Un paraíso al borde del abandono

por Pablo Bruetman y Maxi Goldschmidt
01 de febrero de 2017

El predio de bosques y piletas de Ezeiza, lugar de descanso y dispersión de la clase trabajadora a comienzos de los 50', fue reconstruido por cientos de cooperativistas. Hoy, es un sitio hermoso que el Gobierno quiere condenar otra vez al olvido.

Había una vez unas piletas populares en medio de los bosques de Ezeiza. De agua dulce y agua salada. Rebalsaban de familias obreras. Había juegos para los más chicos. Los más grandes, jugaban a las cartas, hacían un asadito, escuchaban por la radio los partidos del domingo o dormían una siesta al aire libre. El predio y sus piletas fueron inauguradas por el presidente Juan Domingo Perón y el ministro de Obras Públicas, Juan Pistarini, el 21 de enero de 1950 para que el descanso y la recreación también estuviesen garantizados por el Estado. Y para que ese derecho nadie se lo pudiera quitar a la clase trabajadora. La obra fue realizada al mismo tiempo que el Aeropuerto Internacional y ambas estaban pensadas para la posteridad. Sin embargo la dictadura del 55’ se ensañó tanto con Perón y con lo popular que no sólo vació las piletas: el predio fue destruido y luego abandonado.

Pasaron décadas. Y gobiernos. Democráticos y dictatoriales. Ninguno hizo nada. La naturaleza sí: montó una selva y el lugar se volvió intransitable o sólo apto para aventureros. Incluso, en los noventa, estuvo cerca de ser privatizado. Pero en 2008 el Estado decidió recuperar esas 450 hectáreas y, para ello, a través del Ministerio de Desarrollo se convocó a más de 300 cooperativistas de FECOOTRAUN Florencio Varela. Los primeros días fueron con machete en mano, desmalezando, y topándose con ciervos, víboras e incluso un puma. El esfuerzo derivó en la reinauguración de las piletas en 2014. El orgullo de mujeres y hombres cooperativistas por la transformación y recuperación que lograron a base de trabajo y esfuerzo es una historia poco conocida. Como también el presente que entristece: el actual gobierno decidió volver al 55 y las piletas otra vez están vacías.

Era una selva intransitable. Víboras, ciervos, hasta un puma. Hoy hay piletas, parrillas, juegos infantiles, albergues con capacidad para 650 personas. Se dictan capacitaciones en carpinteria, aluminio, herrería, madera, bloquera, premoldeado, vivero y huerta. Hay mucho verde. El paraíso aquí nomás.

“El primer día vinimos 32 compañeros sin saber lo que nos íbamos a encontrar. Esto era todo monte: había ciervos colorados, iguanas, monos. Bajamos del camión y entramos a la selva. Primero había que abrir las calles, y trabajamos varios meses con hacha y machete. En una de las piletas, por ejemplo, había un pino grandísimo. Y uno de los primeros días, estábamos desmalezando y nos apareció un puma: salimos rajando”, recuerda Marcos Farías, de la cooperativa Vuelta a la Vida y uno de los referentes de este descomunal trabajo que tanto orgullo les da a todos los que participaron: “Fue una gratificación muy grande restaurar el lugar: cuando empezaron a venir los chicos, cuando venían las familias y uno traía la suya también”. Ya en 2012 más de dos millones de personas habían disfrutado de las instalaciones. Esa selva intransitable, con el trabajo invalorable del cooperativismo, se iba transformando en un gran centro recreativo. Además de la rehabilitación de las zonas boscosas, remoción de árboles caídos, sembrados de nuevos árboles, también se construyeron más de 500 parrillas, mesas, bancos, juegos infantiles y se volvieron a poner en funcionamiento cuatro albergues, con capacidad para 650 personas. Aparte se inauguró un moderno centro de exposiciones. 

Para mantener el lugar fue necesario un trabajo de concientización que ejercieron un grupo de guardias cooperativistas mientras otros se encargaban de la recuperación y la construcción. Rosa Montenegro fue la primera guardiaparque mujer del predio: “Siempre avisamos a la gente que esto es público, que es de ellos. Para que no lo rompan y lo cuiden. Es bueno que sepan que el lugar es de todos. Tenemos que mostrarles a los visitantes el esfuerzo que se hizo acá, se trabajó muy duro y con mucho amor”.

Además, dentro del predio hay un polo productivo, que incluye una planta de hormigón elaborado y otra de bloques para mampostería y adoquines. Y las y los cooperativistas se capacitan en carpinteria, aluminio, herrería, madera, bloquera, premoldeado, vivero y huerta.

Desde el cambio de gobierno, el predio está otra vez en riesgo de abandono y si resiste es por el esfuerzo y la lucha de los cooperativistas. En la temporada 2015-2016, ya con Macri como presidente, no hubo colonias de vacaciones ni nada. Ni agua siquiera.

“La gente venía a poner el hombro, teníamos frío, no había luz, no había agua. Nos levantamos a las cinco de la mañana para llegar a la Federación en Varela y tomar el colectivo que sale todos los días a las 6 de la mañana. Hoy en día vienen a una ciudad, pisan el asfalto, antes pisábamos el barro. Si hacía frío, hacía 800 veces más frío y si hacía calor, 800 veces más calor.  Con el tiempo todos fuimos aprendiendo, capacitándonos y las cooperativas, creciendo. Todos empujamos para el mismo lado, esa es la idea central del cooperativismo. Acá somos 16 cooperativas que traen gente, además de las de construcción, se sumaron textiles y de transporte”, relata Rosa, que también pasó por todas las áreas y hoy es una referente del predio.

Las piletas de Ezeiza finalmente se reinauguraron en diciembre de 2014. Ese verano las disfrutaron los chicos en las colonias y las familias los fines de semana. Pero desde el cambio de gobierno, el predio está otra vez en riesgo de abandono y si resiste es por el esfuerzo y la lucha de los cooperativistas. En la temporada 2015-2016, ya con Macri como presidente, no hubo colonias de vacaciones ni nada. Ni agua siquiera. Al piso de las piletas los quemó el sol: el desuso las daña. En 2017, los cooperativistas ante la desazón que provocaba ver las piletas vacías, al menos consiguieron llenar algunas y ahora sus hijos están disfrutándolas. “El criterio de Macri es no darle pelota a esto- cuenta Rosa-, vino acá y no podía creer que el lugar y que nosotros existiéramos. Acá la gente viene, se capacita, trabaja y aprende demasiado bien”.

A Rosa, como a todos sus compañeros, le encantaría que este lugar vuelva a funcionar como en 2014, abierto para todo el mundo. “Estaba lleno de gente, tenía vida. La fuente de trabajo era grandísima para todos. Me gustaría que todos puedan ver el lugar donde trabajamos y cómo lo levantamos entre todos, y que después lo pueda disfrutar la gente”.

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