Dolor en militancia

por Mariana Aquino
22 de julio de 2017

Kiki Lezcano fue asesinado por la Policía. Otro pibe de la villa víctima de la violencia institucional: las fuerzas de seguridad protegieron al asesino y la Justicia lo perdonó.Y Angélica, su mamá, salió a la calle. Primero por su hijo, y después por los derechos de todxs lxs pibxs de los barrios.

Ocho años pasaron de la última vez que Angélica Urquiza vio sonreír a su hijo, Jonathan “Kiki” Lezcano. El 8 de  julio de 2009, “Kiki” junto a su amigo Ezequiel Blanco fueron víctimas del gatillo fácil del policía de la Federal Daniel Veyga. Dos meses después de su desaparición en la villa 20 de Lugano, la madre reconoció el cuerpo, enterrado como NN en el cementerio de Chacarita.  

Veyga los golpeó y humilló hasta el cansancio y la muerte. Pero no dijo eso ante la ley. Sino que los pibes le quisieron robar su camioneta, y al darse cuenta de que era policía, intentaron matarlo. Tres tiros les pegó a los pibes el oficial. Él se defendió, dicen sus abogados. Y la Justicia le dio la razón. Un policía asesino y libre -gracias a la decisión del  juez Facundo Cubas- sin siquiera darle la posibilidad a los familiares de “Kiki” de pedir la investigación. Desde el principio, Angélica sospechó que a Kiki lo había matado la policía.

La sonrisa que Angélica perdió aquella noche de julio a pura niebla y escarcha se multiplicó de a miles en la Casita de Kiki, donde ahora funciona una cooperativa de trabajo, se hacen actividades culturales y se articulan trabajos sociales con una unidad sanitaria del barrio. Es que en estos años de lucha, Angélica transformó el dolor en militancia. “Hay que seguir batallando. La lucha se hizo carne en mí y cambié mucho. Siempre fui cálida y solidaria con los míos, mis hijos y mi familia, pero no tenía ni pálida idea de lo que era la militancia. Es muy fuerte salir a la calle, por más que duela y el dolor nunca se termine, y abrazar a otra mamá que pasó por lo misma que una. No sabía que era capaz de eso”.

La militancia le permite seguir: “Ese día, un persona que salió de mí, me parió. Él a mí, pero con otra mirada y otro sentido de la vida. A este dolor lo voy a llevar por siempre, pero con convicción, firmeza y esperanza. Yo veo en los barrios muchas cosas tristes. Hay muchas madres que no salen a luchar y no es porque no quieren, a veces no pueden o tienen que seguir con sus otros hijos. Muchos pibes ni conocen sus derechos y no los ejercen. En eso tratamos de ayudar”.

El pedido de mano dura de una parte de la sociedad se convierte en mano de hierro hacia lxs más desprotegidxs. La policía aprovecha ese cheque en blanco para entrar a los barrios populares y abusar de lxs pibxs. Perseguidxs y amenazadxs, terminan robando para ellos. Hasta que esa vida que valía poco ya no vale nada, y desaparecen. “La sociedad pide más justicia y los poderes responden con más violencia. El pedido de más seguridad se lleva a nuestros hijos. Porque la seguridad de una parte de la sociedad la pagamos con la vida de los nuestros. Nosotros también tenemos derecho a la educación, al trabajo y a una vivienda digna. No es justo que un pibe por ser de barrio y andar con gorrita sea tratado como un delincuente”.

Y en los medios de comunicación así lxs tratan. Angélica se indigna al hablar de la exposición del Polaquito, el nene de 11 años que fue usado repugnantemente en un informe de Jorge Lanata por la pantalla de Canal 13. “A mi me pasó. Yo fui a un programa de televisión a  hablar de mi hijo, de cómo lo mataron cobardemente. Y terminé debatiendo sobre lo fácil que es para los pibes robar. Pero soy una persona grande, tengo algunas herramientas para cuidarme, él es un pibito”.

“Y Lanata es un zapallo, inteligente pero con nada de humanidad ni principios. Como no le puede pegar al gobierno, agarra a un nene que necesita de toda la sociedad algo de ayuda, no que lo juzguen o lo aplaudan. Por qué no van a los grandes narcos que tienen todo y viven en los countries, no en las villas. Ahí está el origen. Me indigna que hagan eso con los pibitos, cuando los responsables están afuera de los barrios”.

A pesar de todo, más allá de lo que cansa enfrentarse a los molinos de viento del poder, Angélica no abandona: “Si dejo la lucha, mi vida terminaría. Con justicia o no, esto no tiene final pero tiene recompensa. Mucha veces estuve para abajo y me encontraba con pibes que me daban esas fuerzas que me faltaban, me daban afecto. Esas cosas son impagables. Muchos que no conocieron a mi hijo me acompañan y sienten la casita como de todos. Acá compartimos tortas fritas, mates, esas cosas de barrio”.

 

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