La cacerola, una lucha a fuego lento

por Revista Cítrica
18 de julio de 2014

En el barrio porteño de Caballito funciona la panadería cooperativa surgida de las asambleas barriales.

Por Agustín Colombo

En el galpón sólo había ratas y basura. Muchas ratas, mucha basura y años de abandono. Corría el 2002 y, como dicen ellos mismos, todavía ardían las brasas del infierno de la crisis. Aquellas brasas encendidas en las asambleas de la plaza Almagro, donde los vecinos del barrio se reunían para hacer compras comunitarias, trueques, para hablar sobre cómo cambiar sus realidades y, sobre todo, para mantener viva la esperanza de la dignidad y el trabajo. Allí, en esa plaza, once compañeros se dispusieron a crear, casi sin nada, una fuente laboral que les devolviera el fuego.

Empezaron con lo que había: unas pocas máquinas de un compañero que habían funcionado en una panadería del barrio del Abasto. A esa panadería, como a tantas cosas en ese tiempo, se la llevó el huracán de la crisis. Con esas máquinas, rescatadas de un desalojo policial, iniciaron el camino y se conformaron en una panadería cooperativa. 
 
La conquista del pan "necesidad indispensable para cualquier revolución", como alguna vez escribió el príncipe Piotr Kropotkin- trajo más conquistas: después de buscar y pedir, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en aquel tiempo conducido por Aníbal Ibarra, les entregó en comodato el local de la calle Franklin, en el barrio de Caballito.

"Cuando me asomé casi vomito. Había unas letrinas con un olor nauseabundo y de las paredes salían plantas silvestres", recuerda hoy Silvia Díaz, presidenta de La Cacerola, ex diputada bonaerense por el MAS y candidata a vicepresidenta en 1989, cuando acompañó la candidatura presidencial de Luis Zamora.

De a poco, entre los compañeros fueron mejorando el lugar. Lo limpiaron, lo desinfectaron y aprendieron, con la ayuda de vecinos y amigos, a levantar paredes, revocarlas y pintarlas. Con sus propias manos hicieron que lo que generaba asco pasara a generar orgullo. El espacio de trabajo se combinaba, a su vez, con lo político: La Cacerola se vinculó con el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER), y después con otras organizaciones que miraban al mundo con sus mismos ojos como la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajadores Autogestionados (Facta).

La segunda parte del edificio "y la segunda parte de la historia" llegó en el 2006, cuando la panadería ya estaba en pleno funcionamiento. En ese año, La Cacerola construyó su bar cultural: dos salones que ofrecen cafetería y comidas a precios populares. Silvia Díaz dice que son por “una cuestión ideológica”. En eso también es diferente este lugar: hay una ética que muchas veces no existe en los demás comercios.

En la actualidad, aquella panadería de máquinas viejas y local harapiento, es un monumento al trabajo autogestionado: la integran 37 personas, fabrica 3.800 viandas por día para las escuelas públicas de la ciudad, cocina para los trabajadores/as del plan Argentina Trabaja y organiza eventos para instituciones. 

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