de ciclistas intrépidos que enganchaban sus bicis a los paragolpes de los colectivos y eran apedreados por los pasajeros que viajaban en los techos. Las autopistas vacías fueron pobladas por hordas de caminantes que hacían decenas de kilómetros. Los caballos volvieron a la calle y las caravanas de carros colmados con gente avanzaban del sur, del oeste y del norte hacia la capital. Hasta que alguien dijo basta, y ya nadie quiso viajar. Nadie quiso tener un lugar a donde ir, ni a trabajar, ni a estudiar, solo desearon quedarse en sus casas y así lo hicieron. Cuando todavía no era muy fuerte la huelga, pero empezaba a sentirse en las grandes ciudades, los gobernantes hacían conferencias de prensa retando a la población por la actitud adoptada. Pronto ni la policía tuvo a quién reprimir ni coimear y también se fueron a sus casas, y los gobernantes y empresarios se quedaron solos, sin choferes ni custodios; luego se quedaron sin alimentos, sin electricidad, sin agua y, finalmente, se quedaron sin trabajo.