“La voz del pueblo mapuche”

por Revista Cítrica
11 de septiembre de 2014

En un nuevo aniversario de la desaparición física de Aimé Painé, Cítrica recuerda a la cantante mapuche que vivía humildemente en un edificio de la calle Aguero y visibilizó a los indígenas argentinos aún en dictadura y en Buenos Aires.

Por Cristina Rafanelli

Conocí a Aimé Painé en Buenos Aires durante la época de la dictadura. Eran años difíciles para todos y en especial para la cultura. El silencio, la metáfora y el ocultamiento de lo que se pensaba eran formas cotidianas de reacción contra el miedo. Esto contribuía a la invisibilidad de los indígenas argentinos. Los manuales en las escuelas alababan las heroicas hazañas de próceres como Roca que nos habían librado de las garras del malón y los salvajes. Los diferentes pueblos eran considerados habitantes extintos del pasado.

En esos tiempos, yo escribía en “Expreso Imaginario”, que fue la primera revista de rock que incluyó notas sobre los pueblos originarios y su relación armoniosa con la naturaleza. 

Aimé había sido convocada para cantar en el cierre de una exposición mapuche, y apareció vestida a la usanza de las mujeres antiguas con su colgante y pectoral de plata, un vestido largo, su poncho y sus trenzas que lucía con notable orgullo. Era una mujer hermosa con ojos enormes que se dirigía a la audiencia para contarle anécdotas de sus abuelas en sus viajes por el sur. Entonces, todavía dividía su espectáculo en dos partes. Al principio cantaba tahils -cantos sagrados en mapudungún (lengua mapuche), y explicaba lo que significaban, y luego, con la guitarra interpretaba temas del folclore argentino.

Después de esa actuación, acordamos en vernos en su casa para realizar un extenso reportaje que se llamó “El canto de una raza” y que se publicó a tres páginas en la revista. A partir de ahí nació entre nosotras una linda amistad y varias veces publiqué artículos sobre ella y hasta grabé una extensa entrevista para Radio Nacional en Bariloche, ciudad adonde vivo actualmente y donde nos vimos por última vez. Porque lamentablemente, esa mujer bella y carismática murió joven. Falleció a los 43 años en Paraguay, un 10 de septiembre de 1987, luego de haber padecido una aneurisma durante una entrevista para la televisión.

Su pueblo natal, Ingeniero Huergo, nunca volvió a ser el mismo. Cientos de personas asistieron a su funeral que se realizó en la casa de su padre. Sus restos fueron traídos primero a la Argentina y después trasladados hasta el sur para seguir con una antigua tradición mapuche. Hoy en día, ella es considerada como uno de los grandes referentes de su cultura. Pero, ¿quién era Aimé Painé? ¿Cuál es la historia de esta mujer mapuche tan educada y amable que vivía en un departamento de calle Agüero y que paulatinamente fue convirtiéndose en la difusora más grande su pueblo?

Esto fue exactamente lo que traté de descubrir durante la investigación que realicé para escribir su biografía. Aimé siempre había sido muy reservada con respecto a su vida privada. En todas sus entrevistas, trataba siempre de demostrar que los mapuches estaban vivos y que tenían una cultura maravillosa. Pero evitaba hablar de su infancia. Por eso lo primero que hice fue viajar a su pueblo natal y ahí supe del abandono de su madre y del desarraigo que sufrió. Debido a una situación familiar complicada, a los tres años de edad es enviada a un hogar lejos de su pueblo y crece como huérfana en un colegio de monjas en Mar del Plata. Poseedora de una bellísima voz de soprano, la música vino siempre de la mano del destino. Cuando era chica, consiguió que la adoptara una familia que se ocupó de su educación cuando la escucharon cantar. De la misma manera, cuando creció y se independizó de sus tutores se fue a vivir a Buenos Aires y formó parte del Coro Polifónico Nacional y, fue en una de sus actuaciones donde tuvo la revelación más importante de su vida.
A partir de entonces, Aimé abandonó el Coro y se dedicó al canto mapuche. Recorrió la Patagonia, pueblo por pueblo, difundiendo su cultura. Nunca contó con apoyo mediático ni grabó un disco. Pero su andar dejó huella. Realizó un minucioso trabajo de hormiga y fue la primera en devolverle a su pueblo la dignidad de ser mapuche. Ella decía: “el hombre blanco no nos respeta porque no nos conoce” o bien, que la lucha ahora debería ser realizarse a nivel cultural.

Debido a su imperiosa necesidad de encontrase a sí misma, recuperó a su familia. Su propia historia es un ejemplo de “regreso a las raíces”. Fue criada entre los blancos y volvió a su origen. Por eso, ella trataba de lograr que su gente buscara su identidad. Y como los niños eran el futuro de su pueblo, se reunía con ellos en cada ciudad que visitaba para enseñarles lo que había aprendido de las abuelas, las depositarias de la memoria ancestral. 

Luego de casi 18 años de investigación, la editorial Biblos publicó el libro” Aimé Painé: la voz del pueblo mapuche “y el 18 de abril de 2011, en la Biblioteca Nacional en Buenos Aires se realizó una emotiva presentación junto al antropólogo Carlos Martínez Sarasola, la actriz y amiga personal de Aimé, Luisa Calcumil, y Luisa Chico quien viajó especialmente desde el sur para presentar un documental que testimonia la ceremonia realizada en el cementerio de Ingeniero Huergo el día del entierro de la fallecida cantante. 

A partir de ahí, empecé a viajar por la Patagonia como si el libro fuera recorriendo la misma huella trazada por Aimé. En todos lados, me encontré con gente que la había conocido. Quizá con alguno de esos niños a los que ella enseñaba y que ahora de grande trabaja para su comunidad o bien con alguien que de joven la conoció y que jamás pudo olvidarla.

Aimé Painé fue un ejemplo de lucha y pasión. Muchas veces ella dijo: ”mi canto es una excusa para difundir la cultura de mi gente” y yo siempre digo que este libro es una excusa para que su maravillosa obra y su historia no queden en el olvido. 


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