El chamamé según Julián Zini

por Maxi Goldschmidt
14 de junio de 2014

A sus setenta y cuatro años, el poeta y compositor de canciones comparte su militancia para difundir la resistencia del pueblo guaraní en una Buenos Aires y un país que a menudo lo oprimen.

“Algunos estamos terminando una época pero no podemos parar porque no hay muchos. Entonces por lo menos tenemos que marcar un rumbo en el desierto o en el río. Lo nuestro es la siembra, no la cosecha”, dice sin dramatismo y con la serenidad del caminante este gran poeta y referente chamamecero, cuyo desvelo es encontrar un lenguaje que le llegue a las nuevas generaciones.

¿Qué es el chamamé?

Es la expresión más profunda, más intensa y más inmensa. Te agarra todos tus límites para decirte, para expresarte. Es como una gran palabra que tiene el pueblo para decirse. Tal como es para los guaraníes el sentido de la palabra; es decir que es todo. El hombre es palabra, y diciéndose se realiza humanamente. Y se comunica con la divinidad, con los otros y con la naturaleza. Entonces el chamamé tiene esa riqueza, de unir música, danza y palabra. Desde que descubrimos que la cultura guaraní era la cultura de la palabra, nos sentimos enriquecidos, y con mil posibilidades. Y empezaron los grupos, buenos músicos y buena poesía. La poesía tiene cosas muy chiquitas.
No hay que ser gran literato para ser poeta. Hay que sentir y poder usar la verdad sencilla y hermosa. La verdad dicha sencillamente es correntina. Y dicha hermosamente, es ser poeta.

¿Cómo entra el chamamé en tu vida?
A lo mejor porque fue prohibido. En mi casa sí podía escucharlo. Nuestro ambiente era muy humilde y yo cantaba y andaba con los gurises en el barrio; no había serenata que nos perdiéramos. Pero eso era en Monte Caseros. Después llegué a Corrientes para el seminario y me lo prohibieron. Estaba todo prohibido: el guaraní, el chamamé, la música.

¿Quién lo prohibía?
El seminario mismo, era el orden que reinaba, un modo de pedagogía. Ellos hablaban alemán, y nosotros teníamos prohibido hablar el guaraní. Eso es una herida que no cicatrizó. A los 24 años viajé como cura a Mercedes, al corazón de la provincia. No todo el mundo hablaba el guaraní pero mucha gente sí y sobre todo en el campo. Entonces me dediqué a leer y estudiar todo lo que pude. Después fui a Paraguay, a entrevistarme con amigos antropólogos. Busqué en la región, y me dediqué a eso. Empecé a escribir versos cuando estuve de vuelta en mi parroquia, al encontrarme con una realidad social totalmente divida en clases. Porque una cosa es el estanciero, el terrateniente y la clase alta. Y otra el paisano, que por más que siga con el color y el pañuelo, tiene sus modos y sus amores. Entonces yo pensé que la única forma que tenía de llegar a ese, a mi pueblo, era la canción. Entonces empecé a poner en verso todo lo que veía. 

Y eso te costó caro.
Sí, en el 70, después del Concilio Vaticano ll, vuelvo de Curuzú a Mercedes y ya estábamos identificados como tercermundistas. Y se sabía que cuando yo hacía un verso era para decir, no para callar. Primero empecé a hacer música y letra. Después me junté con Joaquín “Gringo” Sheridan y Julio Cáceres, que eran músicos intuitivos, y les empecé a exigir melodías. Y así nacieron Los hijos del Pai Ubre, y luego Los de Imaguaré. Cuando vino la represión, nos quemaron todas nuestras grabaciones. Fue un tiempo largo. Y mientras tanto fuimos estudiando, leyendo y asimilando la fundamentación, o sea: de dónde veníamos. Y así llegamos hasta los guaraníes. Primero con las misiones. Las jesuíticas fueron 150 años de misión, con la escuela musical del Yapeyú y todo un pasado terrible. A nosotros nos callaron, nos destruyeron. Nos prohibieron la palabra. Un pueblo con la lengua podada. Y entonces dijimos: vamos a hablar. Y empezamos a hacer versos largos. Decir, decirlo todo. Y nuestro pueblo escuchaba. Y empezó a picar. Pero yo tuve mucha suerte. La providencia hizo que esté acá. Amenazas de muerte, de expulsión, de exilio. Tuve de todo pero no quise irme, no quise salir porque mi gente no iba a entenderlo. Si Dios me iba a ayudar, me iba a ayudar acá. Y la gente me ayudó.
Desde entonces, este poeta y compositor fundamental del chamamé, no dejó de llevar su voz y su mensaje por todo el país. Es común verlo en cada festival regional o fiesta patronal. Y como si sus canciones, poemas y libros no fueran suficientes, desde hace cinco años recorre escuelas campesinas revelando la historia de un pueblo que quisieron enterrar, pero que sigue vivo y resiste en el quehacer cotidiano argentino. 

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