LITERATURA ARGENTINA

por Revista Cítrica
05 de diciembre de 2012

Literatura cítrica, por Pablo Farrés.

En el año 2007, en el suplemento cultural del diario Clarín, Sergio Chejfec declara nunca haber escrito Boca de lobo, afirmando que se trataba de un mal entendido con su representante literario. Según las palabras de Chejfec, su representante había sido contactado por cierto personaje del ambiente cultural llamado Ever Padilla, a los fines de publicar con el nombre de Chejfec una novela escrita por “un amigo”. El representante de Chejfec accede a la publicación entendiendo que sería un buen negocio para todos, incluso para Chejfec que cobraría un porcentaje de las ventas con un libro que no había escrito pero que era lo mejor de toda su producción. Cuando el libro ya había comenzado a circular, recién entonces el representante llama a Chejfec y le cuenta la noticia.


En febrero de 2008, en una entrevista pública en la librería Eterna Cadencia, Fogwill afirma conocer al “hijo de puta” de Ever Padilla quien había negociado con la editorial Sudamericana publicar Restos diurnos con su nombre sin él estar enterado. El libro no le parece malo: “Ahí están algunos de mis mejores cuentos como Vi tul, y otros verdaderamente impublicables, pero el problema de fondo es que yo nunca escribí aquel libro, hace años vengo diciendo que no me hagan cargo de un libro que no es mío, pero nadie me cree, les digo que Vi tul es una genialidad pero que yo nunca escribí aquel cuento y entonces se ríen de mí como si les estuviera haciendo un chiste, por eso prefiero no hablar del tema. Si quieren que sea yo el autor de Restos diurnos, bien, soy el autor de Restos diurnos”.


En abril de 2008, en el contexto de una ponencia que Aira dio en la Universidad de Santiago de Chile, respondiendo a una de las preguntas del público acerca de La luz argentina, afirma ya no recordar haber escrito esa obra, y asegura que algunas novelitas que suelen agregarse a su obra responden a un equívoco que al parecer se ha generalizado. Desde entonces, en diferentes medios argentinos, Aira insiste una y otra vez en que no sólo no ha escrito La luz argentina sino que tampoco escribió La liebre ni Canto Castrato.


En agosto de 2008, Gustavo Ferreyra presenta ante la justicia una recusación del Premio Planeta otorgado en esa ocasión a Gustavo Nielsen por su novela titulada Plata quemada entendiendo que Nielsen nunca escribió tal libro. La recusación fue denegada, pero en diferentes entrevistas Ferreyra asegura que el agente literario Ever Padilla, hacía ya unos dos años, le había ofrecido venderle los derechos de la misma novela y que él la había rechazado entendiendo la propuesta como una estafa para consigo mismo y para con el lector.


La respuesta de Nielsen fue contundente. Lo que al parecer Ferreyra no había entendido es que un escritor es una marca, su nombre es la mercancía que producen y venden las editoriales. Bajo esta premisa, nada tiene de perverso que Planeta comercie novelas que Nielsen nunca escribió con el nombre de Nielsen. En una entrevista al suplemento Radar Libros, Nielsen asegura que no se trata de ninguna estafa, que en verdad cuando él se acercó a Planeta por primera vez, llevándoles un texto que venía escribiendo hacía un largo tiempo, la editorial se lo rechazó diciéndole que lo que les interesaba era su posicionamiento como autor. Aquel texto, según Nielsen, no valía nada, pero a la editorial le gustó cierto perfil que podía resultar convocante, por lo que le ofrecieron publicar bajo su nombre una novela que se llamaba Invasión. Nielsen aceptó, el libro tuvo buena circulación y a partir de entonces Nielsen se dedicó a promocionar lo que Planeta mandaba a escribir para él, “no sé qué tiene de raro”, dice Nielsen, “la mayoría de los grandes nombres de la literatura nunca escribieron un libro”.


En septiembre de 2010, Omar Genovese publica en el blog Nación Apache un texto en el que dice conocer desde la década del ochenta a Ever Padilla y su trabajo en el campo literario. Según Genovese, Padilla tenía contratado a un grupo de escritores que producían para él textos que luego vendía a autores con alguna obra publicada y cierto nombre ya hecho. Asegura que la búsqueda de los autores dependía del estilo más o menos plagiable con el que trabajaban, sin embargo, a esa altura, dice Genovese, Padilla ya no necesitaba buscar ni detectar ninguna figura, por entonces ya eran los mismos autores los que buscaban a Padilla. De los escritores reclutados por Padilla, Genovese no tiene mucha información. Sospecha que se trata de unos veinte o treinta pero el único nombre del que Padilla hablaba era del de Rodenlan. Según Genovese, en distintas conversaciones que ha tenido con Padilla en los últimos veinte años, Padilla le ha dicho que Rodenlan escribió tres novelas cortas de Bellatín, un artículo de Viñas, dos novelas de Marcelo Cohen, una de Juan Forn, cuentos del ecuatoriano Delgado, una novela de 500 páginas del colombiano Montes-Vargas, Vértice de Gustavo Ferreyra, y otras tantas. Incluso, sostiene Genovese, al publicar Variaciones sobre el simulacro de la experiencia literaria y luego también Memorias de un niño perro, Padilla pretendía acceder al mercado de la legitimación europea utilizando para ello el nombre y la obra del alemán Daniel Bauer. Igualmente, dice Genovese, “habría que aclarar que Memorias de un niño perro y Variaciones sobre el simulacro de la experiencia literaria representan una literatura absolutamente superior con respecto a todo lo que Bauer había escrito”.


En febrero de 2011, Daniel Bauer aparece por última vez en un medio público. Se trata de un reportaje realizado por una revista de literatura de circulación mínima dirigida por un grupo de jóvenes estudiantes de Letras de la Universidad de Buenos Aires (entre ellos, Fernando de las Casas, Ricardo Alberto Iturbide, Mariano de las Mercedes Azcurra y Juan José Gonzalez Bosch). En la introducción a la entrevista, los editores afirman que el encuentro con Bauer había durado un poco más de tres horas durante las cuales Bauer no había dejado de hablar. La desgravación les terminó mostrando que del amontonamiento de palabras que Bauer no dejaba de tartamudear sólo podía recortarse cierto fragmento más o menos inteligible y acaso publicable: “Puedo seguir contándoles pero no veo qué ganamos con eso. A veces me pregunto por qué se me dio el lujo de la literatura y me digo que lo que me gusta es la idea de facilitarme a mí mismo el trabajo de una máquina inútil que funcione en el vacío de mi cerebro. Eso se llama calma y es tan difícil encontrar calma. A veces me digo que la máquina es la infancia que se nos rompe todo el tiempo. Sólo eso, una máquina estropeada que no deja de hablar, y pienso que en el fondo la máquina literaria y la infancia funcionan a partir de la misma imposibilidad: comerse a sí mismas y sobrevivir. La realización de un escritor se da del mismo modo que la del sueño de cualquier chico: aprender a comerse su propia mierda. La trampa de los perros niños ha sido la misma, regodearse en el goce de la propia mierda hasta que el camino hacia su humanidad se le haga imposible. Lo mismo para la máquina literaria: funcionar en el vacío, comiéndose a sí misma, tragando su propia mierda. Eso de algún modo define a todos mis escritores, ¿hasta dónde somos capaces de comernos nuestra mierda? Aira aprendió a comerse su mierda. Pero Aira no existe, yo soy Aira. Fogwill no come mierda, huele su mierda pero no come su mierda. Fogwill se dedica a escribir para no comerse su mierda. Sólo cuando Fogwill huele su mierda, yo soy Fogwill. Saer es un verdadero come mierda, un completo come mierda que no deja ningún resto. Pero la verdadera mierda que Saer ha dejado es la mierda que yo mismo comí de Saer. Hay otros que no comen su mierda pero comen la mierda que otros han dejado. Yo hice que Chejfec coma la mierda que Saer ha dejado. En algún sentido, Aira ha aprendido a comerse su mierda después de comerse toda la mierda de Copi y de Lamborghini. Pero no de todo Lamborghini, digamos que Aira nunca ha dejado de comer la mierda de “La causa justa”. Pero eso que llamamos Aira es mío y mi Aira es un come mierda derrochón. Vive de su mierda, pero hay un montón que comen de la mierda de Aira que Aira no llega a comerse. Es lo que me sale mal de Aira, por eso inventé a los Bizzio, a los Guebel, a Magnus, a Farres, y a los otros. Link huele la mierda de Puig, pero nunca lo hice comer la mierda de Puig. Alguien al que quise transformar en un completo come mierda: Mario Levrero. Durante décadas fue un extraordinario come mierda de otros, pero cuando quise que diera el salto para hacerlo comer su propia mierda fracasé dignamente. Hay otros escritores que ni comen ni huelen ninguna mierda porque en el fondo lo que hacen no es literatura, hacen otra cosa, sumamente digna pero que no tiene nada que ver ni con comer mierda ni con oler mierda ni con husmear en mierda ajena. Y hay otros escritores que parecen completos come mierda pero no, no comen, ni huelen ni husmean. Son los que actúan el acto de comerse la propia mierda. Esos también soy yo. En algún sentido, a Fogwill lo condené a actuar para siempre. Lo mismo con Alan Pauls. Hay otros a los que los hago actuar el acto de comerse la mierda ajena. A Piglia lo hago actuar todo el tiempo. No quiere saber nada con la mierda, pero actúa comer mierda, no su mierda, actúa comerse la mierda de otros: Borges, Arlt, Macedonio, Joyce, Bernhardt, Kafka. Pero también soy escritores cuya mierda es incomible. Salvo “La causa justa”, mi Lamborghini es incomible. Hay pocos escritores cuya mierda es incomible. Con Saer casi logro que sea un escritor incomible, pero se me apareció Chejfec y le hice chupar el culo de Saer de tal forma que logró sacar los últimos restos de mierda que ni yo mismo pensaba que quedaban. Con Charly Feilling intenté comer mi propia mierda lamborghiniana sin comprender que con Lamborghini me había comido toda la mierda lamborghiniana y no había dejado nada. Eso es lo más difícil: volverse incomible. La mierda de Borges es absolutamente comible, la mierda de mis Airas, muy a pesar mío, más allá del esfuerzo desaforado por hacerlo comer toda su mierda, también es comible. El problema con mis Airas es haber producido tanta mierda que ya no pude hacerlo comer toda su mierda. Ha sido una apuesta difícil y diferente. En vez de dedicarme a hacerlo comer su mierda, aposté por hacerle producir tanta mierda que se me volvió imposible transformarlo en un come mierda total. De ahí que no alcance el estatuto de incomible. La mierda de Copi comible. La mierda de Puig comible. La mierda de Saer casi incomible. Otro incomible: Marcelo Cohen. Laiseca. Laiseca, más o menos. Néstor Sánchez, verdaderamente incomible. El caso de Di Benedetto es raro. Es un incomible, pero nos obliga a actuar el comernos su mierda. El caso de Felisberto Hernández es el mismo que el de Di Benedetto. Pero cómo transformarlos en incomible. Podría hablar de diferentes estrategias, pero en el fondo se trata de la propia extenuación. Comer, comer y comer. Es el ansia de comer mierda lo que hace de un escritor un incomible, pero de tanto comerse su mierda, los incomibles dejan de preocuparse por producir su mierda. Entonces terminan comiéndose a sí mismo, se comen la mierda hasta que ya no hay mierda, entonces se comen los dedos, y cuando no quedan dedos, se comen los brazos, y cuando no quedan brazos se comen el cerebro. Ya no hay mierda, ya no hay nada, pero el ansia de comer no encuentra límite. ¿Qué es más importante?, ¿comerse la mierda o producir mierda? Sin dudas, comerse la mierda. ¿Qué resulta más significativo?, ¿comerse la propia mierda o comerse la mierda de otro? Es imposible saberlo. La mierda no tiene identidad, es de todos y es de nadie. ¿Qué diferencia al que come mierda del que no come mierda? El que no puede o no quiere comer mierda es un señor que cuando habla está hablando. El que come mierda nunca está hablando cuando habla, porque cuando habla se come las palabras como si todavía estuviese comiendo la mierda de la especie. Nunca está o siempre está en otro lugar. Pero yo estoy y he comido la mierda de todos. Yo soy Aira, yo soy Fogwill, yo soy Saer, yo soy todos.


 


Pablo Farrés nació en septiembre de 1974. Publicó El punto idiota y Literatura argentina (Pánico el Pánico), su última novela, al que pertenece el fragmento que reproducimos.


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