Los argentinos en la luna

por Horacio Dall'Oglio
08 de enero de 2015

El curioso encuentro de un lector con una de las primeras antologías de cuentos de ciencia ficción de escritores argentinos.

Cuando encontré Los argentinos en la luna, olvidado en un banco del Parque Centenario en la edición original de 1968, y con su tapa remendada con cinta scocht descolorida, tuve al menos tres razones por las que me pareció increíble aquel acontecimiento: siempre me gustó la ciencia ficción; se trataba de una de las primeras antologías del género con autores locales; y me fascinan los libros usados con sus hojas amarillentas y su olor a papel viejo. Sin embargo ahí estaba, ignorado en medio de semejante parque, ese seleccionado con los mejores escritores que se animaron a pasar la frontera de lo fantástico, a veces difusa hay que decirlo, tan bien custodiada por Borges, Bioy Casares y Cortázar, y se metieron de lleno en un género literario que permite desautomatizar la mirada y plantear, aunque más no sea de forma velada, una crítica a la sociedad de donde surge.


Publicada en plena dictadura de Onganía, con la censura acechando, pero también en la “época de oro” de la ciencia ficción argentina, la antología desentierra unas rarezas como algunos capítulos de la novela del naturalista Eduardo Holmberg de 1875, Viaje maravilloso de señor Nic-Nac, y las crónicas periodísticas sobre la casería de un animal prehistórico vivo en la Patagonia de 1922; pero también recoge cuentos de unos jovencitos como Angélica Gorosdisher, Héctor Yánover, y Pablo Capanna; y otros escritos por autores con más trayectoria para la época como Mujica Lainez, Alberto Vanasco, Juan Jacobo Bajarlía, y Héctor Oesterheld, desaparecido por otra dictadura apenas nueve años después.


Pasado un tiempo, me enteré de una práctica “global” llamada Book Crossing (BC) que se trata de “liberar” libros en espacios públicos. Según pude saber, hay tres instancias que, como las leyes de la robótica de Isaac Asimov, son inquebrantables para los “beceros” -tal como se hacen llamar aquellos que forman parte de este movimiento “global”- y son: etiquetar el libro con un código, dejando en claro que se trata de una “liberación” y que al finalizarlo el que lo recibe debe hacer lo mismo para que otro lo disfrute; compartirlo en el ámbito público; y seguir el recorrido del libro con dicho código en la página oficial de este movimiento -que no tiene ingresos pero recibe donaciones- para conocer por dónde es que viaja. Por supuesto, se trata de una libertad controlada que huele más a liberalismo que a anarquismo. Así que no imagino qué ingenuo “liberador” de libros me dejó cerca ésta edición original de 1968 de Los argentinos en la luna, publicada en la naciente Ediciones De la Flor, pero, que se entere, no lo pienso “liberar” de nuevo.














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