Después de la justicia

El fallo que condenó la privación a la libertad de Patricia Roisinblit y de su compañero José Manuel Pérez Rojo dejó enseñanzas. Guillermo, el hijo y nieto recuperado, cuenta el sabor amargo de lo que la Justicia nunca podrá devolverle.

Por Guillermo Pérez Roisinblit

Tres personas dejaron de estar impunes por la desaparición de mis padres. Sin embargo no todos los responsables de sus desapariciones tienen una sentencia: eran más de 30 personas las que trabajaban en la RIBA -Regional de Inteligencia de Buenos Aires- y se llegó a apenas tres imputados.

Pasaron 38 años con Omar Graffigna, Luis Tomás Trillo y Francisco Gómez en total impunidad, donde nosotros no teníamos ni un pedacito de justicia. El juicio y la sentencia cambian un poco las cosas: la RIBA ya es oficialmente para la Justicia un centro clandestino de detención y tortura. Por otra parte, la sentencia refleja que mi apropiador, que durante todo el proceso intentó hacerse pasar por una persona ignorante de bajos estudios que lo único que hacía era ser jardinero y cocinero, no era esa persona que decía ser. Le dieron una pena de 12 años; la Justicia dictaminó que no era un ignorante. Lamentablemente, nosotros estábamos pidiendo 20, pero 12 es importante también.

Me queda el mal sabor de que yo me había preparado para escuchar la sentencia, me había preparado para una sentencia desfavorable, y me había preparado para un montón de cosas, pero no me había preparado para el después. Está muy bueno un poquito de justicia. Repara. Pero no me acerca a los restos de mis padres porque esta gente hasta hoy no aportó ni un solo dato. No sé cuál fue el final de mis padres y tampoco sé quiénes fueron los encargados de ese final. Porque en este juicio lo que se estaba juzgando era la privación ilegal de la libertad de ellos, no la desaparición forzada. Entonces lo que la Justicia está entendiendo es que mis padres aún continúan secuestrados. La privación ilegal de la libertad se refiere a los delitos contra la libertad, no contra la vida. Debería haber sido desaparición forzada, pero bueno, se pudo llegar hasta acá.

La verdad completa no la tenemos. Por más que haya condenas ejemplificadoras a mí eso no me devuelve a mis padres ni una vida junto a ellos, ni el tiempo que estuve separado de mi familia viviendo una mentira. Ni siquiera me acerca un poquito a encontrar sus restos. Hace 16 años que conozco mi historia y necesito empezar a cerrar el ciclo y terminar de ordenarlos constantemente. 

Esta gente tenía la posibilidad de tener un poco de dignidad y aportarme datos. En especial mi apropiador. Yo sé que conoció a mi madre -y que tuvo la posibilidad de verla cautiva e incluso le pasaba comida de contrabando-. Él tuvo la oportunidad de aportar alguna información y no lo hizo. Yo estaba preparado para los distintos fallos pero no estaba preparado para el después. Me queda un sabor amargo en la boca. Sí, la justicia es buena, sanadora, repara. Es bueno que después de 38 años, la Justicia argentina encuentre a una parte de los responsables de la desaparición de mis padres pero no termina de llenarme.

El fallo es muy importante. Omar Graffigna es uno de los dictadores de la segunda Junta Militar, al que no se le había encontrado ninguna responsabilidad en el juicio a las Juntas. Y tampoco en el juicio del Plan Sistemático, donde había 35 casos de nietos apropiados. Éramos tres casos que teníamos que ver con la Fuerza Aérea y sin embargo no hubo ningún miembro de esa fuerza que fuera juzgado, y menos condenado. Ahora se ordena investigar a toda la planta que trabajaba en La RIBA y a los agentes tanto civiles como militares que trabajaban allí. La Fuerza Aérea parecía que no tenía nada que ver y ahora está demostrado que tuvo el mismo grado de implicancia que el resto, incluso se podría decir que fue la más profesional de todas las fuerzas porque dejó menos rastros. De los 119 nietos restituidos, solo dos estuvimos en mano de la Fuerza Aérea. No significa que somos los únicos, sino que sólo nosotros fuimos encontrados.

Ojalá esto abra la puerta para que se conozcan otros casos y otros juicios. Es un fallo que deja mucha tela para cortar. Espero que a través de esta sentencia mis padres puedan encontrar cierto grado de paz, que se sientan orgullos de mí, de mi hermana y de mi abuela. Sentir que lo que hicimos los ayudó en algo. 

Si hoy mis padres estuviesen acá les diría que los amo. Porque esa es otra cosa que pasa: tuve que aprender a amar a personas que se mantienen eternamente jóvenes e inmóviles en un par de fotos. Tuve que aprender a quererlos y a amarlos en la ausencia, porque yo no los voy a conocer nunca.  

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