¿Para qué sirve el Mundial?

por Roberto D. Fernández
11 de junio de 2018

Rusia ofrece el escenario ideal para repasar su historia, matizada con todos los colores posibles. Como hizo en los Juegos Olímpicos de 1980, Roberto Fernández viajará allí y contará en Cítrica esa policromía. Habrá de todo, menos fútbol. Lo formal y convocante arranca el jueves 14. Lo otro será a cada hora, a cada instante.

En 1980, cuando la economía estaba centralizada bajo el control del Estado, la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), supuestamente hermética, cerrada al resto del mundo, abrió sus puertas para organizar los XXII Juegos Olímpicos de la era moderna; puertas que el contrapeso de la época, Estados Unidos, procuró cerrar y lo logró a medias. Argentina, voluntaria satélite de Washington, gobernada por la dictadura más atroz de que se tenga memoria, adhirió al boicot impuesto desde el norte continental. Curioso, porque otros imperios, socios estrechos del Imperio mayor, no acataron la orden y dijeron presente en Moscú. Sobreactuación, digamos.

En el viaje hasta el presente, aquella economía centralizada estalló en mil pedazos, detonada desde adentro mismo, bien ayudada desde afuera. Hoy la ley es el mercado y en este marco tiene lugar el campeonato del mundo de fútbol, el número 21 de la historia iniciada en 1930 en Uruguay. Ocurre en Rusia, núcleo de la fallecida URSS.

Los Juegos Olímpicos de 1980 y el Campeonato del Mundo de Fútbol de 2018 son dos hitos en el devenir del deporte como industria del entretenimiento. Quien esto escribe fue testigo presencial del acontecimiento de 38 años atrás y lo será ahora en que los ojos del planeta se volverán de manera masiva hacia el gigante euroasiático. Valioso excusa para ir a ver el otro lado de las cosas, lo que está detrás de escena. El deporte, y el fútbol en particular, es vehículo de cultura, porque en su calidad de pasión popular indiscutible supera largamente su ámbito; vamos invitados a una fiesta y de paso recorremos la casa: vemos el living, los cuartos, la cocina. Conocemos a la gente, intimamos de alguna manera, y contamos historias. Eso somos los periodistas, contadores de historias. Benditas sean las historias contadas, reflexiona este ateo.

Si hay algo que caracteriza a los rusos, en cualquier tiempo y circunstancia, es que se hacen cargo del pasado, con todo lo que significa la herencia histórico-cultural, más allá de los diferentes encuadres político-ideológicos. Rusia es la imponente Rusia de siempre a favor de los espacios ganados por Pedro y Catalina, los dos Grandes; los rusos también se enorgullecen porque Alejandro I no sólo expulsó a Napoleón sino que entró triunfal en París. Ni hablar de la gesta de la Segunda Guerra Mundial: para doblegar al nazismo, la URSS aportó sus 20 millones de muertos, nadie contribuyó con tanto: el Occidente altivo y mezquino suele no tenerlos en cuenta, porque quienes dirigieron aquello formaban parte de lo otro.

Quedó dicho, el Mundial es la excusa, amplía el foco. Alrededor está la gente, mucha gente. Vamos a conocerla, a reconocerla. Es la razón de la existencia.

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