"El folclore es el lenguaje de la libertad"

por Agustín Colombo
14 de agosto de 2016

Psicóloga, compositora e intérprete, la cantante porteña Lorena Astudillo profundiza sobre la relación entre la música y la emoción. Los prejuicios de las discográficas y su relación con el paisaje.

Muchas veces, la nada de la vida y de este mundo le pisa los talones. Entonces, para acelerar y que no la alcance, Lorena Astudillo escribe. Ya no sólo interpreta. Escribe y canta. Se anima a jugar con su voz, voz áspera y dulce, y crea fantasías melódicas. Es en ese proceso de creación en el que la nada desaparece. Y lo que empieza a vislumbrarse es lo otro: un mundo inconmensurable, tangible y audible, que le llena los huecos de sus días.

Vos estudiaste la relación entre el sonido, la emoción y la expresión. ¿En cada composición, o en cada interpretación, vas en busca de eso: de emocionar?

Justo, a partir de una charla que tuve con un joven cantor el otro día, estoy terminando de reflexionar sobre eso. La emoción no se busca: la emoción es, está. Uno lo que hace como artista es tramitarla, transformarla. Eso por un lado. Por otro lado, la emoción básica del canto es el miedo, es la escena. Las grandes emociones deben transformarse para ser más potentes. La emoción aparece, está a flor de piel, es lo más inmediato para un artista. Pero también hay que convertirla en una forma estética para que la nave siga su viaje.

¿Cómo lográs combinar –o mejor dicho, en qué aspecto se combinan– tu condición de psicóloga y de cantora?

Donde encontré el punto de mayor conexión es en la docencia. La docencia es vocacional. Lo expresivo implica tantas cosas… Estudio y leo. Y mi hobby es, aunque haya estudiado eso, leer psicoanálisis. Es como tener cierta información que me ayuda a acompañar el proceso de la docencia en la música. Luego está mi propia búsqueda como persona, lo que me ha aportado el psicoanálisis como paciente; esa parte que te aporta para entender, para contener, para saber ciertas cosas. Muchas realidades me entran por los libros, por el saber, por el conocimiento.

Tu último disco, Un mar de flores, tuvo sus inicios en un encuentro con el jazzista Bobby McFerrin. ¿Cómo fue eso?

¡Uf! Fue un encuentro masivo: por supuesto, él no sabe de mi existencia ni la sabrá nunca. Fue una master class con 400, 500 personas. Estuve atornillada a la silla porque para mí McFerrin es la encarnación de la música. Nos mandó a hacer una serie de ejercicios y, jugando un poco, empecé a componer. Me grababa todo porque me lo decía McFerrin. El noventa por ciento de lo que salió en ese rato era una porquería, pero un diez por ciento, cuando lo escuché, me gustó y me dije: “Las sigo”.

A diferencia de tus primeros cuatro discos, el último es casi íntegramente de tu autoría. ¿Puede entenderse ese cambio en una mayor confianza en vos misma?

Creo que sí. Confianza y necesidad, que a veces hay que seguirla. Y la confianza tiene que ver con la gente con la que me rodeé. Primero Daniel Maza. Después Pablito Fraguela, que fue el que tímidamente me dijo “esto está buenísimo, dale pa’ delante”. O que le haya mandado un candombe a Fattoruso y me dijera “me gustó, grabémoslo”. Después de eso, si no tenés confianza, la adquirís. Y, también, está la necesidad existencial de escribir: la nada me viene comiendo los talones, y a veces va más rápido. Entonces tengo que hacer otras cosas. A veces me alcanza con cantar, pero a veces no. Entonces, escribir las canciones te llena la vida ante esos agujeros que aparecen.

¿Es más difícil o más fácil cantar folclore para una porteña?

Es más difícil a la hora de las contrataciones, porque muchas veces, las productoras o discográficas apuestan a la “pura cepa”. Y después hay algo que tiene que ver con el paisaje, que es emocional, aunque el paisaje real también lo es. He aprendido de la raigambre y de las costumbres. Pero el folclore es el lenguaje de la libertad, va más allá del paisaje. Cuando me conecto con el cerro a través de las canciones me libera, me hace sentir bien. El tango tiene emociones dolientes, me encanta escucharlo, pero me embarga. A mí me resulta liberador el folclore, y el norteño más por la conexión con un paisaje increíble: es espiritual; por más de que tengas penas, mirando esos paisajes te das cuenta de que la vida es algo mucho más grande.

¿Percibis que el folclore y la música latinoamericana han ganado espacio en el último tiempo?

No estoy segura. Tal vez sí. Hay artistas folclóricos que tienen espacios más masivos, eso es indudable. Lo que hago yo y otra gente es una suerte de underground del folclore, y obviamente no es masivo. Pero en los medios aparecen artistas folclóricos que tienen un espacio. Soledad es un ejemplo. Pero creo que todavía nos falta un poco más, abrir más la oreja.

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