Trelew, 1972: la antesala del infierno

por Revista Cítrica
22 de agosto de 2016

A 44 años de la Masacre, entrevistamos a Ana Santucho, hija de Ana María Villarreal, una de las 16 fusiladas en la Base Aeronaval Almirante Zar.

La última vez que Ana vio a su mamá fue en la cárcel de Rawson, poco antes del 22 de agosto de 1972. Tenía 10 años y había hecho el largo viaje junto a su tía y sus hermanas menores. Unos días después, a través de la televisión, se enteró que su madre la habían fusilado en la Base Naval Almirante Zar, en Trelew, junto a otros 15 militantes.

“Mi tía era abogada de presos políticos. Fue ella la que nos llevó aquella vez, porque ya sabía que se estaban por fugar. Obviamente nosotros no sabíamos nada y tampoco la tomamos como la última vez. Me acuerdo que mi mamá siempre nos pedía que le lleváramos las carpetas, porque quería ver cómo nos iba en la escuela. Era el tercer viaje que hacíamos al Sur en siete meses. Para mí era uno más, no una despedida”, recuerda hoy Ana Santucho, hija de Ana María Villarreal y Roberto Santucho. Ambos, militantes del PRT y miembros del ERP, protagonizaron la fuga del penal de Rawson el 15 de agosto de 1972. "Roby" fue uno de los que logró subirse al avión que despegó del aeropuerto de Trelew con destino a Chile, donde fue recibido por el gobierno de Allende. "Sayo", en cambio, integró el grupo de 19 militantes que fueron recapturados tras la fuga y, una semana después, fusilados. 

Hasta ese fatídico 22 de agosto del 72, la vida de Ana y sus hermanas ya distaba mucho de ser como la de la mayoría de sus compañeras de colegio. Habían vivido en Santiago del Estero, en Tucumán, en Córdoba y en Ituzaingó, provincia de Buenos Aires. La militancia de sus padres hacía que tuvieran que vivir con sus abuelos. Y visitar penales, para ellas, no era nada del otro mundo. 
"La primera vez que cayó presa mi mamá fue en Córdoba, por haber asaltado un camión de leche, que luego repartían en diferentes barrios. Aquella vez le dieron un tiro en una pantorilla y la agarraron. La mandaron a la cárcel de monjas El Buen Pastor, donde mi papá junto a otros compañeros la rescataron unos meses después. Me acuerdo que se escapó con el pie enyesado. Ahí la habíamos ido a visitar varias veces. Yo tenía ocho años pero eso no era algo novedoso para mí, porque yo era la mayor, escuchaba las conversaciones y además unos años antes en Tucumán ya nos habían allanado la casa y lo habían metido preso a mi papá. El cayó preso tres veces, y las tres se escapó".

¿Cómo era tu mamá?
Ella era muy dulce, y estaba muy pendiente de nosotras. Nació en Salta pero cuando terminó el secundario se fue a Tucumán a estudiar Bellas Artes. Allí en la universidad conoció a mi padre. Cuando yo nací, tenía 26 años, ya se había recibido y daba clases de pintura. En Tucumán había épocas en que mi viejo estaba militando y no teníamos dinero, entonces ella había alquilado una casa en Santiago y mientras nosotras íbamos al colegio daba clases ahí. Esto me lo contaron después. En Tucumán ella no militaba, se dedicaba a nosotras que éramos muy chicas. Después nos mudamos a Córdoba y ahí sí ya militaba. Lo hacía con mucha convicción, pero siempre se iba muy preocupada por dejarnos a nosotras. Nos preparaba milanesas y papas fritas y nos pedía que no saliéramos a ningún lado. Después en las cárceles, siempre la vi bien, porque nos trataba de mostrar que estaba bien. Era muy dulce y muy atenta a lo que le pasaba a cada una.

¿Qué recordás de esas visitas?
La segunda vez que la agarran la ponen en un barco viejísimo y muy feo que se llamaba Granaderos; era como una prisión de mujeres que estaba en el Puerto de Buenos Aires. Ahí había un montón de presas políticas, incluso muchas que conocíamos. Habrá estado dos meses y después la llevan a Devoto. En aquella época, dentro de todo, todavía no era como fue después. No las trataban mal a las presas políticas. Por supuesto a nosotros no nos gustaba que estuveran presas pero la imagen que teníamos era que no estaban tan mal y que eran respetadas. En Devoto estuvo como tres meses, esperando el juicio. Ella y otros compañeros más, porque en ese tiempo se realizaban detenciones a rolete. Nunca estaban solos, y eso estaba bueno, porque había pabellones enteros de presos politicos, de compañeros. Y eso lo hacía muy alegre, nos mimaban a todos los chicos. Preparaban biscochuelo. No la veíamos triste. Después en Rawson había más seguridad, era otro clima. Como yo ya era bastante más alta que mis hermanas, no me dejaban ir al pabellón de los varones, para ver a mi viejo. Solo lo veía un ratito. Pero si iba un domingo, me podía quedar todo el día en el Pabellón de mi vieja.

¿Y qué es lo que más recordás de tu viejo?
Era muy cariñoso. Mi mamá era más calladita, en reuniones sociales no era tímida pero sí muy observadora. Mi viejo con nosotras era muy expresivo. Muy juguetón, nos inventaba nombres, nos hacía rimas de canciones. Mi vieja no tanto así porque estaba con las preocupaciones. El estaba poco tiempo con nosotras y cuando nos veía nos hacía ricas comidas, como ejemplo cuando bajaba del monte, en la época de Tucumán. 

¿Cómo sigue tu vida a partir de Trelew?
Se va complicando cada vez más. Mi viejo había logrado escapar para Chile. Nosotros estábamos viviendo en Ituzaingó, con mis abuelos. Recibimos la noticia por la televisión. Viene un primo y me abraza. Fue horrible. Ese mismo día nos llama mi viejo y nos dice que está muy triste y que pronto nos va a ver, que en poco tiempo vamos a estar juntos. En ese momento lo que más me importaba era eso, no vivir más con mis abuelos. No por ellos, sino porque no quería perder más momentos de vivir con mi padre. Hasta el 72 las familias no eran perseguidas. Solo los que habían cometido las acciones. Pero a partir de ahí cambia. Mi papá logra entrar al país unos meses después, y un día vienen sus compañeros y nos buscan. A lo largo de todos esos años conocíamos a todos, conocíamos todos los lugares. Y en los siguientes años estaríamos aún más dentro de la vida y la dinámica del ERP. Vivímos un tiempo con él en un barrio obrero pero después, por cuestiones de seguridad, nos fuimos a Cuba con mis abuelos y una tía. Los primeros meses vivimos en un hotel en el centro de La Habana y después en un colegio primario, internadas. No queríamos quedarnos, porque no estábamos con mi viejo. En el 73, un poco después de la asunción de Cámpora, volvimos y le dijimos a mi papá que no queríamos vivir más con mis abuelos. Así que empezamos a vivir con él pero clandestinos, con otro apellido: Montenegro. Ahí pasamos por muchas casas. Yo empecé tres meses en un colegio pero no pede seguir porque nos mudamos. Y mis hermanas iban a una escuela primaria pero con nombres falsos. Así vivimos dos años.

¿Y después cómo siguió? 
En el 75 nosotros vivíamos con mi papá pero ya nos había avisado que nos íbamos a ir de nuevo a Cuba. La última casa fue un chalet en Boulogne, donde había un matrimonio mayor que hacían las veces de nuestros padres y con los que íbamos a salir del país. Antes de irnos, nos pasaron a buscar unas primas para llevarnos a un cumpleaños. Ellas también estaban clandestinas, porque habían matado a mi tío en octubre del 75 en una emboscada en el monte. Vivían en Morón y fuimos para allá. Tenían un patio grande. Me acuerdo que mis hermanas estaban jugando con mis primas bajo la parra y de pronto veo a un tipo que entra. Era gente de la Triple A, que asaltó la casa de mi tía. Entraron y empezaron a hacer pintadas en los vidrios que decían ERP, para hacerles creer a los vecinos que eran guerrilleros. Ahí nos interrogaron como dos horas y nosotras no estábamos preparadas. Nunca habíamos vivido situaciones así. Buscaban cosas. Yo me puse a llorar, me re asusté. Una de mis primas se quedó dura, callada, por el shock. Los tipos con las armas y nosotras solas con mi tía. 

¿Después se fueron o las llevaron a algún lado?
Nos sacaron en el piso de un auto vendadas y nos llevaron como un día y medio. Pensábamos que era Campo de Mayo, pero al final un testimonio determinó que nos habían llevado a otro centro clandestino. A mis hermanas y primas más chicas las dejan en un auto con Marito. Y a mí y a mi prima, que ya éramos más adolescentes nos llevan y nos dejan en habitaciones diferentes, solas. A mí me empiezan a preguntar. Y hasta me ponían a mi hermano Mario al lado. Todo el tiempo estábamos en el piso y vendadas. A la noche me llevan a un lugar, como una oficina, y un tipo me pregunta por mi viejo, pero con buen tono. Y este tipo, muchos años después, declara que nosotros estuvimos ahí y que ellos no sabían que hacer. Esto fue unos meses antes del Golpe. Después nos dejan en un hotel de Flores, donde estuvimos tres o cuatro días. Yo de ahí tengo muy pocos recuerdos, debe ser por el shock. Al poco tiempo llega al hotel una compañera de mi viejo y se lo lleva a Marito, y por ese motivo Mario se va a Cuba un año antes. Se va con ese matrimonio mayor que hacía de nuestros padres. Y nosotras quedamos en la embajada de Cuba, un año. Vivímos de diciembre del 75 a diciembre del 76. Estando ahí nos enteramos del Golpe y de la muerte de mi viejo, que fue en julio del 76. No nos daban la salida, los cubanos la pedían pero no había caso. Sólo podiamos salir a la terraza. Ahí vivíamos con Marta, la mujer de Haroldo Conti, y con su hijo. Lo único que hacía todo más llevadero era que estábamos nosotras tres y cuatro primas. Eramos siete chicas -de entre 12 y 15 años- entonces jugábamos mucho. Y estaba mi tía, la mamá de mis primas. Después nos fuímos para Cuba. La primera vez que volví acá fue en el 86.

Más allá de cómo te afectó a vos y tu familia, que queda muy claro en esta nota,  ¿qué creés que significó la Masacre de Trelew para la historia argentina y para lo que vendría después?
El 72 es un quiebre. Hasta ese momento había un gobierno militar pero, de cierta manera desde el punto de vista jurídico, estaban presentes las instituciones, que relativamente funcionaban. Pero a partir de ahí, y por diferentes factores, hay un cambio y otra lectura desde el poder. Se anticipa todo lo que terminará plasmando la dictadura de Videla, que viene a arrasar con la clase obrera. Se arrasó con todo el sector fabril. La clase obrera en la década del setenta tenía un rol dentro de la sociedad, era una parte fundamental. Así como los políticos, la clase obrera era respetada. En Mataderos, en el Sur, en distintos puntos del país estaba lleno de fábricas que hoy están cerradas. Los obreros eran sujetos sociales. Si se paraba la fábrica se paraba la producción. Eran más determinantes. Y ahora eso no sucede. Y ese eje se cambió en todo el mundo. Y en cierta manera toda la efervescencia tenía que ver con eso, con que había sujetos. Y ser sujeto quiere decir que si vos dejás de hacer algo, algo pasa. Eso se siente en una sociedad. Las organizaciones, y sobre todo el ERP, después de Trelew dicen: esto ya no es lo mismo que antes. Hasta ese momento era común asaltar un camión con leche o robar el arma de un policía. Eran cosas chicas, después de Trelew se intensifican las acciones militares. Se hace otra lectura. Se pensaba que era posible hacer una revolución. Por ejemplo recuerdo que en las visitas a los penales, al principio había mayoría de militantes de organizaciones armadas. Esos eran los presos políticos pero después el número fue creciendo mucho: había sindicalistas y trabajadores, y eso tenía que ver con una dinámica que también fue advertida por el gobierno militar, que a partir de Trelew intensificaron la represión. Ellos también deben haber analizado que la fuga de fue una operación conjunta entre diferentes grupos y hacen una lectura sobre lo que había que hacer en un país donde crecía la resistencia. A su vez estaban sucediendo situaciones políticas similares en distintos países. Y al mismo tiempo Estados Unidos estaba preparando una contraofensiva, con todo lo que era el aparato militar y represor. Por eso mi viejo hablaba mucho en las editoriales de El Combatiente acerca del Gran Acuerdo Nacional (GAN) que hizo Lanusse, que más que entre los partidos políticos, era un acuerdo entre las elites no para hacer una verdadera distribución de la riqueza sino más bien para lo contrario, para que nada cambie. Y el GAN estaba acompañado de un contexto internacional en el que la CIA se estaba preparando para la represión a escala continental. En varias casas veíamos las películas que hacían por entonces los compañeros de mis padres del PRT, y ya en ese momento tenían muy claro que Trelew implicaba un cambio, que se venía una represión que no tenía límites. Podrían haber endurecido las penas. Pero no. Deciden fusilar a los que huyeron. Es todo un mensaje y una nueva época que se abre. Salvo los fusilamientos de José León Suárez, en el 56, no había pasado algo así hasta ese momento.

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