"Ser media calle de un barrio cualquiera de mi ciudad"

por Maxi Goldschmidt
09 de abril de 2015

El día que Troilo volvió a pasearse por la estación Constitución

Un viernes como cualquier otro en Constitución a esa hora, un hormiguero de gente apurada, la mayoría de vuelta del laburo. El empleado ferroviario que barre el hall de la estación de trenes es como una aguja en un pajar, prácticamente invisible entre el ir y venir de los transeúntes, algunos de los cuales empiezan a advertir algo que les llama la atención. El joven de la escoba, baila con ella. Y la voz que suele anunciar la salida de las formaciones, no es la de siempre, y en cambio dice algo así como “alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo, … pero cuándo? Si siempre estoy llegando. Y si una vez me olvidé, las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja, titilando como si fueran manos amigas, me dijeron: gordo, gordo, quedate aquí, quedate aquí”. Todavía no lo sabe casi nadie, pero el que habla, el que recita “nocturno en mi barrio”, la voz que retumba en ese hormiguero es la de Anibal Troilo, el hombre que nacía hace un siglo y que alguna vez soñó “ser media calle de un barrio cualquiera de mi ciudad”.

Troilo hoy es mucho más que eso, y a cien años de su llegada al mundo, no sólo la Buenos Aires que lo adoptó para siempre, sino esa patria llamada tango le rinden homenaje al gran Pichuco. Y entre todos esos tributos, entre plaquetas, muestras fotográficas, milongas, charlas y recitales, una manera diferente de recordarlo, original, y que toma por sorpresa a miles de personas que, ese viernes a las 17.30 en pleno Constitución, dejan por un lado el apuro y se quedan mirando eso que tardan un rato en entender qué es.

Al poema y la voz de Pichuco, le sigue la música de Bajofondo y en el hall de la estación suena la versión electrónica de “Lagrimitas de mi corazón”. Mientras, otros bailarines, un segundo antes una pareja de motoqueros -con sus cascos en la mano-, un oficinista de saco y corbata, una jovencita con la camiseta de la Selección o un mozo, entre otros, dejan el anonimato de la muchedumbre y bailan entre la gente desprevenida que mira para todos lados, que observa como de repente aparece toda una orquesta, un sexteto completo y un cantante.

“¿Ese no es Guillermito Fernández?”, pregunta Silvia, una abuela que lleva de la mano a su nieto, de guardapolvo blanco y recién salido del colegio, y que tampoco entiende que es lo que está pasando.

Sí, el mismo Guillermo Fernández, “Guillermito” para todos desde los tiempos en que se hizo famoso como el niño prodigio que cantaba en televisión, camina entre la gente en pleno hall de la estación Constitución. De saco marrón, micrófono en mano, a paso lento y de compadrito, se va acercando a su sexteto mientras canta “Sur”. 

Los “desprevenidos”, muchos de los cuales ya no corren ni al laburo ni a su casa, están quietitos, mirando con ojos y celulares; de a poco empiezan a entender todo: ven la imagen del célebre bandoneonista desplegada como una bandera apenas debajo del tablero que anuncia los trenes por partir y leen “Pichuco x 100. Anibal Troilo 1914-2014”.

La sorpresiva intervención fue organizada por el Ministerio de Cultura de la Nación, a través del Plan Nacional de Igualdad Cultural -del que también participa el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios-, y el Ministerio de Interior y Transporte. Además de Guillermo Fernández y su sexteto, participaron más de 20 bailarines del Combinado Argentino de Danza (CAD). Ellos, camuflados entre el público, realizaron diferentes coreografías, que iban desde el tango tradicional hasta ritmos más urbanos como hip-hop o break dance.

“¿Eso qué es?”, se pregunta Ricardo con cara de pocos amigos mientras delante suyo dos jóvenes bailarines, las colas apoyadas en el piso, dan vueltas y revolean las piernas para todos lados. “Es que el tango se tiene que bailar de una manera. Mirá, mirá, como aquella pareja”, señala este ferroviario de 65 años, “encargado de elevación del Roca y que un par de veces tuve el privilegio de ver en vivo a Troilo”.

Blanca, que viene desde Glew y va camino a su trabajo -”cuido a dos abuelos”, no coincide con Ricardo. “A mí también me gusta el tango, pero hay que estar abierto a otras formas de bailarlo y cantarlo. Toda la música es buena, y además esto es hermoso”.

Suena “La trampera” y en las alturas de ese edificio que, pese al tránsito de miles de personas y los ruidos de los trenes, demuestra tener una gran acústica para este concierto improvisado, en letras verdes se lee que al andén 10 ya arribó la formación con destino Bosques, vía Quilmes. Es el que Marcela tiene que tomarse para volver a su casa. Pero esperará el siguiente. “No todos los días se tiene la posibilidad de ver un espectáculo así. En mi casa se escuchaba mucho tango y esto me hace acordar a mis padres”, recuerda esta empleada de una mercería, celular en mano, filmando, y esperando que termine el show para sacarse una foto con Guillermo Fernández.

 

SHH, PIBE, NO SE GRITA EN LOS TANGOS”

“Fue alucinante. Yo ya había visto intervenciones de este tipo en Europa, en estaciones de trenes, y me parecía una idea brillante. La gente estaba como alucinada, vi caras de mucha felicidad. Incluso nosotros estábamos preocupados si la gente, en el camino del trabajo a su casa, se iba a detener 20 minutos. Y no sólo se quedaron mirando y escuchando, sino también después charlando y sacándose fotos”, nos cuenta Guillermo Fernández, quien además destaca que “la gente estaba muy agradecida. Y lo mejor de todo es que fue en un lugar tan popular. Eso le hubiera gustado a Pichuco, porque como decía Eladia Blázquez, 'el corazón mirando al sur' es el que menos recibe. Una cosa es hacerlo en una estación donde las líneas salen para el sur y otra muy distinto en las que van para el norte, sobre todo en esta ciudad”.

Fernández tuvo el gran privilegio no sólo de conocer a Troilo, si no de que éste lo “apadrinara”. Ese primer encuentro es un recuerdo imborrable. “Lo conocí en canal 11, en un programa de televisión. Yo tenía 12 años y canté un tango acompañado por él y Roberto Grela. Pichuco no me conocía y fue maravilloso porque él quedó encantado y justamente me propuso darme clases. Así que a partir de ese momento fui a su casa de la calle Paraguay; iba una vez por semana a hacer un poco de repertorio”.

-¿Cuál es esa “enseñanza” que te dejó Pichuco marcada a fuego?

Siempre recuerdo que apenas me escuchó, en una frase, él me hizo callar. “Shh, basta pibe, no se grita en los tangos”. Y me dijo dos cosas que me quedaron grabadas y no voy a olvidar nunca. “Hay que cantar de adentro para afuera; no de afuera para afuera”. Y después también me dijo algo que lo había aprendido de Carlos Di Sarli: “Hay que cantar con el interés, no con el capital”.

-¿Y cómo era el Troilo cotidiano?

Un tipo noble, sencillo, honesto, muy generoso, excesivamente generoso. Era capaz de darte lo que no tenía con tal de que estés bien. Y eso lo dice todo el mundo que lo conoció.

-¿Por qué le dirías a los jóvenes que escuchen a Pichuco?

Por varias cosas. Yo siempre digo que Pichuco fue el mejor bandoneonista sin ser uno de los mejores ejecutantes del instrumento. Fue el mejor arreglador del tango sin tener grandes conocimientos de armonía e instrumentación. Fue el mejor maestro de cantantes de tango sin tener conocimiento de técnica vocal. Pero sobre todas las cosas, yo recomiendo que se escuche a Pichuco porque tiene cosas que faltan hoy. Una es tangueridad, ser realmente tanguero. Y lo otro, el buen gusto: tenía un buen gusto impresionante.

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