El dolor que no se irá

por APA prensa
24 de septiembre de 2013

Una crónica de lo que dejó la inspección ocular del Centro Clandestino de Detención (CCD) Arsenal Miguel de Azcuénaga, en el marco de la Megacausa Arsenales II Jefatura II en Tucumán.

Julia Castillo, con sus setenta años a cuestas, se acercó hasta el borde de la fosa común ubicada a 400 metros del pabellón número nueve del Campo de Exterminio del Arsenal Militar, en Las Talitas. Sin requerir de la ayuda de nadie plantó dos claveles al lado del límite de la estructura de hierro, hecha para proteger el lugar. Extenuada, se sentó en una silla mientras su hija y su hijo le daban la mano y le apretaban el hombro. “El dolor lo llevas dentro. Es algo que lo tendré hasta que me vaya. No se encontraron los restos de mi hijo en este lugar, pero yo pienso que está aquí”, dijo Castillo mirando al suelo con desasosiego, mientras su hija revolvía su cartera en busca de un pañuelo descartable. Su hijo, Julio Pastor, desapareció el 11 de diciembre de 1976.

Metros atrás, una criatura le decía a su abuela que se acerquen para plantar un sol de cartón al lado de las flores. “Abuelo te quiero, te extraño mucho. Santi”, escribió el niño en la cartulina, pese a conocer a su abuelo sólo por boca de su abuela, María Rosa Hourbeigt. Hourbeigt perdió a su esposo, Armando Archetti, en Santiago del Estero en 1977.

El llanto y la emoción colmaron el ambiente poblado de jueces, abogados, querellantes, fiscales, testigos víctimas y familiares que se dieron cita a la inspección ocular del Centro Clandestino de Detención (CCD) Arsenal Miguel de Azcuénaga. Hoy, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal volverá a trasladarse por completo para realizar inspecciones oculares a los CCD de “Escuelita de Famaillá”, “Nueva Baviera” y “Comisaría de Monteros” en el marco de la Megacausa Arsenales II Jefatura II. El proceso, que inició a finales del año pasado, se encuentra en su trecho final y se espera que en octubre se produzca el fallo.

El presidente del Tribunal, Carlos Jiménez Montilla -junto a los jueces Carlos Reynaga,  Gabriel Casas y Hugo Cataldi- lideró la inspección, en la que los testigos Hugo Brizuela, O.P. (testigo protegido), O.T. (testigo protegido), Ernestina Yackel y Cristina Rodríguez  revivieron las torturas, los interrogatorios y los vejámenes sufridos durante su cautiverio en este campo de exterminio, el más grande de todo el Noroeste argentino.

“Estuve en este galpón, atado con sogas y cerca de esa ventana. El ser humano hace todo para sobrevivir. Salir al sol significaba la gloria de poder vivir un día más”, dijo O.P., que estuvo en Arsenales entre julio de 1976 y junio de 1977. O.P. abundó en precisiones sobre los manejos y los tratos con los detenidos: “El sometimiento era permanente. Me obligaban a buscar leña, a cocinar y a pasar las declaraciones en una máquina de escribir. Cuando me forzaban a hacer esta tarea, estaba esposado de un pié a una de las patas de la mesa”, acotó.

Recordó que los gendarmes los espiaban a través de las pequeñas ventanas (que se mantienen en la construcción, igual que durante la dictadura) para saber si los detenidos se quitaban la venda o si hablaban. “Recuerdo que una vez me encontraron cuando me recortaba las uñas con una gillete en el suelo del pabellón. Me golpearon con unos látigos que armaron con cables trenzados y estuve sin poder caminar por dos semanas”, indicó. Uno de los momentos más crudos de su relato fue cuando indicó el sitio donde otro detenido falleció frente a él. “Llegó un muchacho con su brazo quebrado. Se le engangrenó y luego se le llenó de gusanos. Lo curé tres veces pasándole una rejilla embebida en agua con gasoil, para que salieran los gusanos. Al tercer día, a eso de las 10.30, falleció frente a mí”, sollozó, al momento en que señalaba el umbral de una puerta.

Brizuela, por su parte, reconoció la ubicación en la que estuvo en ambos segmentos del pabellón 9. Mostró cómo se los obligaba a permanecer de pié, con el rostro pegado a la pared que entonces estaba alquitranada. Más de tres décadas no fueron capaces de borrar las marcas del horror en los presentes.

Si en algo coincidieron los relatos de los testigos fue en catalogar ese lugar como un infierno. Todos recordaron escuchar los gritos de las torturas que se realizaban en unas casillas que se encontraban a pocos metros del pabellón (destruida luego, según las pericias), y los disparos de las ejecuciones. Como elemento probatorio, se determinó que se realizaran dos disparos a  metros del pabellón, que las partes escucharon sin problemas.
 

La lucha de los peritos

El antropólogo Juan Nóbile fue el encargado de explicar las tareas del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en las cinco fosas de inhumación. En una de ellas se recuperaron los restos de 13 cuerpos, aunque uno de ellos no pudo ser identificado aún. Los restos reconocidos corresponden a José Máximo Tapia, Damián Octavio Márquez, Pedro Guillermo Corroto, Juan Ángel Jiménez, Avelino Alarcón, Miguel Avelino Alarcón, Hugo Alarcón, Ricardo  Salinas, Felipe Urueña, Rosario Argañaráz, Eduardo Vizcarra y José Maldonado. La prueba irrefutable del plan de exterminio, recae en esta evidencia probatoria.

Nóbile, además, detalló las tareas efectuadas para la identificación. Según explicó, algunas fosas fueron removidas. Se encontró evidencia de restos de neumáticos y de combustibles, lo que impidió que se pudieran identificar más restos. Pese a esto, los familiares de las víctimas mantienen su inclaudicable lucha por el esclarecimiento de los crímenes cometidos por la dictadura.

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