Un límite al agronegocio

por Pablo Bruetman
06 de julio de 2017

Una escuela rural de Entre Ríos, tras ser fumigada dos veces, consiguió que su denuncia a los productores y a los dueños de la empresa de fumigación se eleve a juicio oral y público.

El 4 de diciembre de 2014, Mariela Leiva, maestra rural de la Escuela Nº 44 República Argentina de Santa Anita, del departamento Uruguay, provincia de Entre Ríos, siguió el protocolo de seguridad: cerró las puertas y las ventanas, les pidió a los chicos que se quedaran adentro y salió afuera, hacia al terreno al aire libre de la escuela que estaba siendo invadido por la gran potencia del mundo que hoy nos toca vivir: los agrotóxicos.

Una avioneta, una maestra, una ambulancia y un policía. Ese 4 de diciembre, allá afuera, la avioneta fumigó la zona, la maestra (Mariela) filmó y tomó fotos de lo que sucedía, la ambulancia llegó para atender a los chicos afectados por la fumigación. El policía le ordenó al piloto que se detuviera, pero éste no le hizo caso.

Adentro, en la escuela, algunas chicas vomitaban, muchxs tenían dolor de cabeza y mareos. Y la directora del hospital estaba allí atendiéndoles.

Es una historia de muchas iguales que suceden todos los años en las escuelas rurales donde hay zonas de cultivo no agroecológicos cerca. Otra escuela fumigada más. La diferencia es que la escuela Nº 44 República Argentina de Santa Anita consiguió que su denuncia sea elevada por la Justicia a un juicio oral y público. Y eso es un cambio fuerte. "Que se haya elevado a juicio es sentar un precedente en la provincia de Entre Ríos. Somos optimistas, seguimos luchando por la vida. Ojalá pudiéramos seguir haciendo otras actividades y no solo denuncias. Pero esto va a poner una bandera con Stop grande porque que se haya elevado a juicio va a hacer escarmentar un poco a la gente que no cumple con la legislación vigente". El productor, el dueño de la empresa de fumigación y el piloto que fumigó quedaron imputados.

Tampoco cumplen con la legislación vigente, que prohíbe fumigar a pocos metros de las escuelas, y tampoco se asustan, que a la escuela en la que trabajaba Mariela la fumigaron dos veces: la primera en 2014, la segunda en diciembre de 2015. La primera aérea, la segunda terrestre. En 2016 fumigaron fuera de horario escolar pero en el mismo terreno de la escuela. ¿Qué harán en 2017? Por ahora amenazas telefónicas a Mariela para que frenen la campaña que vienen realizando desde la ONG Paren de fumigar a las escuelas.

“Los primeros que se dieron cuenta fueron los alumnos más grandes que fueron curiosos a ver un avión que volaba bajito. Ellos me lo mostraron y ahí cuando vi que era una contaminación cerré las puertas y las ventanas. Era algo muy fuerte, con olor a veneno de las hormigas. Yo salí a ver y registrar. En los chicos hoy no se puede ver consecuencias. A mi sí me afectó: desde ese día empecé a perder la vista.  Antes veía perfecto, pero a partir de la fumigación empecé a tener los ojos rojos, llorosos, irritados, una conjuntivitis crónica, la boca completamente llagada. Era habitual venirme la escuela a la tarde con la boca llena de llagas”, cuenta Mariela las consecuencias de los regalos que le dejó el avioncito aquel 4 de diciembre. “Nunca había vivido algo así, vi en mis alumnos el temor, sentí una sensación muy difícil de describir con palabras al verme con nenes descompuestos y ni hablar al encontrarme con la arrogancia del productor diciéndome que era solamente un remedio. Un remedio que no es tolerable para los seres humanos”.

Al año siguiente cambiaron: la fumigación fue terrestre. “Nos dieron un regalo de aniversario. Cambiaron la forma pero lo hicieron, como diciendo ‘hagan lo que hagan, armen el quilombo que armen, nosotros vamos a seguir haciéndolo igual’. Al día siguiente teníamos previsto un control médico: todas las chicas y los chicos tenían las bocas llagadas”.

En 2016 parecía que se habían asustado. Pero no. Mariela, que ahora trabaja en otro colegio rural, estuvo para febrero de 2017 en la escuela 44: “La soja estaba del lado del alambrado de la escuela”.

Sacar a los agrotóxicos de las escuelas hoy sería hacer una revolución. Porque sus presencias no son solo en las fumigaciones. Son una potencia que tienen el respaldo de los ministerios, de los organismos estatales, inclusive de educadores y hasta de los padres de alumnos y alumnas afectadxs. “Hay padres que son los productores o los peones, o amigos de los que mandan a hacer las fumigaciones. Entonces es difícil entablar una acción, es una carga pesada”, lamenta Mariela.

La transformación está en la educación. En conseguir que se entienda qué significa el agronegocio. Sin embargo los manuales ambientales están cajoneados en Nación. “Deberían darse en todas las escuelas del país pero porque prima la economía sobre la salud y el ambiente, esos manuales no están y también hace unos días atrás firmaron un convenio los ministerios de Educación y Agroindustria para que se fomente el modelo productivo del agronegocio, y se hizo con distintas empresas patrocinadoras. Eso está matando. Además están dictando capacitaciones, patrocinadas por el INTA, con ingenieros agrónomos, avaladas por el Consejo General de Educación(CGE) donde se promueve ese modelo de producción”.

Mariela participó de las capacitaciones “Cuando quise mantenerme firme o enfrentada a lo que decían los capacitadores, me hicieron callar. Así que estamos en esa postura”. ¿Cuál es su postura? El camino de la agroecología: “Desde que se comienza a preparar un suelo, se comienza a preparar con químicos. Y eso lo sabemos todxs. Los químicos matan a todo ser vivo, excepto a esa semilla que está preparada genéticamente para resistir a ese veneno. Cuando cosechamos ese cereal, esto va a llegar a nuestra mesa, que vamos a ingerir, que va a ingresar a nuestros cuerpos por parte de los alimentos que vamos a consumir a diario. Entonces, no solamente estamos expuestas las personas que estamos trabajando en zonas rurales o los que viven ahí, sino todas las personas que habitamos cualquier punto del país porque el veneno sigue estando en cada alimento”.

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